La Bohéme, por Buenos Aires Lírica, un título para enamorarse de la ópera.
Drama lírico en 4 actos con música de Giacomo Puccini
Texto: Luigi Illica y Giuseppe Giacosa
Dirección musical: Mario Perusso
Puesta en escena y escenografía: Marcelo Perusso
Vestuario: Ramiro Sorrequieta
Iluminación: Ruben Conde
Dirección del coro: Juan Casasbellas
Dirección coro de niños Petits Coeurs: Rosana Bravo
Reparto
Mimí: Monserrat Maldonado
Rodolfo: Nazareth Aufe
Marcello: Ernesto Bauer
Musetta: María Belén Rivarola
Schaunard: Luis Loaiza Isler
Colline: Walter Schwars
Benoit/Alcindoro: Sergio Carlevaris
Parpignol: Fabián Frías
Sargento: Juan Pablo Paccazocchi
Aduanero: Juan Feico
Solemos discutir con Adriana Lucchesi (profesora de canto y dicción italiana del Conservatorio Gilardo Gilardi de La Plata) cuál es la mejor ópera o cuál es la mejor escena o dúo de amor en la ópera, ella se inclina por M Butterfly, yo amo Bohéme.
Recuerdo en la palabras de Gabriel García Márquez hablando sobre la época en la que trabajaba en Cien Años de soledad: “creía que estaba reinventando la literatura”, un “estado de excitación permanente”, y si, también creo que Puccini paso por estas emociones. Sin lugar a dudas cuando escuchamos esta celebre partitura orquestal, los juegos vocales, los contrapuntos escénicos no podemos menos que maravillarnos por el fluir de la música. Las musas bondadosas inspiraron cada cambio dramático y en medio de un sinfín de notas y personajes la aparición de las melodías más sublimes de la lírica, sin extenderme mucho, el Vals de Musetta en el segundo acto por ejemplo.
La puesta de Buenos Aires Lírica deja tranquilos a los amantes clásicos y a la expectativa a los que por primera vez quieren acercarse al género.
Para los más jóvenes la propuesta de Marcelo Perusso es ideal, eligió ser conservador con pinceladas contemporáneas en algunos efectos visuales, transparencias y sugerencias del entramado. La ayuda de las luces para los cambios de actos fue vital ya que los paneles estaban fijos y el sobre escenario también pero gracias al trabajo de Rubén Conde se entendió la trama, los cambios de climas y de tiempo.
La orquesta a cargo del Maestro Mario Perusso sonó en estilo, al director especialista en Puccini se lo vió enérgico todo el tiempo, esta es una obra nada fácil para el conjunto instrumental. El ensamble general con las voces solistas y el coro, las partes rítmicas particularmente son complicadas, aunque sea un título habitual del repertorio y de los más conocidos de la música lírica. Los tempos me parecieron llamativamente lentos en general, en especial desde la mitad del primer acto y el segundo. Pero tal vez ayudó al correcto desarrollo musical en la función de estreno.
El coro hizo lo posible por lucirse en el segundo acto, aunque el vestuario de Ramiro Sorrequieta era interesante, la boca del escenario y la cantidad de escenografía y figurantes no ayudó y no se notaban cómodos. Las voces un tanto estridentes, se escuchaban las sopranos casi excluyentemente. Obviamente estamos en el estreno, suelen ajustarse estas cosas a medida que pasan las funciones, también la difícil primer parte del tercer acto se tendría que trabajar, esos bocadillos son difíciles de afinar y coordinar rítmicamente.
El coro de niños se mostró emocionado, histriónico y las voces se lucieron. Un gran trabajo de empaste vocal y timbrado de su directora Rosana Bravo.
Los solistas fueron in crescendo, en especial el tenor, Nazareth Aufe. No es fácil la voz de tenor. Rodolfo no solo necesita de un muy buen cantante sino también de un gran actor, y, si bien se arma la camarilla de amigos que soportan la escena, es un rol difícil de cantar.
Mimí fue Monserrat Maldonado, una soprano que el rol le sobra vocalmente, lo cantó cómoda, tiene un centro aterciopelado pero abusa de las notas de pecho, innecesariamente ya que la voz corre hasta el final de la sala. A veces, esto es una cuestión de gustos, bien cubiertas apenas se notan. Creo que la seguridad vocal le jugaba en contra histriónicamente, costaba trabajo ver que estaba a punto de morir en el final de la ópera.
Contrario al trabajo de María Belén Rivarola, que se lució mucho más en la Musetta dramática del 4to acto que en la fiestera del segundo.
Marcello fue Ernesto Bauer, de muy buena calidad vocal y notable potencia, el rol le quedaba pintado y lo disfrutó en escena.
Luis Loaiza Isler fue un excelente Schaunard, se apoderó del escenario cada vez que lo exigía su rol y no se dejó intimidar en ningún momento, con buen juego dramático.
Walter Schwartz fue un correcto Coline, vocalmente seguro.
Sergio Carlevaris (aquí hago un parate, me pasó lo mismo en “La scalla di seta” de Rossini) su actuación de Benoit fue demasiado amanerada, o es un problema de la marca o es un cliché de la dirección actoral o le sale así cuando sube a escena. La cuestión es que no tiene que ver con los roles, se contradice en la construcción de esos personajes masculinos.
El resto de los personajes de color soportaron la trama a pesar como decía antes de las cuestiones de cantidad de personajes por escena.
En líneas generales una muy disfrutable puesta del clásico drama lírico, la ópera que no nos cansamos de ver sea cual fuere la puesta, que consumimos golosos desde el primer compás hasta el último acorde