Libro:Francisco Ruiz Barlett Elenco:Agustina Cabo, Juan Cottet, Federico Heinrich, Mora Peretti, Manu Ramos, Nicolás Sousa Diseño de vestuario:Carol Peiretti Diseño de escenografía:Giuliano Benedetti Realización de escenografia:Giuliano Benedetti Redes Sociales:Camila Castillo Fotografía:Nacho Lunadei Diseño gráfico:Lucila Gejtman Asistencia de dirección:Vera Noejovich Asistencia De Escenas:Silvina Ambrosini, Belén Rogé, Rita Tesler Prensa:Varas&otero Producción general:El Método Kairós Teatro Puesta De Luces:Samir Carrillo Dirección general:Matías Puricelli, Francisco Ruiz Barlett – Nuestra calificación: muy buena
La atmósfera que envuelve a “El Juego: Inicios” no es solo un despliegue de oscuridad escénica, sino una experiencia teatral que ahonda en el género del terror con una fuerza sorprendente. Desde que uno entra al teatro El Método Kairós, el aire pesado, el humo y la iluminación tenue presagian un desastre inminente, pero es en la trama, y sobre todo en el elenco, donde radica la verdadera magia de esta producción. Si la primera entrega de «El Juego» había dejado al público con escalofríos, esta precuela no solo los repite, sino que los trata de amplificar en cada uno de sus rincones.
Lo que convierte a “El Juego: Inicios” en una obra verdaderamente escalofriante no es únicamente el manejo preciso del suspenso, sino la capacidad de su joven elenco para dar vida a un texto que juega con los miedos más profundos. Agustina Cabo, Nico Sousa, Teo Delia, Juan Cottet, Mora Peretti, y Federico Heinrich conforman una generación de actores que parecen estar predestinados a dominar las tablas del teatro argentino, y lo demuestran en esta obra.
El guion de Francisco Ruiz Bartlett es un compendio de ingenio y horror. Mientras seguimos los primeros pasos de esta familia esotérica envuelta en maleficios y sacrificios, la tensión crece lentamente, apoyada por un trabajo escénico de primer nivel. Giuliano Benedetti, encargado de la escenografía, crea un mundo donde el gris es el único color, pero no uno que apacigua, sino uno que oprime y da paso a lo desconocido. Samir Carrillo, con un diseño de luces impecable, refuerza esa sensación de peligro inminente, subiendo y bajando la intensidad del terror con absoluta maestría.
La obra, que nos lleva al inicio de los horrores que vimos en la primera entrega de «El Juego», nos presenta a un grupo de amigos que, en su inocencia adolescente, deciden jugar a algo mucho más grande que ellos. Antonio, el personaje más serio y conocedor de la tabla Ouija, se convierte en la figura que arrastra a sus amigos hacia lo que pronto se revelará como una experiencia aterradora. Las bromas, risas y pequeñas tensiones románticas que dominan el primer acto pronto se desvanecen en un clima de miedo puro, que los directores Ruiz Bartlett y Matías Puricelli manejan con una pericia admirable.
No es fácil hacer teatro de terror, pero “El Juego: Inicios” lo logra con creces. La mezcla de humor y suspenso consigue atrapar al público desde el primer minuto, para luego sumergirlo en un abismo de inquietud. Los sustos están perfectamente dosificados, y aunque el género exige mantener al espectador al borde de la silla, lo que más impresiona es la sutilidad con la que se manejan los momentos más aterradores. Aquí no hay lugar para el sobresalto gratuito, sino para un terror que se va gestando lentamente, casi sin que nos demos cuenta.
Y cuando el miedo finalmente estalla, ya no hay vuelta atrás. “El Juego: Inicios” es una obra que juega con las emociones del público de manera inteligente, conduciéndolo de la risa al terror en cuestión de segundos, para luego dejarlo suspendido en una sensación de incomodidad que dura hasta el final. La complicidad que se genera entre los personajes y el público es tan efectiva que, cuando llega el desenlace, la sensación de catarsis es ineludible.
En resumen, “El Juego: Inicios” es mucho más que una obra de teatro. Es un viaje a lo más profundo de nuestros miedos, con un elenco que se atreve a explorar un género complejo y lo hace con un talento que merece ser aplaudido. El terror tiene futuro en el teatro argentino, y está en las manos de estos jóvenes actores, cuya promesa es tan grande como el escalofrío que dejan en el espectador.