domingo, 21 de septiembre de 2025
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Teatro Real (Madrid): IL TURCO IN ITALIA de Rossini, en una propuesta al mejor estilo «fotonovela de los 60» , con Oropessa y Esposito como principales – (crítica y video de la función)

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Don Geronio y Fiorilla personifican una pareja de clase media sumida en una vida monótona, enclavada en un tranquilo barrio residencial en las afueras. Fiorilla, poseedora de un espíritu rebelde y soñador, hallaba en la obsesiva lectura de fotonovelas románticas, tan en boga en la Italia de aquel tiempo, un refugio que en la actualidad evocaría en el espectador las pasiones desatadas por las series turcas y, en particular , por sus protagonistas masculinos como «Onur».

Lo que se despliega en el escenario puede interpretarse como el fruto de la desbordante imaginación de la protagonista femenina, insatisfecha con los halagos del solícito Don Narciso, su servidor leal, quien se entrega a ella con devoción. Es en ese contexto se enamora perdidamente de un exótico príncipe turco que hace escala en la ciudad, a tal punto que anhela abandonar todo para huir junto a él. En paralelo, Prosdocimo, el poeta, se convierte en un vecino entrometido y fisgón que, falto de inspiración para el libreto que está escribiendo, no duda en espiar desde su ventana a Don Geronio, un buen hombre, y a la traviesa Fiorilla.

El concepto escénico de Pelly resulta coherente y se acopla al espíritu de la obra original. La escenografía de Chantal Thomas, tanto funcional como onírica, resalta la idea de que lo que presenciamos no es más que una imitación de una de las fotonovelas que tanto seducen a la protagonista. El vestuario, un magnífico trabajo del propio Pelly, se adapta de manera perfecta a la psicología de cada personaje y a la época evocada. Y no se puede dejar de aplaudir la iluminación de Joël Adam.

No obstante, todo esto carecería de eficacia sin la destacada interpretación dramática y musical de los artistas, quienes se sumergen con destreza en el universo rossiniano, donde todos los elementos de la ópera bufa se suceden sin inhibiciones en todas las variantes y combinaciones posibles: las ágiles habilidades vocales y los ritmos frenéticos, la alternancia de recitativos secos y arias, dúos y números conjuntos, junto a la importancia de la acción en el escenario. Si la tarea de los cantantes consiste en transmitir emociones y no dejar al público indiferente, sin duda alguna, este elenco lo logra con creces, tanto que resulta superfluo criticar si las voces estaban más o menos repletas de armónicos.

Los solistas desprenden una frescura como vitalidad en sus respectivos personajes que resulta encomiable: la esposa coqueta y manipuladora, el esposo obstinado y afable, el galán engreído, el amigo del esposo que coquetea con la esposa, el escritor de folletines, la mujer herida en busca de restaurar su honor y recuperar a su amado. En este sentido, cualquier «deficiencia» vocal se convierte en una herramienta al servicio del personaje que encarnan.

Ya no se trata simplemente de cantantes que dominan, conocen y ejecutan su parte, sino que se metamorfosean de tal manera en sus personajes que resulta difícil concebirlos como su propia identidad cuando abandonan el escenario. Todos ellos brillan en sus roles, destacando la frescura orgánica de Alex Esposito (Selim), Lisette Oropesa (Fiorilla), Misha Kiria (Don Geronio), Edgardo Rocha (Don Narciso), Florian Sempey (poeta Prosdocimo), Paola Gardina (Zaida) y Pablo García-López (Albazar).

En el podio desde el primer compás, Giacomo Sagripanti – profundo conocedor del repertorio belcantista – insufló vida a una versión dinámica y exquisita que rescató la función del aburrimiento. La magnífica Orquesta Titular del Real se enfrentó valientemente a una partitura de difícil transparencia rossiniana, y el Coro Titular se desempeñó de manera excelente.

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