Gran Bretaña puede jactarse de muchas cosas: su lengua expandida por el mundo, Shakespeare, la invención del fútbol, el imperio más importante del siglo XIX, sus navegantes, el pasto verde oscuro, sus bandas de rock y, también, su humor. Entre las muchas tradiciones humorísticas que existen, el humor inglés ocupa un lugar especial. Desde la sátira hasta lo absurdo en lo cotidiano, el tabú, la muerte y los funerales, su estilo siempre sorprende por la sutileza de su juego de palabras y el impacto inesperado del remate.
Es en este marco donde Tom, Dick & Harry, obra escrita por el consagrado Ray Cooney junto a su hijo Michael, sigue cosechando risas aún dos décadas después de su estreno. Aunque el texto no es precisamente una joya dentro de la prolífica carrera de Cooney, la versión presentada en Mar del Plata, con dirección de Nicolás Cabré y un elenco encabezado por Mariano Martínez, Yayo y Bicho Gómez, logra lo impensado: hacer de un guion mediocre un festín humorístico de primer nivel.
La historia es un enredo que se descontrola desde el minuto uno: Tom espera la visita de una mujer que evaluará a él y a su esposa como candidatos para adoptar un niño. Se supone que deben mostrar un hogar serio, estable y organizado, pero claro, todo se va al demonio. Su hermano Dick, con aspiraciones de traficante de poca monta, oculta en la casa un cargamento ilegal de teléfonos celulares y alcohol de contrabando. Mientras tanto, Harry, empleado de un hospital y con pocas luces, decide enterrar un par de cadáveres robados en el jardín para desvalorizar la propiedad y facilitar la compra de la misma. Porque, evidentemente, no hay mejor plan inmobiliario que llenar el patio de cuerpos.

El resultado es un vodevil británico que se sostiene gracias a su elenco, porque si dependiéramos del guion, la obra se desmoronaría como un castillo de naipes en un vendaval. Yayo y Bicho Gómez elevan la propuesta con una química explosiva: dominan la comedia física, el absurdo y la gimnasia verbal con una maestría digna de mejores materiales. Claribel Medina se luce con una presencia magnética, evocando a una Whoopi Goldberg en Ghost, mientras que Mariano Martínez, con su eterna pose de galán, encarna con solvencia al anfitrión del desastre.
El resto del elenco también cumple un rol fundamental en la maquinaria cómica de la obra. Gabriela Siri, como la esposa de Tom, aporta equilibrio entre el caos; Mili Schauer, en el papel del inmigrante ilegal, suma al delirio con un impecable timing cómico; y Jorge Noya, en la piel del policía, pone el broche de oro con su intervención, marcando los momentos clave para que este septeto actoral brille con luz propia.
La dirección de Nicolás Cabré es clave para transformar este disparate en un espectáculo hilarante. Su manejo del timing cómico es impecable, logrando que cada situación avance en una escalada de caos perfectamente orquestada. Todo está medido al milímetro: desde los «restos humanos» que aparecen y desaparecen hasta los diálogos que, por milagro, fluyen con un ritmo endiablado a pesar del material de base.
En definitiva, Tom, Dick & Harry en su versión marplatense demuestra que un elenco de primer nivel puede convertir un texto olvidable en un show digno de ovación. Esta comedia es el ejemplo perfecto de cómo actores brillantes pueden hacer magia incluso con un libreto que, siendo generosos, no pasará a la historia. Una carcajada tras otra, con un caos controlado que nos recuerda que en el teatro, el talento lo es todo.