lunes, 1 de diciembre de 2025
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Cine: MARÍA, un drama sin voz ni alma

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Nuestra calificación: mala

Pablo Larraín, el mismo director que nos entregó disecciones elegantes y psicológicamente incisivas en «Jackie» y «Spencer», ha decidido esta vez arrojarnos un pasticcio de mal gusto con «María», una cinta que más que un homenaje a la divina Callas, es una afrenta a su legado. Lo que prometía ser un retrato íntimo y conmovedor de la más grande soprano del siglo XX se convierte en un despropósito melodramático, un torpe ejercicio de estilización vacío que insulta la inteligencia del espectador y la memoria de la artista. Más que una película, parece un mal chiste contado en un funeral.

Empecemos por la geografía absurda: ¿quién en su sano juicio confundiría Budapest con París? Parece que Larraín cree que basta con un par de toldos rojos y luces cálidas para engañarnos. Pero no, señor. La mítica residencia parisina de Callas aparece reubicada sin pudor en una esquina anodina de Pest, y la sensación de falsedad impregna cada escena. Si no tienes el presupuesto para filmar en París, al menos haz el esfuerzo de disimularlo. Aquí, en cambio, la falta de autenticidad es tan descarada que hasta un turista despistado notaría el engaño. Quizás en la siguiente película nos quiera convencer de que el Obelisco de Buenos Aires es la Torre Eiffel.

El guion de Steven Knight es otro disparate: un cúmulo de tópicos manoseados y escenas ridículas que rozan lo inverosímil. Callas aparece como una mujer histérica, presa de sus fantasmas, un compendio de caricaturas de tabloide. ¿Quién puede tomarse en serio un libreto que la muestra obsesionada con mover un piano de un lado a otro sin motivo alguno? Si esto era un intento de profundidad psicológica, el resultado es más bien una comedia involuntaria. La película no desarrolla su carácter ni su arte, pero sí sugiere que, en sus últimos días, la diva se entretenía reorganizando muebles. En cualquier momento esperábamos verla peleando con un sillón Gicovate.

Y luego está Angelina Jolie. Ay, Jolie. Su interpretación de Callas es un espectáculo en sí mismo, pero no en el buen sentido. En lugar de encarnar a la soprano, parece estar jugando a ser una diva trágica de opereta barata. Su voz, sus gestos, su porte… todo parece un mal disfraz. En vez de ver a la legendaria Callas, vemos a Jolie atrapada en su propia imagen, incapaz de trascender su estrellato y fundirse con el personaje. La Callas que conocemos, la apasionada, la magnética, la mujer que vivió y murió por el arte, brilla por su ausencia. Lo único que falta es que en algún momento se quite la peluca y revele que en realidad era ella misma todo el tiempo.

Para colmo, la película no hace el menor esfuerzo por explorar la verdadera complejidad de Callas. Larraín, que en «Spencer» supo adentrarse en la psique de su protagonista con sensibilidad, aquí se queda en la superficie, reduciendo a la soprano a una sombra de sí misma. En lugar de una inmersión en su genialidad y su tormento, obtenemos un desfile de escenas vacías y ensoñaciones insípidas que no aportan nada al relato. Para entender a Callas, mejor ver un documental, o mejor aún, simplemente escucharla cantar. Al menos ahí no hay interferencias absurdas.

¿Se salva algo? Sí, la fotografía de Ed Lachman, que al menos intenta dotar al film de cierta elegancia visual. Y las grabaciones originales de Callas, que surgen como oasis en este desierto de despropósitos. También Valeria Golino y Aggelina Papadopoulou logran brillar con actuaciones honestas, aunque sus esfuerzos se pierden en un mar de artificios y decisiones cuestionables. Pero estas pequeñas luces no bastan para salvar el desastre.

En resumen, «María» es una oportunidad desperdiciada, un intento fallido de capturar la esencia de un mito que merecía mucho más. Para los operómanos, la película es un insulto; para los neófitos, una pésima introducción a la grandeza de Callas. Larraín ha querido rendir homenaje, pero lo único que ha conseguido es que extrañemos aún más a la verdadera María. Si Callas pudiera ver esto, seguro que su famosa mirada fulminante diría todo lo que nosotros pensamos: «Maledizione!» Y acto seguido, apagaría la pantalla con la misma elegancia con la que salía de escena.

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