Nuestra calificación: buena
¿Quién es Robbie Williams? Si no tienes idea, bienvenido al club, porque Better Man , la última locura de Michael Gracey ( The Greatest Showman ), no te lo va a aclarar. En lugar de eso, te lanza a un circo de tres pistas donde el ex Take That se presenta como un mono con complejo de Sinatra y una voz en off que suena como si hubiera gargareado grava y tequila. “Así me veo a mí mismo”, gruñe, mientras Jonno Davies, atrapado en un traje de captura de movimiento, le da vida a este primate que parece escapado de un zoológico de pesadillas. Es El rey león con cocaína, Gorilas en la niebla con lentejuelas, y una biopic que se ríe en la cara de la dignidad. Y nosotros, pobres mortales, estamos atrapados viéndolo.
Gracey, que parece incapaz de hacer algo sin convertirlo en un espectáculo de fuegos artificiales, toma la vida de Robbie —esa mezcla predecible de infancia miserable, papá gruñón y una carrera que es básicamente una realidad de sexo, drogas y karaoke— y la revuelve en un batido de plátanos y delirio. Aquí no hay transformación mágica: Robbie no se quita el pelaje para revelar al “verdadero” ídolo pop. No, señor. Este mono se queda mono, relajándose como un mono en celo mientras se tambalea entre groupies y botellas. Es tan serio que da risa, y tan ridículo que casi lo compras. Davies y la voz cascada de Williams hacen que este Frankenstein digital sea más creíble que el 90% de las estrellas humanas en sus biopics almibaradas.
La película sigue la fórmula de toda biopic musical como si fuera una receta de supermercado: ascenso meteórico, caída en picada, redención con aplausos. Pero Gracey la adorna con un nivel de demencia que haría sonrojar a un payaso psicótico. Una escena nos tiene en un drama obrero grisáceo, como si Ken Loach se hubiera colado en el set, y al siguiente estás en un número musical que parece coreografiado por un mono borracho con un presupuesto ilimitado. “Come Undone” es Robbie huyendo de Take That en una persecución automovilística que grita Rápido y Furioso , solo para terminar ahogándose en un lago rodeado de paparazzi que parecen hienas con cámaras. Luego llega “Rock DJ”, una orgía de bailarines en Regent Street donde Take That muta de boy band a tropa de simios fashionistas, cambiando de vestuario como si fueran concursantes de RuPaul’s Drag Race . Es tan absurdo que igualmente nos dan ganas de aplaudir .
Y ahí está el toque satírico: Robbie, el autoproclamado “mono actor”, se regodea en su propia caricatura. Sus demonios no son sutiles; son clones de sí mismo, mirándolo desde la multitud como un coro de primates gruñones, empujándolo a aspirar, beber y meterse en líos mientras su novia Nicole Appleton (Raechelle Banno) pone cara de “¿por qué sigo con este simio?”. Hay un momento glorioso donde este mono, vestido con un traje espacial que parece robado de un videoclip de los 80, llora sobre una montaña de cocaína como si fuera el rey de la selva destronado.
Better Man es un desastre glorioso, una sátira accidental de un hombre que nunca supo si era una estrella o un chiste. Robbie se burla de sí mismo con una ironía que rosa lo patológico: un mono lloriqueando en un club mientras una groupie le hace favores, un primate en crisis existencial cantando baladas de estadio. Es una banana lanzada a la cara del género biográfico, y uno lo devora aunque huela raro. Así es Robbie Williams: un simio con carisma, tropezando en la cuerda floja entre el ridículo y la redención. Que siga el show, y que alguien le pase un peine...