De S. Asher Gelman (traducción: Gustavo González)
Dirección: Luis Porzio
Producción ejecutiva: Adrián Lázare
Intérpretes: Laurentino Blanco (Axel), Fernando Cuéllar (Josh), Santiago García (Darius)
Vestuario: Fernando Cuellar
Diseño de luces: Gisela Marchetti
Fotografía: Nacho Lunadei
Diseño gráfico: Juano Lavega Rooney
Asistencia de dirección: Juan Manuel Vázquez
Un matrimonio gay invita a un tercero a compartir su cama. Pero luego del sexo, se desarrollan relaciones por separado entre ambos miembros del matrimonio y el tercero lo que da lugar a dificultades, secretos, ocultamientos, celos, reyertas, discusiones, enojos, enamoramientos ignorados, no dichos, intuidos y finalmente descubiertos, así como un final indeciso y conflictivo.
Obra autobiográfica (https://www.sashergelman.com/#about), pone en juego y hace recordar que Freud, ya antes de la “vuelta del siglo” (del s. XIX al s. XX) propusiera en su medio que la histeria masculina existía, lo que dio lugar a uno de los numerosos rechazos que habría de sufrir en su progresiva investigación y descubrimiento. Con las sucesivas modificaciones de lo que se ha dado en llamar “envoltura sintomática” ocasional y siempre cambiante, los mecanismos en juego continúan operando aún cuando la diversidad sexual y las múltiples posibilidades de la relación objetal hayan atravesado las cortinas del medio social de turno; ello no obsta para que el inconsciente siga operando sus tretas al margen de lo sabido, y que el deseo sea terco, porfíe y tenga efectos imprevisibles.

Precisamente, hacia el final aparece un momento significativo que podría pasar inadvertido, y sin embargo sorprende al introducir una cesura en la narrativa, una silenciosa irrupción que indican el tránsito a otra escena; en el momento en que el más joven del matrimonio se encuentra bajo las sábanas y se va quitando las prendas, su esposo entra en la habitación para retirarse de inmediato. Con cada pieza de vestimenta que cae, se produce un nuevo ingreso y otra retirada, hasta que nada queda. ¿Se trata de una posible entrada en la dimensión fantasmática con su insistencia repetitiva?
Más allá de las escenas de desnudos frontales a iluminación plena, sexo, o la ducha como elemento icónico, la obra esencialmente comienza o se desarrolla después de las mismas, en las que no parece haber obstáculos, tropiezos o impedimentos de ninguna índole durante el goce (¿una idealización, acaso?), sino en el arduo y complejo “a posteriori”.
Lo que está fuera de toda duda es el absoluto compromiso de los tres intérpretes con su labor en escena, lo que determina la fluidez y espontaneidad de su interacción e intercambios, desde la intimidad hasta el choque. Desde luego, mérito del director de escena y de todo su equipo de colaboradores.
Para quien no encuentra obstáculo en preconceptos que limiten la mirada, un espectáculo para valorar y reflexionar más allá de la pantalla de la superficie visual rutilante.