LA VIDA A PALOS
De Pedro Atienza y José Manuel Mora
Teatro Maipo (Caba)
Dirección Artística – Carlota Ferrer
Intérpretes: Imanol Arias, Guadalupe Lancho, Aitor Luna
Músicos: Batio (Cello) / Raúl Jiménez (cantaor)
Asistente de Dirección – Enrique Sastre
Diseño Espacio Escénico – Mónica Boromello
Diseño Espacio Sonoro – Sandra Vicente /Diseño Iluminación – David Picazo/ Diseño Vestuario – Ana López Cobos
Audiovisuales – Jaime Dezcallar/ Asistente Escenografía – Miguel Delgado/ Asistente Diseño Vestuario – Christanna Ioannidou
Maestro de Danza – Miguel Ángel Corbacho
Un texto llega a las manos de un hombre, de parte de un misterioso amigo. Ese hombre busca al hijo del susodicho, que es guionista de cine, para que haga algo con el texto que le entregó su padre. Un texto que habla de las vicisitudes de la vida de ese padre, alejado del hijo durante años, y de sus vaivenes del alma, de sus relaciones extramatrimoniales o de su pasión por el cante flamenco.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La vida a palos» que hemos podido ver en el Teatro Maipo escrita (adaptada) por José Manuel Mora, sobre un texto de Pedro Atienza, dirigida por Carlota Ferrer y protagonizada por Imanol Arias, en su regreso a Argentina.
Cuando uno acaba de ver «La vida a palos» no sabe muy bien a que se ha enfrentado o si acaba de ver algo más próximo al cante y a la performance musical flamenca, vestida con cierta poetización, antes que un mero ejercicio de teatro. Soy partidario de pensar en abordar esta pieza desde la periferia de lo dramatúrgico, y decir en pocas palabras es un trabajo dentro de lo dramático que no se resuelve en ningún momento y que termina siendo “otra cosa”.
Se verán por un lado unos cuantos cuadros, poetizados, estilizados, del lado de cosmos del flamenco, que cuentan una historia hablada, narrada, con algunos diálogos y evocaciones de los personajes. Aquí es Imanol Arias quien hace de Cicerone. Nos conduce por esa senda de la idea que se retroalimenta y repite como un mal soniquete, una y otra vez: tengo un testamento, un escrito que me ha dado un amigo y voy a pedirle a su hijo que lo convierta en un guion. De acuerdo. La trama avanza por este carril y nos acerca a la figura del Alcayata, el padre ausente, el amigo de juergas, el flamenco bon vivant que, pasado el tiempo, hace balance vital y lo deja todito por escrito.
Para aquel entendido en la cultura del flamenco, reconocerá en la «La vida a palos» su parte de alegato, su parte de recuperación de memoria personal de Atienza, el legado u homenaje, pero también debemos señalar el distanciamiento que esto puede generar en el público no a fin dado que no es una historia que se haga identificable, atrayente, pues enseguida se le ven las hechuras de trabajo ad hoc. No conectamos demasiado con lo que se nos cuenta por cuanto de personalísimo y, casi, intransferible posee este relato del «yo soy tu padre» al estilo Spielberg en su “Guerra de las Galaxias”: Darth Vader.
Los cuadros que hemos señalado, más próximos a la liturgia teatral, se sazonan con otros ingredientes poderosos: alusivas imágenes proyectadas en formato vídeo creación y pequeños cuadros de cante flamenco con voz y música en directo. De ahí lo difícil de comprender en esta parafernalia teatral.
No es que uno no esté acostumbrado a encontrarse con algo así, cada vez más, en el teatro, sendas alejadas de lo canónico, pero el olfato a uno le dice también cuándo este ejercicio funciona o cuándo, al contrario, deviene en deslavazado y mal vertebrado. Por desgracia, este es el caso de lo que ocurre con «La vida a palos».
Falta la aguja que pueda hilvanar las escenas deshilachadas que no llegan a unirse, una trama que resulta verdaderamente anti-trama (ej. Jesucristo con la sonrisa en la bañera), un exceso de metáforas poetizadas/ musicalizadas que termina en un camino que termina en el aburrimiento del sin sentido.
El celebre autor Cesar Vallejo, citado reiteradamente de manera explícita como implícitamente (en la obra de Atienza este autor es su referente) deja un rastro inconfundible de elegía. Por suerte, dentro de la pieza, hay algún momento (ojalá hubiese más) para el humor. Véase el personaje de Consolación que comparece ante el público arrastrando su traje de cola. Una gitana que compone Arias con pulso, sin pudor, dejándonos ver al actor valiente y versátil que lleva dentro. Cuando Imanol Arias juega y se deja llevar. Aquello que decía Dylan Thomas de que «La pelota que arrojé de niño en un parque, todavía no ha tocado el suelo». La disposición de Imanol Arias para hacer que la pelota siga en el aire, para mostrarnos esa faceta desenfadada, canalla, de auto parodia, es lo que le hace aún mejor actor de lo que ya es.
A modo de dramaturgia, digamos que está lejos de resultar embriagadora y atrayente si exceptuamos, vaya por delante, el arresto de Imanol Arias, la música del cello de Batio o la voz de Raúl Jiménez, ambos en directo, así como alguna que otra pepita de oro dentro de esta trapisonda, de esta resaca de cantos rodados.
Citando a Pessoa: «No saber de uno mismo, eso es vivir». La inconsciencia es también una parte fundamental de la felicidad. Y, si nos percatamos, nada hay más consciente que un testamento. O como diría Quevedo: «el testamento es la enfermedad más peligrosa, después del doctor» …
Sergio Sosa Battaglia
Pd. : dos Battaglia’s
– Una para los seguidores que Arias que a pesar de un texto incomprensible , iran a verlo
– Una segunda pues quienes busquen un teatro que embriague como un buen vino y no como uno de cartón.