miércoles, 24 de diciembre de 2025
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La Traviata en el Teatro Colón: Venezi cincela, Marková esculpe

LECTURA RECOMENDADA

La traviata. Ópera de Giuseppe Verdi. Libreto:Francesco Maria Piave, basado en «La Dama de las camelias» de Alejandro Dumas (hijo). Dirección Musical: Beatrice Venezi. Dirección de escena: Emilio Sagi. Diseño de escenografía: Daniel Bianco. Diseño de vestuario: Renata Schussheim. Diseño de iluminación: Eduardo Bravo. Elenco: Zuzana Marková, Klodjan Kaçani, Omar Carrión, Daniela Ratti, Tahyana Perret, Ramiro Pérez, Leonardo Estévez, Sebastián Sorarrain, Juan Barrile, Cristian Taleb, Esteban Hildenbrand, Gabriel Vacas. Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Director del Coro: Miguel Martínez. Sala: Teatro Colón. Calificación: muy buena

Buenos Aires, Argentina, 19 de Noviembre, 2025. Hay funciones en las que el teatro, aun siendo artificio, deja de sentirse como tal. La propuesta escénica del trinomio Sagi / Blanco / Bravo, acompañada por el exquisito vestuario de Schussheim —un vestuario que cita lo cronológico con guiños estilizados a lo “New Order”— logró justamente eso: borrar la distancia entre convención y emoción.
Cuando la calidad interpretativa —en este caso la de Zuzana Marková y la batuta inspirada de Beatrice Venezi— se vuelve tan plena, el espectador deja de analizar y simplemente vive la ópera.
Todo fluye. Todo se integra. Y lo histórico, en vez de imponerse, emerge suavemente, como un sedimento que sostiene la experiencia sin explicarla.
Es ahí donde La Traviata deja de ser una reliquia y se transforma, una vez más, en pregunta viva.

La función de la cual escribo, demostró que, cuando la partitura encuentra intérpretes que la comprenden desde su respiración interna, La Traviata se convierte en una experiencia que desarma, conmueve y revela. Esa comprensión surgió del encuentro entre una protagonista ideal, Zuzana Marková, una dirección escénica de refinada inteligencia a cargo de Emilio Sagi y una lectura orquestal de extraordinaria hondura firmada por Beatrice Venezi.

Zuzana Marková: una Violetta total, luminosa y devastadora

Marková no sólo cantó a Violetta: la habló, la respiró, la encarnó. Su interpretación alcanzó ese raro equilibrio entre virtuosismo técnico y verdad emocional que define a las grandes Violettas del último tiempo.

Su instrumento —de centro cálido, línea dúctil, legato sostenido y agudos brillantes sin tensión— le permitió moldear cada estado del personaje con organicidad absoluta. Los pianissimi, filigranados y sostenidos con inteligencia respiratoria, se alzaron como uno de los sellos de su creación.

En “È strano… Sempre libera” combinó lirismo introspectivo con estallidos de euforia, manejando la alternancia entre recapitulación interna y vértigo vital.
En el segundo acto su fraseo adquirió un color dolido, seco, real —sin melodrama forzado—, revelando una artista que confía más en la línea que en el golpe de efecto.
Y en el tercer acto, Marková ofreció quizá su momento más memorable: un “Addio del passato” tejido con vapor, éter y humanidad, suspendido en un tiempo interior donde la música parecía evaporarse con ella.

Su Violetta fue frágil sin ser débil, intensa sin ser excesiva. Una Violetta viva, construida desde una musicalidad de orfebre y un instinto dramático de primera línea.

Los compañeros de ruta: un elenco sólido

Omar Carrión ofreció un Germont de fraseo noble y presencia humana conmovedora. Evitó toda rigidez burguesa para revelar un hombre dividido por su propio deber. Su “Di Provenza”, dicho con una nobleza casi camerística, confirmó su profundo entendimiento del estilo verdiano.

Klodjan Kaçani, un Alfredo correcto aunque desparejo, mostró intención clara, calidez tímbrica y un buen pulso dramático, aunque su caudal vocal no siempre equilibró la escena con Marková. Sin embargo, su participación en el salón de Flora reveló un temperamento teatral en ascenso.

Foto gentileza Juanjo Bruzza, Prensa Teatro Colon de Buenos Aires.

El resto del elenco cumplió con profesionalismo ejemplar: Daniel Ratti (Flora Bervoix), elegante y precisa; Tahyana Perret (Annina), sensible y generosa en tessitura; Leonardo Estéves (Barón Douphol), de voz y presencia ; Ramiro Perez (Gastone) y Sebastián Sorrarain (Marqués d’Obigny), claros y ductiles; Juan Barrile (Grenvil), conmovedor en su sobriedad final; Cristian Taleb, Esteban Hildenbrand y Gabriel Vacas, aportaron solvencia y oficio. Un elenco que honra la jerarquía profesional de nuestras voces nacionales.

