- Norma , música : Vincenzo Bellini – Libreto: Felice Romani – Regista: Vasily Barkhatov / Tiziano Mancini – Director musical: Francesco Lanzillotta Orchestra Wiener Symphoniker – Elenco: Asmik Grigorian, Aigul Akhmetshina, Freddie De Tommaso, Tareq Nazmi, Victoria Leshkevich, Gustavo Quaresma – Director de coro: Erwin Ortner Choir Arnold Schoenberg Chor – Escenografía: Zinovy Margolin – Vestuario: Olga Shaishmelashvili – Función del 23/2 – Nuestra calificación: buena
Oh, musas del canto y del desatino, concededme la pluma para narrar las desventuras de esta Norma belliniana, que en el MusikTheater an der Wien ha sido mancillada con tal desparpajo que hasta las sombras de los druidas claman venganza. He aquí una ópera, joya del bel canto, donde las gargantas han de brillar como oro y las almas han de sangrar con pasión, pero que en las manos de Vasily Barkhatov se ha tornado un revoltijo tan grotesco que parece obra de un loco escapado de un cuento de taberna. ¿Qué han hecho, dioses crueles, con la piedra sagrada de Bellini? La han arrojado a una fábrica mugrienta de los años 40, donde estatuas profanadas con meados y obreros apaleados dan la bienvenida antes que suene la primera nota. ¡Oh, qué obertura tan perfumada de sutileza! Los trapos de Olga Shaishmelashvili visten a los infelices como si hubieran saqueado un burdel en ruinas, y el escenario de Zinovy Margolin, aunque astuto, no alcanza a contener este desmadre de corredores comunales y bustos de dictador que gritan “originalidad” con la gracia de un borracho cayendo por las escaleras.
La fábula, si tal nombre merece, es un embrollo de amores imposibles y secretos infantiles que retozan en un piso compartido como ratas en un queso podrido. ¿Norma, inmolándose por un galán entre líneas enemigas? ¿Niños conspirando en un tugurio atestado? Ni el más crédulo de los villanos tragaría tal disparate. Barkhatov, en su afán de huir de lo sacro, nos ha hundido en un lodazal secular donde la opresión sustituye al misticismo, y el resultado es un adefesio que ni los dioses ni los hombres saben descifrar. El bel canto no pide trama, dirán, pero esto es como servir un banquete en un orinal: el sabor se pierde entre arcadas.
Mas, ¡ay!, las voces, esas divinas criaturas, casi redimen este estercolero. Asmik Grigorian, reina de tormentas, ruge como Norma con tal fuego que uno olvida por instantes el caos que la rodea, aunque su italiano suena como si lo hubiera mascullado un bárbaro tras un mal vino. Su “Casta diva” es un prodigio, sí, pero entre notas forzadas y una dicción que vaga perdida, parece más un grito de auxilio que una plegaria. Aigul Akhmetshina, dulce Adalgisa, derrama una voz tan rica que podría embriagar a un santo; sus duetos con Grigorian son joyas robadas a este muladar, un bálsamo para oídos martirizados. Freddie De Tommaso, Pollione de voz bravía, arranca como quien patea una puerta, pero se domestica al fin, compartiendo cigarrillos y desaires con Norma antes de su cita con el horno —¡sí, un horno, qué refinado capricho!.
Tareq Nazmi retumba como Oroveso con la solemnidad de un roble, Victoria Leshkevich y Gustavo Quaresma sostienen sus roles con decoro, y Francesco Lanzillotta, al frente de la Sinfónica de Viena, lucha por cubrir este desastre con un manto de notas dignas. El Coro Arnold Schoenberg, firme como un castillo, merece un altar, no este chiquero. Pero, ¡oh, qué burla cruel! ¿Qué es esta Norma sino un cadáver apaleado por la ambición de un loco? Barkhatov nos promete audacia y nos entrega un disparate, un circo de espejos rotos donde el amor, la traición y el sacrificio se ahogan en un charco de orín y pretensión. Las gargantas brillan, cierto, mas esta ópera es como una cortesana deslumbrante con los pies en el fango: hermosa de lejos, pestilente de cerca. ¡Que los dioses del bel canto nos libren de tales afrentas!