Con dos prestigiosos invitados, el trompetista israelí-ruso Sergei Nakariakov y el pianista español Javier Perianes, la Camerata Bariloche embarca a un público entusiasta hacia un destino que es el de la música europea del siglo XVIII:
Este sexto número del Festival Argerich 2023 tiene un interés doble. Por un lado, permite escuchar un ensamble argentino de calidad, dirigido por César Bustamante y dedicado a la música de cámara barroca, clásica y romántica (entre otros repertorios del siglo XX). Por otro lado, el segundo mérito de esta orquesta de cámara, poco presente en la actualidad musical argentina, es ofrecer un programa de perfecta coherencia que avanza cronológicamente desde el Concierto de Brandeburgo Nº 5 en Re Mayor de Bach (compuesto hacia 1721) hasta el Concierto para violonchelo n.° 1 en do mayor de Haydn (1762), que de camino nos lleva al Concierto para piano n.° 21 en do mayor (1785) de Mozart.
Paisajes rococó
La ligereza del aire acompaña a Bach en su Concierto Brandeburgo. Los once músicos de la Camerata Bariloche, encabezados por su director, decidido y escrupuloso con los tiempos, encuentran un buen equilibrio de volumen. La melodía, sabrosa y juguetona, ve su color adornado por mily una atenciones del clavecinista que lucha y marca el camino a seguir, pase lo que pase, mientras la batuta de César Bustamante le da un rumbo, una dirección clara y decidida. Detrás de su teclado, Fernando Cordella es plenamente consciente del papel estructurador de su instrumento. La posición corporal del clavecinista es recta y su forma de tocar suele ser física y poderosa. Su entusiasmo despliega una destreza y un virtuosismo deslumbrante e impactante durante el solo que interpreta con gran dominio de su instrumento, con motivo del 1er movimiento. La inspiración lírica del clavicémbalo ofrece mucho volumen como matices de brillantez. El rococó de las líneas desarrolladas dibuja extravagantes paisajes en movimiento en una dimensión pictórica casi palpable en el aire. La Camerata Bariloche también se ilustra en la languidez del 2° movimiento, como un amanecer que acuna el despertar de dos viajeros (el violín de Freddy Varela Montero y la flauta de Claudia Nascimento) que ven sus cuerpos, y quizás también sus miradas, enredar, entrelazar. El 3er movimiento acentúa este protagonismo del violín y la flauta que se unen al clavicémbalo en pie de igualdad. Cada uno de los instrumentistas que los hacen cantar, encuentra entonces una forma de unidad redescubierta.

Tras un breve descanso, Haydn y su Concierto para violonchelo N° 1 forman la 2ª etapa de este viaje musical iniciático. Siete nuevos instrumentistas-viajeros se unen al ensamble, entre ellos el solista Sergei Nakariakov: el soplo de su fliscorno da inmediatamente tanto energía como pátina satinada al sonido de este carruaje real que gana en profundidad y relieve, como el paisaje sonoro que estos mismos ocupantes esculpen. Nótese que el fliscorno está en lugar del violonchelo, es una versión transpuesta (el fliscorno desarrollada por el célebre Adolphe Sax, inventor del saxofón, es un instrumento nacido en el siglo XIX, lo que hace del músico ruso que lo maneja con gran tacto y precisión, un especie de viajero del futuro).

La suavidad y la calidez del instrumento calientan los corazones. Los arpegios y saltos de octava se ejecutan con un dominio técnico impresionante (1er movimiento). El solo de Sergei Nakariakov manifiesta la pureza y el refinamiento extremo de las líneas melódicas desplegadas con brío y bordeadas de finos matices. El equilibrio entre el solista y la orquesta, notable durante el 2º movimiento, es de César Bustamante, quien preparó su hoja de ruta con gran inteligencia y precisión. Su dirección es a la vez lúdica y vivaz en el 3er movimiento y fortalece los cimientos de una orquesta que avanza en su avance en el siglo.

Camino del Clasicismo
Para la 3ª etapa de este viaje musical, todo está listo para abrirse a un destino más lejano, el Clasicismo de Mozart con su Concierto para piano Nº 21. Además del solista Javier Perianes, y mientras Sergei Nakariakov ha dejado el frente del escenario con atronadores aplausos al final de la secuencia anterior, hay otros cuatro músicos adicionales que vienen a enriquecer las filas de la orquesta, incluido un percusionista que marcará este progreso con perspicacia.

Una hermosa unidad general da el volumen necesario para la exhibición de esta llamativa pieza, aunque uno puede lamentar el color a veces un poco anodino de las líneas trazadas por el piano. Además, es menos el pianista que el instrumento mismo lo que parece estar en cuestión. El sonido de la cola grande del Steinway es un poco opaco y carece de brillo. Si da gravedad (en los dos sentidos del término) al conjunto, tira de la partitura hacia colores que aún miran hacia el barroco, en sintonía con la partitura. Sentimos en Mozart, por la estructura y la tonalidad del 1er movimiento, una influencia de los maestros del pasado, aquellos que precisamente ocuparon la 1ra parte de esta trayectoria en la transición del Barroco tardío al Clasicismo. En su solo, la interpretación de Javier Perianes mezcla, de forma bastante atrevida, la austeridad y la gravedad por un lado y la fantasía risueña por otro, jugando el juego de esta transición entre dos épocas y dos estéticas. El 2º movimiento, solemnidad y delicadeza están al servicio de lo que será, a los ojos de la posteridad, uno de los grandes éxitos de la producción de Mozart. Los recursos de la orquesta, la búsqueda de matices introduce a un solista atento a la emoción, que despierta en el público con la suavidad de su toque. El 3er y último movimiento destaca la agilidad de la mano derecha del pianista, mientras que la dirección balanceada de César Bustamante da color a la orquesta. El pianista reencuentra brillantez en su interpretación y amplía la perspectiva del ensamble, como si el Clasicismo se hubiera eclosionado de repente por completo, dibujando un rostro que transformaría el transcurso del tiempo.
El despliegue de los últimos compases permiten a la orquesta enfatizar ese efecto, que acaba de pasar definitivamente una página en la historia de la música. Todos los participantes en este onírico viaje musical son recibidos calurosamente y aplaudidos por un público conquistado por la belleza y diversidad de los paisajes sonoros atravesados, de una orilla a la otra. Un solo punto de sombra es deplorable en este curso luminoso. En efecto, el aplauso casi sistemático entre los movimientos se ha convertido en una regla que se va generalizando: de los seis tiempos de paso de un movimiento a otro de las tres obras interpretadas, sólo quedó el paso del 2º al 3º movimiento de la primera pieza estrictamente silencioso. Autre temps, autres mœurs, dicen mis compatriotas