lunes, 22 de septiembre de 2025
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Orfeo en los Infiernos: El Éxito de los Cantantes, El Desatino de la batuta y regie

LECTURA RECOMENDADA

Orfeo en los infiernos. Opereta en cuatro actos de Jacques Offenbach Con libreto en francés de Crémieux y Halévy. Dirección Musical: Christian Baldini. Dirección de escena: Pablo Maritano. Diálogo y versificación en español: Gonzalo Demaría. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Vestuario: María Emilia Tambutti. Iluminación: Verónica Alcoba. Diseño de video: Matías Otálora. Coreografía: Carlos TrunskyOrquesta Estable. Coro Estable del Teatro Colón, dirección: Miguel Martínez. Principales intérpretes: Reinaldo Samaniego (Orfeo), Constanza Diaz Falú (Euridice), Andrés Cofré (Ariste / Pluton), Mairin Rodriguez (La opinión pública), Alejandro Spies (Jupiter), Víctor Torres (Jhon Styx), Montserrat Maldonado (Diane), Rocío Arbizu (Cupidon), Virginia Guevara (Junon), Marina Rewensky (Venus), Gustavo Gibert (Marte/Radamant), Rodrigo Olmedo (Minos), Marcos Padilla (Eaque), Fabián Minelli (Mercurio) actor. Teatro Colón. Nuestra calificación: bueno

¡Ah, la promesa de una noche de travesuras operísticas y esprit français en el Teatro Colón! «Orfeo en los Infiernos» de Offenbach, el Mozart de los Campos Elíseos, llegaba por fin a la lírica argentina, dispuesto a iluminar una temporada alicaída. O al menos, eso imaginábamos. Pablo Maritano en su regie nos dio una opereta disfrazada de musical de Broadway, con micrófonos en escena y coreografías dignas de un cabaret sin ironía. Sí, damas y caballeros, este “Orfeo” fue una oda a lo innecesario, una “interpretación moderna” que más bien parecía una parodia… de sí misma.

Empecemos con lo bueno, porque ¡oh, qué diamantes brillaron entre tanto desatino! Constanza Díaz Falú, encarnando a Eurídice, se lució como un torbellino de talento y precisión vocal. Con su impecable técnica, convirtió los “Couplets des Regrets” en un derroche de picardía y habilidad, una explosión pirotécnica que hacía parecer fácil lo imposible. Y en el “Dúo de la Mouche”, esa famosa escena del moscardón, se lució junto a Alejandro Spies en una interpretación de tal histrionismo, que transformaron el momento en una obra de burlesque fina, sin caer en la vulgaridad, que parece ser la tendencia de moda.

Constanza Diaz Falu. Fotos gentileza: Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

¿Y qué decir de Mairin Rodríguez como La Opinión Pública? Entre los diálogos mal adaptados y una versificación retorcida, esta protagonista se impuso con un histrionismo desbordante y un centro vocal potente, demostrando que podía sobreponerse a cualquier cosa, incluida la orquesta. Con cada consonante, Rodríguez lograba rescatar algo de la dignidad que esta regie le robaba a Offenbach.

Mairin Rodriguez, Reinaldo Samaniego. Fotos gentileza Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

Montserrat Maldonado, interpretando a Diana, supo hacer justicia a su papel, y vaya si lo hizo: su centro bien definido y agudos pirotécnicos, en especial en “Quand Diane descend dans la plaine”, fueron una auténtica lección de precisión vocal. En el terceto junto a Eurídice y Cupido, la voz de Maldonado no solo brillaba, sino que elevaba el espectáculo a alturas que la regie y la batuta parecían empeñadas en aplastar.

