viernes, 26 de septiembre de 2025
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Tosca, del esplendor al desconcierto – Latvijas Nacionālā Opera

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Federico GINZBURG NATALUCCI
Federico GINZBURG NATALUCCI
Nacido en 1998, es un joven guitarrista argentino y licenciado en dirección orquestal por la Universidad Nacional de las Artes. Estudió Guitarra Clásica en el conservatorio Juan Pedro Esnaola y comenzó sus estudios de dirección orquestal en la Universidad Católica Argentina. Se desempeñó como director de orquesta, arreglador, maestro interno, asistente de Reggiseur, orquestador, copista, archivista y curador para el Teatro Avenida, Teatro Empire, Centro Cultural Konex y Orquesta de Cámara del Congreso. En el año 2020 recibió un subsidio de parte del Fondo Nacional de las Artes y el Ministerio de Cultura para llevar a cabo actividades de divulgación musical y formación de público. Es miembro de la comisión directiva de la Associazione Richard Wagner di Avellino y editor de las Newsletter de la Wagner Society of Scotland. En 2024 recibió el sponsor honorífico de la Richard-Wagner Verband International, RWV Scotland, RWV Avellino, Roma y Ravello por la relevancia de la investigación de su tesis de grado. Realizó seminarios de posgrado en filosofía neoplatónica dependientes de la UNAM, UNLP y UBA, así como, participó de las formaciones filosóficas de Prometheus Trust (Reino Unido). Ha ofrecido cursos y conferencias sobre repertorio sinfónico y operístico alemán así como, conferencias de mistica hebrea y filosofía platónica en relación a la música clásica para Suecia, Italia, España, Argentina y Chile.

Tosca, opera en tres actos. Música: Giacomo Puccini. Libretto: Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. The Latvian National Opera Orchestra, The Latvian National Opera Chorus, Riga Cathedral Boys Choir, The Latvian National Opera Extras. Director musical: Jānis Liepiņš.  Regia: Dmitry Bertman. Cast: Floria Tosca: Dana Bramane. Mario Cavaradossi: Raimonds Bramanis. Scarpia: Jānis Apeinis. Cesare Angelotti: Rihards Mačanovskis. Sacristan: Krišjānis Norvelis. Spoletta: Dainis Kalnačs. Sciarrone: Kārlis Saržants. Gaoler: Juris Ādamsons. Producción general: Latvijas Nacionālā Opera un Balets. Nuestra calificación: Buena.

El pasado 24 de septiembre de 2025 tuve el agrado de asistir al prestigioso Teatro Nacional de la Ópera en Riga para ver una auténtica producción local del electrizante título de Puccini. La puesta es una reposición de hace dos décadas: se estrenó en 2004, tuvo una reposición en 2020 y actualmente se presenta por segunda vez.

La velada ofreció, en primera medida, uno de los puntos destacables que encontramos frecuentemente en los teatros del este de Europa: su marcada tendencia a elencos pura y exclusivamente locales. Esto conlleva al disfrute y conocimiento en profundidad de la riqueza y nivel de artistas que el país tiene para ofrecer.

Bajo la dirección musical del Mtro. Jānis Liepiņš, la orquesta desempeñó una excelente ejecución de la partitura. Ya desde el estridente preludio nos encontramos con una sonoridad plena y arrolladora en la sección de metales, sin temor a los fortissimi más pronunciados, que exponen la visceralidad dramática de la obra. Sin faltar correctos balances durante la velada, la ejecución se destacó por un perfecto sentido de fraseo, una justa medida de rubato y una sentida sonoridad por parte de la cuerda. Merecida mención especial para los primeros atriles de la fila de violoncelli, que interpretaron un formidable ensamble durante el cuarteto del tercer acto. La batuta de Liepiņš estuvo marcada por una clara dirección interpretativa que acompañó la concertación con los cantantes de manera perspicaz, dando lugar al desarrollo vocal y dramático que cada rol exigía.

La joya de la noche

Sin lugar a dudas, por su desempeño completo, una ejecución vocal notable, con un interesante color y buena proyección de la voz, en conjunto con una interpretación dramática apabullante, la figura de la noche fue el Scarpia de Jānis Apeinis. Su desenvoltura escénica, marcada por un tajante sentido de apropiación de las cualidades del rol, nos ofreció todo lo que esperamos de un Scarpia: frialdad, manipulación, arrogancia. Aun en sus momentos más sentimentales ligados a Tosca, la oscilación dramática del personaje fue magistralmente llevada a cabo.

