martes, 30 de septiembre de 2025
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La Llamada: Un Musical Bizarro Donde Dios es… ¡Banana!

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Autores: Javier Ambrossi y Javier Calvo. Adaptador: Pablo Del Campo. Director general: Juanse Rausch. Director musical: Gaspar Scabuzzo. Elenco: Flor Jazmín Peña, Juli Castro, Leticia Siciliani, Mariano Saborido y César “Banana” Pueyrredón. Coreografía: Martu Loyato. Escenografía: Tati Mladineo y Luli Peralta Bo. Iluminación: Facundo David. Vestuario: Javier Ponzio. Sala: Teatro Astros (Av. Corrientes 746). Funciones: martes a las 20.   Nuestra calificación: muy buena.

Antes de que el crítico formal se calce su traje de solemnidad, soy el Dr. Merengue y les confieso lo que él callaría: La Llamada, en el Teatro Astros, es una sumatoria bizarra que divierte de principio a fin, y uno termina la función entonando «Conociendote» junto a César “Banana” Pueyrredón, elevado aquí nada menos que a la categoría de Dios. Sí, señoras y señores: en Buenos Aires, el Todopoderoso canta baladas pop y sonríe al estilo de los ochenta.

La obra de Javier Ambrossi y Javier Calvo, fenómeno en España y ahora en Argentina bajo la adaptación de Pablo Del Campo y la dirección general de Juanse Rausch, se revela como un musical inclasificable que mezcla comedia juvenil, exaltación del disparate y destellos de ternura. El guión, desfachatado y pícaro, encuentra en esta puesta porteña una energía renovada que se alimenta de lo kitsch y lo convierte en complicidad con el espectador, sin mayores aspavientos en su texto.

La dirección musical de Gaspar Scabuzzo marca el pulso y aporta frescura a cada número, mientras que la coreografía de Martu Loyato potencia la fisicalidad de un elenco que no se guarda nada. A esto se suma una escenografía dinámica diseñada por Tati Mladineo y Luli Peralta Bo, junto con la iluminación vibrante de Facundo David y el vestuario imaginativo de Javier Ponzio, que arman un espacio visualmente explosivo, colorido y cómplice de la trama.

En cuanto al elenco, la juventud en ella: Flor Jazmín Peña y Juli Castro encarnan la naturalidad y frescura a las protagonistas, logrando una química entrañable que sostiene el arco emocional de la obra. Sus interpretaciones cantadas y actuadas transmiten la vitalidad de la adolescencia en conflicto, y cada una encuentra su momento para ganarse el aplauso de la sala. Leticia Siciliani, con su gracia desfachatada, se convierte en el motor cómico indispensable: cada gesto, cada inflexión, cada intervención suya arranca carcajadas inmediatas. Mariano Saborido brilla en su papel de la «madre superiora» guía espiritual entre la devoción y el desconcierto, componiendo un personaje que roza lo absurdo pero sin perder humanidad.

Flor Jazmín Peña , Juli Castro, Leticia Sicialiani y Mariano Saborido. Foto gentileza @josejauree

Y finalmente, la gran jugada de esta versión: César “Banana” Pueyrredón como Dios. Su aparición es el momento más inesperado y, al mismo tiempo, el más celebrado. Su presencia en escena no solo genera un guiño nostálgico para varias generaciones, sino que además encarna a un Dios entrañable, irónico y ridículamente encantador, siempre bajo las canciones de Whitney Houston. Es imposible no invoucrarse en esos temas y, al mismo tiempo, terminar canturreando sus melodías como si fueran himnos divinos.

Cesar «Banana» Pueyrredón (Dios) . Foto gentileza Alejandro Chaskielberg

Desde una mirada técnica, La Llamada funciona gracias a su ritmo sostenido, la claridad en el trazo de los personajes y la inteligencia de un montaje que no teme al exceso. Pero, y aquí vuelve mi voz, queridos lectores: esta obra no se analiza, se vive como una fiesta disparatada y luminosa. Se ríe, se canta, se aplaude y se sale con la sensación de haber compartido un ritual bizarro y liberador.

En definitiva, La Llamada en Buenos Aires es un espectáculo fresco, delirante y profundamente divertido: un musical que convierte lo absurdo en ternura y lo kitsch en celebración. Uno entra al Astros esperando un entretenimiento simpático y sale con el ánimo elevado, con Banana convertido en divinidad pop y con la certeza de que, al menos por una noche, el disparate fue la forma más sagrada de la felicidad.

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