martes, 7 de octubre de 2025
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Mi querido presidente: Solá y De La Cruz, más grandes que la obra misma

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Autor: Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere. Director: Max Otranto. Intérpretes: Miguel Ángel Sola y Maxi De La Cruz. Escenografía: Alberto Negrín. Iluminación: Carolina Rabenstein. Vestuario: Fátima Pra. Sala: Teatro Apolo (Av. Corrientes 1372). Nuestra opinión: buena.

Las comedias de enredos políticos han sido, desde tiempos inmemoriales, un festín para la sátira social. Porque, seamos honestos, si hay algo más gracioso que la política, es un político haciendo el ridículo. En Buenos Aires acaba de estrenarse Mi querido presidente, adaptación de Par le bout du nez, que a su vez proviene de El electo de Madaula. La premisa es simple y efectiva: un presidente, a pocas horas de su discurso de investidura, sufre un incontrolable picor nasal que lo convierte en una marioneta facial, con muecas que pondrían en jaque cualquier imagen de autoridad. La solución parece estar en manos de un psiquiatra que, a contrarreloj, deberá descifrar el origen del problema antes de que el flamante mandatario pase a la historia como el primer presidente en gesticularse a sí mismo fuera del cargo.

Años atrás vi la versión original francesa, donde el texto se sostenía con una rapidez y fluidez verbales dignas de una esgrima lingüística. François Berléand y Antoine Duléry manejaban la comedia con precisión quirúrgica, usando el idioma como un trampolín para la risa. En francés, la obra se convierte en un vaivén de consonantes estratégicas y muletillas magistrales que realzan el histrionismo de los intérpretes. Pero, claro, traducir eso es como intentar hacer un soufflé sin huevos: el resultado puede inflarse, pero tarde o temprano se desmorona.

Aquí es donde entra la versión argentina, que enfrenta la clásica maldición de la traducción teatral: un texto que, en español, pierde parte de su chispa y deja en evidencia sus grietas. Sin el sostén de los juegos de palabras originales y con los dobles sentidos diluidos en el camino, la comicidad queda en manos del único recurso infalible que tiene el teatro: sus actores. Y qué actores.

La dupla Miguel Ángel Solá y Maxi De La Cruz convierte Mi querido presidente en un espectáculo que brilla gracias a su entrega escénica. Solá, con su presencia imponente y esa voz con centro dramático que podría recitar la guía telefónica y hacerla emocionante, compone un psiquiatra que, más que un terapeuta, parece un hipnotizador de serpientes. Su seriedad, medida al milímetro, es el contrapunto perfecto para el caos que lo rodea. Y luego está De La Cruz, una fuerza de la naturaleza que juega al límite con su comedia física, transformando al presidente en una criatura de gestos desbordados, imitaciones y torpezas que provocan carcajadas incluso cuando el guion se tambalea.

El público, lejos de preocuparse por la solidez del texto, se rinde ante la energía arrolladora de la dupla. Es de esas situaciones en las que el espectador no va a ver la obra, sino a ver a los actores, y ellos cumplen con creces. ¿La traducción dejó la historia un poco más floja? Sí. ¿El humor en español a veces roza lo absurdo? También. Pero cuando los intérpretes son capaces de elevar un material endeble hasta convertirlo en un espectáculo desopilante, se les perdona todo.

En definitiva, Mi querido presidente es una comedia que sobrevive y triunfa gracias a sus protagonistas, junto a la ajustada dirección de Max Otranto. La obra en sí podrá tener sus debilidades, pero Solá y De La Cruz la llevan sobre sus hombros con la destreza de dos titanes de la escena. Y ahí radica la magia: cuando los actores logran que el público ría, sin importar qué tan endeble sea el andamiaje del guion, la función está ganada.

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