En el rol de Floria Tosca, la soprano Dana Bramane cautivó al público ya desde el primer acto con sus escenas de celos hacia Cavaradossi. Pero, tal como el drama lo requiere, estuvo reservado para el segundo acto la verdadera puesta en escena de todo su arsenal actoral y vocal, en vistas de la compleja posición con la que debe lidiar el personaje. Fue destacable la transformación escénica de aquella Tosca del primer acto, más simple y naíf, con aquella Tosca del segundo acto que, poco a poco, toma dimensión de la oscura escena en la que se encuentra. La soprano Bramane, junto a Apeinis, fueron durante este acto los responsables de llevar a una ebullición dramática colosal, acompañada por la sólida y precisa dirección del Mtro. Liepiņš. De tal modo que, ya para el arribo del célebre “Vissi d’arte”, se respiraba dentro de la audiencia aquel silencio de “inmersión dramática”, del cual el público sólo forma parte cuando se presenta un perfecto desempeño conjunto desde el foso al escenario. Bramane ofreció una interpretación delicada del aria que, a través de su gran homogeneidad sin fisuras en todo el registro de su instrumento, lució junto a su atractivo timbre vocal, con buen sentido del fraseo y agradable vibrato. Sin embargo, pudiendo optar por una interpretación con mayor amplitud y riqueza de matices, la soprano letona se mantuvo en un terreno seguro.

Ahora bien, respecto al tenor Raimonds Bramanis, en el rol de Mario Cavaradossi, cabe mencionar el desempeño un tanto deslucido del primer acto, marcado por un exceso de tensión vocal que proyectaba una emisión particularmente forzada. De este modo, el aria “Recondita armonia” resultó principalmente tirante. Sin embargo, a partir del segundo acto, el tenor logró acomodarse vocalmente, hasta ofrecernos en el acto final una correcta interpretación del aria “E lucevan le stelle”.

Una puesta como el Titanic, un lujo que se hunde

Fenómeno verdaderamente singular es el propuesto por la puesta del regisseur Dmitry Bertman. La misma se presenta con un tono tradicionalista en el primer y segundo acto, donde podemos observar la iglesia de Sant’Andrea della Valle, con una iluminación de estilo barroco que permite ver los muros con impronta de mármol y una sacristía iluminada a velas muy bien lograda. A su vez, en el segundo acto, como es de esperar, los eventos se desenvuelven en una amplia sala dentro del Palazzo Farnese, sin imprevistos, con un sutil juego de luces bien atinado y ajustado al drama.

En términos generales, la enorme tensión dramática de la noche se dispuso unánimemente sobre este segundo acto, donde cada elemento, tanto escénico como musical, estuvo perfectamente dispuesto para dar lugar al crecimiento de dicha tensión. Sin embargo, rompiendo toda lógica esperada, luego del asesinato de Scarpia y, en concreto, al retorno del tercer acto, la idea escénica viró completamente hacia un absurdo. De este modo, el Castel Sant’Angelo fue representado por una escena de corte onírico que combinaba la puesta del acto anterior, en el Palazzo Farnese, yuxtapuesta con una prisión de carácter un tanto moderno. Tosca, por su parte, recorre el escenario durante toda la primera mitad del tercer acto como una suerte de fantasma. Esta situación plantea una realidad doble: por un lado Tosca, y por el otro, Cavaradossi y el Castel Sant’Angelo.

Tosca, abandonando el principal carácter que rodeó al personaje en los dos actos anteriores, se pasea bailando, haciendo mímicas y emitiendo gritos sordos hacia el público. El único concepto destacable es el que se observa durante el aria de Cavaradossi “E lucevan le stelle”, donde Tosca abraza al Cavalier como si fuera desde otro plano de la realidad. Sin embargo, las constantes pantomimas de Tosca rompen con el desarrollo dramático de la ópera, al punto de perderse por completo ese hilo conductor tan maravillosamente dado entre los dos primeros actos. Pero la consumación de este craso error de concepto escénico no está sino al final, en el fusilamiento de Mario. Durante todo este acto todavía tenemos en escena el cadáver cubierto de Scarpia, tendido sobre el piano-escritorio donde es apuñalado en el acto anterior. Una vez que las realidades se unen y Tosca se despierta de su ensueño —efecto poco feliz, ya que su versión onírica expulsa del escenario al resto de los prisioneros para quedar sola con Cavaradossi—, el reencuentro de la pareja carece absolutamente de sorpresa.

De mal en peor, luego de comentarle a su amante la salida esperada, no solo no hay pelotón de fusilamiento, sino que es la propia Tosca quien dispara un arma que le es dada por un soldado, apuntando hacia el cielo. Los prisioneros que habían vuelto a escena huyen con el ruido del disparo, incluyendo a Cavaradossi, a quien habíamos perdido de vista minutos antes. Así, las palabras finales de Tosca quedan totalmente perdidas, sin contexto escénico, ya que no hay cuerpo en ningún sitio, salvo aquel de Scarpia, que todavía sigue allí, senza puzzare ancor. Finalmente, Tosca corre el manto que ella misma había puesto sobre el cadáver de Scarpia en el acto anterior, grita simulando que ahora ese cadáver es el de Cavaradossi y huye para lanzarse desde una ventana de la prisión. En definitiva, la riqueza dramática que se construyó durante los primeros actos fue totalmente hundida en un acto lleno de confusión y caos, que estorbó cada aspecto del drama de todas las maneras posibles.

La noche concluyó con una sensación agridulce que pareció sentirse en el propio saludo del público.

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