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OPERA: «LA FLAUTA MAGICA», de Mozart, UNA VERSIÓN QUE VUELVE AL RELATO CLÁSICO EN UNA PRODUCCIÓN PARA DISFRUTAR EN FAMILIA, por la Compañía Clásica del Sur

LECTURA RECOMENDADA

LA FLAUTA MÁGICA (Título en alemán: Die Zauberflöte)

Música: Wolfgang Amadeus Mozart

Libreto: Emanuel Schikaneder

Teatro Luz y Fuerza, Perú 823, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 21 de abril de 2017

Dirección musical y escénica: Maestro César Tello

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Personajes:

Reina de la Noche: Mirta Arrúa Lichi

Pamina, su hija: Laura Scartascini Chisari

Tamino, príncipe: Naoki Higasiyosihama

Papageno, cazador de pájaros: Esteban Miotto

Papagena, su prometida: Laura Biflis

Sarastro, Sumo Sacerdote de Isis y Osiris: Pablo Angel Basualdo

Monostatos (moro, sirviente de Sarastro): Carlos Andrés Bernadou

Este “singspiel”, estrenado en 1791 poco antes de la muerte del gran compositor salzburgués, es una de las obras más representadas en los teatros de todo el mundo.

¿Qué hace a esta ópera alemana tan especial para que tenga tanto éxito a doscientos veintiséis años de su estreno?

Desde luego, la música: el grito de odio de la Reina de la Noche, la calma y la serenidad de Sarastro, la pasión de Tamino enamorado del retrato, la alegría y la vitalidad de Papageno y Papagena… Cada personaje está magistralmente caracterizado por sus arias. Una música tan armoniosa y sublime es casi un milagro, si recordamos que en esa época Mozart estaba enfermo, endeudado, sin cargo estable, mentalmente absorbido y angustiado por el encargo del “Requiem” que estaba componiendo a la par de “La Flauta Mágica”.

El libreto, en cambio, está muy lejos de la complejidad y de la hondura dramática de, por ejemplo, un “Don Carlo” o un “Otello”. Pese a todo toca temas universales que siempre hallan eco en el público: la lucha entre la Luz y el Bien (Sarastro, el Sumo Sacerdote) y el Mal y la Oscuridad (la Reina de la Noche), la búsqueda de la verdad y la virtud con el triunfo final del Amor (Tamino y Pamina; Papageno y Papagena) que supera todas las pruebas. Vista desde otro punto, sin entrar en análisis más profundos, es claro que Schikaneder no fue un genio a la altura de un Shakespeare o un Schiller, pero sí conocía el gusto popular y con “La Flauta Mágica”, dada la sencillez del argumento, logró un cuento muy entretenido, especial para los niños.

En ese sentido, es muy destacable la iniciativa de la compañía artística “Clásica del Sur”, que presentó justamente una versión para niños traducida al castellano con cortes bien realizados que abreviaron la duración de la obra sin afectar la compresión general del argumento. A su vez, aunque se suprimieron y cortaron diálogos hablados, los artistas agregaron e improvisaron otros, lo que le dio más frescura y actualidad.

El elenco estuvo bien seleccionado, con cantantes de notable capacidad vocal y actoral.

Mirta Arrúa Lichi fue una Reina de la Noche imponente, con la fuerte presencia necesaria para el papel y una voz que se eleva dramática y amenazadora, con potencia y convicción, recibiendo al final aplausos y bravos muy bien merecidos.

Laura Scartascini Chisani cumplió también muy bien el papel de la princesa Pamina, expresiva tanto en los dúos y escenas de conjunto como en su aria principal.

Tuvo un príncipe Tamino ideal en Naoki Higasiyosihama, un tenor con voz límpida, potente y de dicción clara, pero delicada en los matices, demostrando ser una joven figura que promete.

Esteban Miotto mostró soltura actoral con un Papageno gracioso y simpático, con una voz de barítono cálida, potente y bien en cuerda para el personaje.

Laura Biflis lo acompañó como una Papagena cómica, con recursos histriónicos muy correcta en lo vocal.

Pablo Angel Basualdo estuvo a cargo del papel de Sarastro, con voz de bajo más “cantábile” que profundo, pero mantuvo una línea de canto estable y serena, como corresponde a la dignidad y la sabiduría del personaje.

Monóstatos, el moro sirviente de Sarastro, fue representado por Carlos Andrés Bernadou, correcto en lo vocal y en lo actoral. Fue cómico en su encuentro cara a cara con Papageno o su danza con los otros sirvientes, que se van cantando felices al oír las campanillas del cazador de pájaros.

Queda mencionar las acertadas las intervenciones de las Tres Damas y las Tres Hadas, aunque lamentablemente el programa de mano no las nombra.

La orquesta y el coro estuvieron muy bien, dirigidos y preparados por el Maestro César Tello, que también estuvo a cargo de la dirección escénica y colaboró en el diseño del vestuario con Jorge Rubicce.

Hay que destacar justamente que pese a ser un escenario estrecho, se resolvió muy bien el movimiento de los personajes principales y el coro, con detalles como la entrada de Papageno desde el fondo de la sala, el modo en que Monostatos echa fuera a los otros sirvientes para quedarse a solas con Pamina o el giro cómico y original en el dúo de Papageno y Papagena.

La escenografía fue simple, pero bien ambientada con las diapositivas.

El vestuario estuvo acorde a la época mozartiana, pensado y diseñado de acuerdo a cada personaje, en especial la Reina de la Noche y sus Damas, al igual que Papageno y Papagena. Por su parte, Sarastro y los Sacerdotes llevaban las tradicionales túnicas blancas, aunque la peluca y la barba del Sumo Sacerdote pudieran parecer exageradas y no contribuyeron realmente a darle un aspecto más venerable. También los maquillajes (aunque imagino que algo incómodo para los cantantes) fueron muy elaborados y originales, incluyendo pestañas de colores realizadas con plumas recortadas.

Una producción muy bien pensada y realizada para disfrute de los adultos, a la vez que una gran ocasión para adentrar a los niños en el gran mundo de la ópera

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