Wolfgang Amadeus Mozart: Misa en do menor K. 427. Solistas: Mélissa Petit – Soprano I. Patricia Nolz – Soprano II. Anthony León – Tenor. José Coca Loza – Bajo. Il Canto di Orfeo. Jacopo Facchini – Maestro del Coro. Les Musiciens du Prince — Mónaco
Gianluca Capuano – Director. Sala: Iglesia de San Pedro. Nuestra calificacion: muy buena
La Misa en do menor, K. 427 de Mozart, esa obra inacabada y sin embargo monumental, fue presentada en una versión majestuosa durante el Festival de Verano de Salzburgo 2024, en la emblemática Felsenreitschule, por Les Musiciens du Prince – Mónaco, bajo la dirección del refinado Gianluca Capuano.
Esta interpretación, que había sido ya ovacionada en Pentecostés, volvió en una suerte de “segunda venida” estival con toda su potencia intacta. Capuano impuso una lectura de precisión quirúrgica y al mismo tiempo profundamente espiritual. Los tempi ágiles, los acentos barrocos bien calibrados y una paleta dinámica cuidadosamente administrada hicieron de esta misa una experiencia tanto intelectual como emocional.
La elección de finalizar con el Kyrie adaptado al texto del Agnus Dei, eludiendo la reconstrucción de Levin, aportó un cierre solemne, coherente y fiel al aura inacabada de la obra.
El conjunto orquestal, nacido bajo el impulso de Cecilia Bartoli, brilló como pocas veces: equilibrado, articulado, noble. Especialmente en los pasajes fugados, donde el rigor contrapuntístico encontró cuerpo y alma.
Los coros —Il Canto di Orfeo y Bachchor Salzburg— ofrecieron un bloque sonoro impecable, luminoso y vibrante, con una dicción transparente que permitió a Mozart reverberar en cada rincón pétreo de la Felsenreitschule.
El cuarteto solista, encabezado por Mélissa Petit, ofreció una versión lírica, refinada y bien ensamblada. La voz de Petit se destacó con brillo en el Christe eleison, mientras Patricia Nolz, Anthony León y José Coca Loza aportaron matices complementarios y homogéneos.
Fue, en definitiva, una velada que honró la misa incompleta con una interpretación… absolutamente completa.
Dr. Merengue:
¡Mozart volvió a Salzburgo en pleno verano y se armó la misa más caliente de la temporada!
Capuano se paró frente a su orquesta como si fuera el mismísimo San Pedro con una batuta en lugar de llaves. Movimientos ágiles, sin anestesia, pero con ternura celestial. Nada de academicismo frío: esto fue música viva, que entraba por los oídos y te revolvía la conciencia.
Les Musiciens du Prince no son una orquesta: son una nobleza musical. ¡Qué manera de sonar! Barroco sí, pero con esteroides. ¡Y qué bien que suena el historicismo cuando no suena a museo!
Los coros… ¡benditos coros! Entre el Bachchor y los muchachos de Il Canto di Orfeo, armaron una catedral sonora que le dio envidia al mismísimo Dom de Salzburgo.
Y los solistas cumplieron su parte con decoro. Aunque digámoslo sin culpa: Mélissa Petit se los comió en un pan de gloria. Dulce, exacta, flotante. A Nolz a veces se la tapaba un poco, pero no desentonó. Coca Loza, firme como un roble bávaro, y León, preciso como relojito suizo.
¿Conclusión?
Salzburgo, sol, turistas con programas en la mano… y un Mozart que, a pesar de dejar su misa incompleta, nos dio una lección completa de eternidad.
Mozart volvió a su casa, en pleno verano, y reinó como el único verdadero príncipe del festival.
Capuano junto a sus solistas y su corte monegasca pusieron la música. El milagro lo hizo el genio.