Autoría: Arístides Vargas. Dirección: Ana Padilla. Elenco: Alejandra Arístegui y María Seghini. Diseño Sonoro y música original: Ana Foutel. Vestuario: Sandra Li. Escenografía: Carlos di Pasquo. Luces: Fernando Díaz. Asistente de dirección: Laura Assieu. Dirección: Ana Padilla. Sala: Patio de Actores (Lerma 568 – C.A.B.A.). Funciones: sábado 18 hs. Nuestra calificación: muy buena
Flores arrancadas a la niebla, escrita por el renombrado dramaturgo argentino Arístides Vargas y presentada en el acogedor Patio de Actores (Lerma 568, Ciudad Autónoma de Buenos Aires), es una obra que destila poesía, humanidad y una profunda reflexión sobre el desarraigo y la resiliencia. Bajo la dirección de Ana Padilla, esta puesta en escena transforma un texto complejo y cargado de simbolismo en una experiencia teatral íntima y evocadora, protagonizada por las talentosas Alejandra Arístegui y María Seghini. La obra se destaca por su ambición artística, la solvencia de su dirección y el virtuosismo actoral, ofreciendo un viaje contemplativo que resuena especialmente con quienes aprecian el teatro poético y experimental.

La dramaturgia de Vargas: un desafío poético
La dramaturgia de Vargas es un desafío en sí misma, un mosaico de imágenes líricas que entrelazan la memoria, el exilio y la búsqueda de conexión humana. La historia se centra en Raquel, una bióloga racional y herida, y Aída, una fotógrafa intuitiva y vibrante, quienes se encuentran en una estación de tren suspendida en un limbo temporoespacial. Este no-lugar, que podría ser cualquier rincón del mundo marcado por la guerra o el desplazamiento, sirve como metáfora del desarraigo que atraviesa la obra. A lo largo de diecisiete escenas, las protagonistas pasan de la desconfianza a una complicidad conmovedora, compartiendo recuerdos, risas y pequeños actos de resistencia que celebran la capacidad del ser humano para florecer incluso en las circunstancias más adversas. El texto, con su prosa densa y su estructura fragmentada, exige una entrega tanto de los artistas como del público, pero su belleza radica en su capacidad para evocar emociones universales sin recurrir a narrativas convencionales.
Dirección de Ana Padilla: climas y atmósferas
Ana Padilla asume el reto de dirigir esta obra con una visión clara y arriesgada, logrando un equilibrio admirable entre la abstracción del texto y la necesidad de anclar al espectador en una experiencia emocional. Su dirección se distingue por la creación de climas envolventes que dan vida al universo de Vargas. La escenografía, minimalista pero poderosa, utiliza un andén despojado y baúles que evocan el peso del pasado, mientras que el diseño de iluminación alterna entre tonos fríos, que reflejan la incertidumbre del presente, y cálidos, que remiten a la nostalgia de los recuerdos. La músicade Ana Foutel, subraya los momentos más emotivos, actúa como un tercer personaje, tejiendo una atmósfera que envuelve al público y potencia la sensación de estar en un espacio fuera del tiempo. Padilla aprovecha al máximo la intimidad del Patio de Actores, un espacio que, con su cercanía al escenario, permite que cada gesto, mirada y pausa de las actrices se sienta profundamente personal, invitando al espectador a formar parte del viaje de Raquel y Aída.
Actuaciones: el corazón de la obra
Las actuaciones de Alejandra Arístegui y María Seghini son, sin duda, el corazón de esta propuesta. Arístegui, en el papel de Aida, ofrece una interpretación contenida pero cargada de matices, dejando entrever las capas de dolor y fortaleza que componen a su personaje. Su capacidad para transmitir la lucha interna entre la racionalidad y la vulnerabilidad es conmovedora, especialmente en momentos donde el texto le permite explorar el silencio como herramienta expresiva. Seghini, como Raquel, aporta una energía luminosa y espontánea que ilumina el escenario. Su personaje, con su humor pícaro y su sensibilidad a flor de piel, actúa como un contrapunto perfecto, creando un balance dinámico que mantiene la obra en movimiento. La química entre ambas actrices es excepcional: sus diálogos, que oscilan entre la tensión inicial y una complicidad ganada a pulso, están impregnados de autenticidad. Escenas como el intercambio de objetos que simbolizan sus pasados o los momentos de risa compartida, cargados de un absurdo sanador, son destellos de humanidad que trascienden la densidad poética del texto y conectan directamente con el público.

Aspectos técnicos: una atmósfera envolvente
El aspecto técnico de la puesta es otro de sus puntos fuertes. El diseño escenográfico, con su simplicidad, permite que la atención se centre en las actrices y en la atmósfera, mientras que el uso de la iluminación y la música en vivo refuerza los cambios emocionales de la narrativa. La elección del Patio de Actores como espacio escénico es un acierto absoluto: la cercanía con el escenario intensifica la experiencia, haciendo que el público se sienta inmerso en el mundo de la obra. Cada detalle, desde el sonido de un tren lejano hasta la textura de los baúles, está cuidadosamente pensado para apoyar la visión de Padilla y la esencia del texto de Vargas.
Flores arrancadas a la niebla es una propuesta valiente que combina un texto poético de gran riqueza con una dirección sensible y actuaciones de primer nivel. Ana Padilla, junto a Alejandra Arístegui y María Seghini, logra dar vida a un universo donde el dolor y la esperanza coexisten, aprovechando la intimidad del Patio de Actores para crear una experiencia teatral única. Aunque su naturaleza abstracta puede requerir una disposición especial por parte del espectador, la obra recompensa con momentos de belleza y humanidad que permanecen mucho después de que se apagan las luces. Es una celebración del teatro como espacio para la reflexión, la poesía y el encuentro.