La escena según Sagi: un minimalismo que respira, piensa y revela

Emilio Sagi, junto a Daniel Blanco (escenografía) y Eduardo Bravo (iluminación) construyó una puesta de depuración absoluta. Una caja blanca, transformable por la luz, que funcionó como salón, dormitorio, cárcel emocional o vacío existencial.
Sagi entiende que cuando se retira todo exceso, el drama emerge con más fuerza. Y aquí, cada gesto tuvo peso, cada silencio tuvo forma.

Las sillas y paneles translúcidos propusieron espacios sin ilustrar, sugeridos, donde la historia de Violetta respira sin artificios.
El blanco, hilo conductor, operó como símbolo de pureza perdida y de asfixia social, dependiendo de la luz: fría, cálida, mortecina.

En esta desnudez programática, el cuerpo del cantante se convierte en dramaturgia, y Sagi lo sabe: por eso dirige desde adentro, desde la emoción que late detrás de cada fraseo. Su lectura, sin subrayados ni énfasis superfluos, devolvió a La Traviata un pulso de intimidad y verdad.

El vestuario de Renata Schussheim: elegancia, criterio y una lectura inteligente del “New Look”

El vestuario creado por Renata Schussheim fue, ante todo, reivindicador: de la elegancia, del buen gusto y del criterio histórico y estético. Su diseño dialogó con aquel “New Look” que Christian Dior lanza a fines de los años 40 y que, sobre las ideas depuradas de Balenciaga durante los 50, redefiniría para siempre la silueta femenina: cinturas marcadas, faldas amplias, líneas puras, un lujo no exuberante sino pensado.

Foto gentileza: Juanjo Bruzza, Prensa Teatro Colón de Buenos Aires

Schussheim no se limitó a recrearlo: lo interpretó. Lo destiló. Lo volvió discurso escénico.
En el marco minimalista planteado por Sagi, el vestuario se convirtió en identidad, en textura emocional. En un escenario despojado, la silueta adquiere voz; y Schussheim la hizo hablar con un trazo poético y preciso.

Su capacidad para fundir historia, dramaturgia y elegancia visual no sólo embelleció la escena: la pensó, la ordenó, la sostuvo. Y, en un gesto muy suyo, recuperó la sofisticación sin rigidez, permitiendo que la mirada dialogara con la música sin interferencias.

Reivindicar a Schussheim es reconocer a una artista capaz de dialogar con Dior y Balenciaga sin imitarlos, devolviendo ese legado al presente con claridad conceptual y sensibilidad singular.

El Coro Estable del Teatro Colón: excelencia que no se discute.

El Coro Estable, dirigido por Miguel Martínez, ratificó una vez más su jerarquía continental: homogeneidad, afinación, claridad diccional y una presencia escénica que potencia sin invadir.
Aunque la sustitución del ballet por coreutas en la escena de Flora comprimió ligeramente la dinámica, la calidad vocal del conjunto volvió a imponerse con la solidez de siempre. Lo que sí vuelvo a replantear es que hay coros correctos, buenos y muy buenos. El del Colón pertenece a otra categoría: la de los coros que hacen historia.

Coro Estable, foto gentileza: Juanjo Bruzza, Prensta Teatro Colón de Buenos Aires

La dirección orquestal de Beatrice Venezi: arquitectura sonora, respiración y sentido teatral

Beatrice Venezi ofreció una lectura excepcional por su inteligencia, precisión y lirismo estructural. Fue una dirección que no buscó brillo sino verdad: articuló la partitura como un organismo vivo, donde la emoción nace del fraseo, no del volumen.

El Preludio del Acto I, casi un suspiro suspendido, anticipó su estética: cuerdas vaporosas, respiración amplia, tensión contenida.
Durante toda la función se destacó su manejo de los contrastes dinámicos, su atención al color —en especial en los violines, de transparencia ideal— y su capacidad para crear atmósferas sin cargar el gesto.

En el tercer acto logró una unidad dramática magistral: la música dejó de sonar y comenzó a acontecer, a revelarse en tiempo real. Es ese raro momento en el que la orquesta no acompaña: confiesa.
El público lo entendió de inmediato: la ovación de pie, iniciada aún en penumbras, fue un reconocimiento a una lectura de enorme sensibilidad y rigor.

Conclusión: una noche donde la ópera volvió a ser verdad

La función encabezada por Marková demostró que seguir llamando “elenco alternante” a ciertas funciones —herencia de altri tempi— resulta cada vez menos pertinente. Bastaría anunciar “el elenco del día”, porque cuando convergen talento, rigor y una estética coherente, las etiquetas pierden sentido.

Foto gentileza Juanjo Bruzza, Prensa Teatro Colon de Buenos Aires

Sagi, Schussheim, Venezi, Marková, Carrión —junto a los más notables solistas nacionales— y el Coro Estable ofrecieron una velada donde la emoción fue sustancia y no adorno. Una noche en la que la ópera —esa alquimia de música y cuerpo— recuperó su pulso más genuino.

Esta vez, más que un “elenco alternante”, se presentó un elenco pleno, realzado por una Violetta verdaderamente inolvidable.

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