Montserrat Maldonado. Fotos gentileza: Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

Rocío Arbizu, en el papel de Cupido, aportó frescura y destreza técnica a este collar de voces femeninas que, en conjunto, fueron el verdadero espectáculo. Su dominio del “contre-couplet” y su trabajo en conjunto con el grupo dejó claro que aquí había una artista que entendía perfectamente su rol dentro de esta sátira. Virginia Guevara, como Juno, completó este pentagrama femenino con una presencia y solidez dignas de aplaudir de pie.

Conjunto. Foto gentileza: Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

Reinaldo Samaniego como Orfeo, el hombre que supo hacer del bobalicón un arte. Con una comicidad natural y un fraseo elegante, su interpretación en el dúo “Ah, c’est ainsi?” fue una deliciosa exhibición de talento. Lograba ser el perfecto partenaire para cada escena, dándonos momentos de verdadero disfrute en una noche donde el desatino era la regla. El tenor Andrés Cofré, en sus roles de Aristée y Plutón, fue el epítome de la entrega escénica; entre su calidad vocal y su instinto para el humor, hizo las delicias del público, probando que hasta en medio de este caos, un artista puede encontrar su camino.

Volvamos a Alejandro Spies, el Júpiter/Moscardón cuya presencia escénica fue una constante fuente de deleite. Su habilidad para los matices en el fraseo y su dominio del francés fueron una bocanada de aire fresco, en contraste con los diálogos de Gonzalo Demaría, cuya confusa adaptación convertía la sátira original en una secuencia de trabalenguas. Y nuestro querido Víctor Torres, como Jhon Styx, dio una lección de humor sin esfuerzo, haciendo reír incluso cuando el texto parecía empeñado en arruinar el chiste.

Fotos gentileza: Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

Y ahora, damas y caballeros, lo malo. Empecemos con el sonido: ¡diálogos amplificados! Porque, claro, ¿para qué respetar la famosa acústica del Colón? Pero que no cunda el pánico, nos aseguraron que esto era “solo para los diálogos en español” (por supuesto, ¡una decisión artística!). ¿El resultado? Un efecto sonoro que oscilaba entre la distorsión total y el silencio. En algunas butacas, los diálogos sonaban como si llegaran desde el fondo de una cueva; en otras, el efecto era el de un teatro mudo, mientras los actores se movían sin emitir un sonido inteligible. El resultado: una confusión sonora que parecía una broma surrealista… o quizás una de mal gusto.

La versificación en español de Demaría fue otro desastre mayúsculo. Este intento de trasladar el humor francés a nuestra lengua terminó en un lío incomprensible, donde hasta los actores parecían perderse. La introducción de La Opinión Pública en un contexto descontextualizado dejó al público perplejo, y la alteración de la icónica “Quand j’étais roi de Béotie” fue una ofensa directa a la obra. ¿Humor agudo? No, aquí el humor agudo se convirtió en una serie de frases sin sentido.

Fotos gentileza: Lucia Rivero y Juanjo Bruzza

Y la orquesta, bajo la dirección de Christian Baldini, se encargó de enterrar lo poco que quedaba de la ligereza de Offenbach. En lugar de los tonos juguetones que caracterizan su obra, recibimos un bloque sonoro denso y pesado y por momentos (sobre todo al final) de una rapidez exhacerbada, más adecuado para Wagner en densidad que para Offenbach. Las cuerdas gruesas y los metales agresivos presionaban al público como si esta fuera una ópera seria y no una comedia ligera. Offenbach merecía algo más delicado, pero nos dieron una masa de sonidos aplastantes que, lejos de complementar la ironía de la opereta, terminaban de desmoronar su esencia.

Y así, queridos lectores, esta “Orfeo en los Infiernos” fue un espectáculo de talentos individuales desbordando estilo y resistencia, en un intento heroico por sobreponerse a una dirección y una puesta en escena que parecían no entender que esta obra es, en esencia, una oda a la ligereza y la picardía. Un final deslucido para una noche en la que, a pesar de todo, los cantantes lograron rescatar una parte del ingenio de Offenbach de las profundidades del… ¡infierno escénico!

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