Para su 12ª sesión de la temporada 2022 en el Teatro Colón, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tiene cita con el director invitado David del Pino Klinge y el pianista Simon Trpčeski para un magnífico programa dedicado a dos gigantes de la música rusa.
No hace falta destacar la coherencia programática de esta velada rusa bajo la batuta del director peruano David del Pino Klinge, que incluye el Concierto para piano n.º 2 en do menor (Op. 18) de Rachmaninov (compuesto en 1900-1901) y la Sinfonía n.° 6 «Patética» en si menor (Op. 74) de Tchaikovsky (1893). La pianista francesa de origen georgiano Khatia Buniatishvili, impedida por motivos de salud, es reemplazada casi de repente por el macedonio Simon Trpčeski para la interpretación del concierto de Rachmaninov. El pianista ofrece un bis de la célebre Vocalise, la decimocuarta melodía de los Romances (Op. 34) del mismo compositor, compuesta en 1915, tocada en compañía de José Araujo, primer violonchelista de la OFBA.
Confirmado a todo el público al inicio de la velada tras ser anunciado por comunicado de prensa 48 horas antes del concierto, el cambio de solista para la interpretación del concierto de Rachmaninoff no disminuyó en nada el entusiasmo de un numeroso público (la gran sala del Colón estaba repleto) para aclamar al que, por un lado, salvó esta velada pero que, por otro, también supo imponerse no como sucedáneo creíble sino como protagonista e intérprete de primerísimo plano.
El pianista Simon Trpčeski tiene, es cierto, una muy buena trayectoria internacional a sus espaldas, que lo trae por primera vez a la Argentina, según las confidencias que comparte con el público, con motivo de este concierto de la OFBA (por supuesto gana el simpatía de la audiencia al hacer el esfuerzo de expresarse en un español muy audible y al informarle que miembros de su familia vivieron en Argentina hace como un siglo, durante veinte años. Simon Trpčeski grabó este mismo Concierto n.° 2 en 2010 con la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra bajo la dirección de Vasily Petrenko, por lo que está en terreno conquistado para su actuación en el Colón… que no tardó en reconocer su talento, incluso por aplaudir en un momento inadecuado, al final del primer movimiento de la obra.

Tras un larguísimo momento de concentración que alerta al público de la dificultad de interpretar una pieza como esta, se suceden los tres movimientos del Concierto n.° 2, destacando las cualidades dinámicas de la OFBA puesta en las experimentadas manos de David del Pino Klinge. Su dirección es a la vez flexible, fluida y alborozada. Los contrastes del primer movimiento revelan una orquestación redonda y cálida, con vientos ligeros y flexibles, percusiones equilibradas, matizadas con gran precisión. El toque del pianista, luminoso y denso, muestra una agilidad notable de la mano derecha y una gran flexibilidad de la mano izquierda. El final perfectamente sincrónico de este movimiento, en ritmo y volumen, da fe de una preparación impecable. La nostalgia llorosa del segundo movimiento, ejecutado por una dirección fluida, se pone de relieve por la gracia de los colores orquestales de una belleza pura y diáfana. Las notas más altas que se escapan del piano solo tocan admirablemente, y esta es la firma de un gran solista que doma la acústica del Colón, la reverberación del sonido que se despliega con rara elegancia y sutileza. El tercer movimiento comienza con un ligero paso en falso en el primer golpe de percusión que carece de precisión. No obstante, llama la atención el virtuosismo risueño de Simon
Trpčeski, que acompaña con cabeceos el garbo de sus volutas sonoras y busca visiblemente la complicidad concertada con los músicos de la orquesta, presentándose casi como un rival del director que mantiene un nivel de ejecución preciso y al mismo tiempo altura de las circunstancias. Fiel a una tradición pianística rusa particularmente flamante y extravagante, Simon Trpčeski interpreta la última nota emitida de pie, ante el solista, corporalmente muy expresivo en su interpretación, arroja al público con un gesto grande y decidido el ramo de flores que le entrega, en el estilo de una rockstar, ¡desencadenando un «oooh» de asombro en el público! Acompañado del primer violonchelista de la OFBA, Simon Trpčeski regala un bis, Vocalise, pieza interpretada con mucha delicadeza e introspección, que nos hace lamentar ver salir del escenario del Colón a este sorprendente pianista macedonio.


En la segunda parte de la velada, la presentación del director David del Pino Klinge, que ve en la Sinfonía n.º 6 de Chaikovski un «poema sinfónico», augura una dirección magistral. Desde el principio, hermosos matices de volumen atestiguan una dirección esbelta y enérgica, que dan a esta sinfonía su grandiosidad, su fuerza expresiva y su majestuosidad. El director, totalmente atento a sus intérpretes, guía, alienta y tranquiliza al mismo tiempo, en un diálogo gestual constructivo y meticuloso con la orquesta, sus manos orientan y sugieren, suscitando mandatos precisos y fundados. El entusiasmo de la OFBA es palpable y halaga a la audiencia con los colores contrastantes que emanan del colectivo de instrumentistas, todas familias de instrumentos que encuentran en el surco trazado por su director una forma de realización musical que convence a la audiencia. La búsqueda de un tenue y frágil equilibrio, de un movimiento a otro, de una atmósfera a otra, construye la gracia del conjunto. Los espléndidos colores oscuros de los graves del último movimiento hacen estéticamente de la OFBA un gran cuerpo agonizante del que destaca especialmente la solemnidad de los cobres y el dramatismo de las cuerdas.
Quizás es el rescate de las grandes veladas musicales: el público lucha por retener su entusiasmo, interviniendo los aplausos, como en la primera parte, demasiado pronto, sin dejar que el silencio recupere sus legítimos derechos antes de que se manifiesten las reacciones de júbilo que emanan de todos los bancos del Teatro.