Por Sergio Sosa Battaglia / Giselle Kesler
MAR DEL PLATA, Argentina, 7 de noviembre 2025. Es mediodía en el Festival Internacional de Cine, y entre cafés, entrevistas y flashes, se impone la figura de Tonatiuh, el actor mexicoamericano que ha sacudido Hollywood con su interpretación de Molina en la nueva versión musical de El beso de la mujer araña, dirigida por Bill Condon y coprotagonizada por Diego Luna.
Conversamos con él en la terraza del hotel, en una charla que se mueve entre política, arte y verdad.
– Tonatiuh, empecemos por algo que parece simple, pero no lo es. ¿Quién sos?
Mira, la mitología de Tonatiuh habla del sol del cambio. Y la gente suele decir que uno termina siendo lo que su nombre anuncia. Yo no creo en las casualidades. No puedo dividir mi arte de mi política: para mí, son la misma cosa. Tengo una pasión enorme por la igualdad y una especie de anátema hacia la injusticia.
– ¿Y cómo comenzó esa historia con la actuación?
Cuando sos un niño femenino en una cultura que no celebra ni la feminidad ni la mezcla de energías, actuar se convierte en una forma de sobrevivir. Mis padres son inmigrantes, y en Estados Unidos serlo es, todavía, una especie de prueba constante. Tenés que adaptarte, cambiar de idioma, de piel, de voz, de energía. Desde muy joven practiqué eso sin saberlo: el arte de transformarme.
Después vinieron las clases de actuación y entendí que podía hacerlo mejor, más consciente, más rápido. Estudié en la Universidad de California hace ya más de diez años. Desde chico era un cinéfilo empedernido: el cine me dio refugio, pero también me abrió mundos. Con Miyazaki viajé a Japón, con Almodóvar a España… y entendí que el cine podía ser mi pasaporte emocional.
– Toda esa formación, toda esa sensibilidad que contás, parecen confluir en El beso de la mujer araña. ¿Cómo nació tu Molina?
Todo empezó con el guion. Lo leí varias veces hasta que comprendí que tenía una oportunidad única: convertir en protagonista a una persona genderqueer, alguien que rompe los moldes. Pensé: la fobia nace del miedo a lo que no entendemos. Y el cine tiene el poder de enseñarte el alma de alguien que quizá nunca conocerías en tu vida real.
En la película hago tres versiones del yo: una masculinidad clásica al estilo Gene Kelly, un Molina sin género que combina ambas energías, y finalmente, una feminidad total en el número Only in the Movies. En dos horas atravieso todo el espectro del género. Entonces pregunto: si yo puedo hacerlo en dos horas, ¿qué puede hacer cada persona con toda una vida?
– En este 2025, ¿cómo percibís el movimiento queer dentro del arte y la industria?
El cambio es visible, pero las resistencias persisten. Durante décadas, Hollywood vivió la mentira de las máscaras: actores homosexuales obligados a fingir, a esconderse. Ahí tenés el caso de Rock Hudson, símbolo de virilidad pública y de represión privada. Hoy, al fin, podemos contar otras verdades. Pero sigue existiendo una curiosidad morbosa sobre la vida íntima de los artistas, como si eso definiera nuestro valor.
Yo siempre digo: si fuera arquitecto, ¿a alguien le importaría con quién me acuesto? No. Entonces, ¿por qué al actor sí? Mi trabajo es construir almas, no chismes.

– ¿Cómo se vive eso dentro de Hollywood, entre lo político y lo artístico?
Hollywood sigue siendo un sistema profundamente controlado por intereses económicos. Los ejecutivos quieren asegurar el retorno de inversión, no necesariamente la verdad. Pero hay momentos en que el arte logra atravesar esa estructura.
William Hurt lo hizo en los ochenta, cuando filmó El beso de la mujer araña original, en plena crisis del SIDA. Usó su privilegio para honrar a una comunidad que estaba siendo demonizada. Hoy nosotros hacemos lo mismo: en un tiempo donde llaman “terroristas” a las personas trans o donde se expulsa a inmigrantes, nuestra película dice “te vemos, te queremos, te damos el tratamiento de Hollywood”.
– En el fondo, es una historia de amor…
Exactamente. Si le quitás el glamour, el musical y el artificio, lo que queda es el amor. Dos personas completamente distintas, encerradas, sin nada en común, se descubren al hablar, al dejar caer las máscaras. La vulnerabilidad es el precio de la conexión.
– Bill Condon logra esa sutileza: que el amor surja desde lo humano, lo simple. ¿Cómo fue trabajar con él?
Bill es un director de enorme intención. Desde Gods and Monsters o Kinsey, siempre exploró la sexualidad y la libertad desde un punto de vista profundamente humano. Nuestra relación fue de diálogo. No todos los directores te permiten disentir o proponer. Con él, sí.
Y además, hay algo generacional: él vivió un tiempo donde ser queer era peligroso. Yo pertenezco a una generación que puede alzar la voz. Y cuando esas experiencias dialogan, nace algo poderoso.
-Volvamos al proceso. ¿Cómo llegaste al papel de Molina?
TONATIUH: (Sonríe) Con mucha fe y poco tiempo. Fui el último en hacer la audición: un self-tape encerrado en un cuarto. Canté She’s a Woman en dos versiones, una camp y otra naturalista. El 2 de enero me llamaron: “No te muevas, te llevamos a Nueva York”.
Ensayé con Diego Luna, trabajé el tango con Sergio Trujillo y, sí, perdí 20 kilos en 45 días. Era una entrega física, emocional y espiritual.
– En tus palabras aparece constantemente la política, incluso cuando hablás de arte. ¿Te considerás un actor militante?
No sé si militante, pero sí un artista político. Porque el arte que no se compromete con su tiempo, miente. Mis padres, inmigrantes, sufrieron el peso de las fronteras. Hoy veo los mismos dolores repetirse: niños separados de sus madres, familias rotas por políticas crueles.
Nuestra película es un espejo: nos obliga a mirar lo que está pasando, a no escondernos detrás de la comodidad. El cine puede cambiar conciencias, pero primero tiene que atreverse a mirar.
– Este film toca fibras muy nuestras. Hay memoria, hay desapariciones, hay cuerpos silenciados.
Lo sé. Lo siento cada vez que camino por esta ciudad. No se puede hablar de El beso de la mujer araña sin hablar del contexto político argentino. Manuel Puig fue un exiliado. Lo expulsaron por escribir sobre el amor entre hombres. Y hoy estamos reabriendo esa conversación con orgullo, desde otro siglo, pero con la misma urgencia: la de nombrar lo que otros quisieron borrar.
-¿Y qué te llevás de este Festival de Mar del Plata, bajo este sol, frente a este mar?
Me llevo la calidez. La inteligencia de un público que entiende lo que hay detrás de cada escena. Y me llevo esperanza.
Porque si algo enseña esta historia es que, incluso en las celdas más oscuras, el amor puede ser una forma de resistencia.
Y así, entre la brisa del mar y la intensidad del sol marplatense, llegamos al final. Como entrevistadores, Giselle y yo agradecemos profundamente a Tonatiuh su generosidad, su luz, su arte y esa valentía de mirar de frente lo que muchos aún temen nombrar. Él sonríe, sereno, y con la convicción de quien sabe que el cambio ya comenzó, nos dice: “Gracias a ustedes. Y que nunca se apague este sol.”
El sol de Mar del Plata cae sobre la terraza del Festival. Los micrófonos se apagan, pero queda en el aire la certeza de haber asistido a algo más que una entrevista: un acto de revelación, un instante en que el cine y la verdad se reconocen frente al mar.
