lunes, 22 de septiembre de 2025
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Teatro: EL SUELO QUE SOSTIENE A HANDE, un alarido político contra la hipocresía

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Autor: Paco Gámez. Versión: Corina Fiorillo. Dirección: Corina Fiorillo Intérpretes: Payuca, Mario Alarcón, Mariana Genesio Peña, Marcelo Savignone, Paula Mbarak, Antonia Bengoechea, Diego Gentile, Gustavo Pardi, Inda Lavalle, Sofía Diéguez y Tomás Pol. Vestuario: Marlene Lievendag y Micaela Sleigh. Escenografía: Marlene Lievendag y Micaela Sleigh. Iluminación: Ricardo Sica. Música: Tomás Pol. Coreografía: Marcelo Savignone. Audiovisual: Moreno Pereyra. Sala: Teatro Regio  (Av Córdoba 6056). Funciones: jueves a domingos a las 20 h. Nuestra calificación: muy buena.

En el Teatro Regio, bajo el alero del Complejo Teatral de Buenos Aires, El suelo que sostiene a Hande estalla como un manifiesto político que no se doblega. Escrita por Paco Gámez y dirigida con una intensidad quirúrgica por Corina Fiorillo, esta obra, inspirada en la vida y el asesinato de la activista trans turca Hande Kader (2016), es un rugido que desenmascara la hipocresía social: ¡Sepan, dejen de ser hipócritas! No es teatro para adormecer; es un tribunal donde el público enfrenta su silencio cómplice ante las vidas que el sistema aplasta.

El elenco, un ensamble feroz del teatro independiente, convierte cada escena en un acto de insubordinación. Payuca, como Hande, carga el peso de un texto políticamente incorrecto y lo transforma en un mito vivo. Ser la protagonista de esta obra implica encarnar una resistencia que desafía normas, leyes y la muerte misma. Payuca recorre el arco de Hande –de Jonás a activista, de marginada a mártir– con una presencia incendiaria, mezclando vulnerabilidad y furia en una danza que no pide permiso. Su actuación es un desafío al sistema que silencia, un grito que resuena en cada cuerpo disidente que lucha por ser. Sin su entrega absoluta, el texto, por audaz que sea, perdería su capacidad de golpear tan hondo.

Mariana Genesio Peña, por su parte, ilumina la escena con un monólogo que trasciende las palabras. Su interpretación es alquimia pura: toma un texto brillante, pero que en manos menos hábiles podría sonar hueco, y lo dota de una verdad que desgarra. Cada inflexión, cada pausa, cada mirada suya es un testimonio vivo de la lucha de Hande, un puñal que corta la hipocresía de una sociedad que alaba la diversidad en teoría mientras la pisotea en la práctica. Genesio Peña no recita; hace que el público sienta el costo de ser libre en un mundo que castiga la diferencia.

El resto del elenco –Sofía Diéguez, Mario Alarcón, Marcelo Savignone y más– entrega performances absolutamente impactantes. Sus diálogos, cargados de poesía y rabia, resuenan como ecos de las calles donde Hande luchó, mientras su fisicalidad –desde la danza expresiva de Savignone hasta los gestos precisos de Diéguez– poetiza la violencia y la esperanza. Cada actor aporta una voz única, tejiendo un tapiz de cuerpos disidentes que no piden aprobación, sino justicia.

La escenografía, diseñada con una austeridad deliberada por Marlene Lievendag y Micaela Sleigh, es un acierto que amplifica la crudeza del relato. Un suelo desnudo, salpicado de proyecciones de archivo –fotos reales, titulares, imágenes de protestas– crea un espacio que no decora, sino que confronta. No hay adornos superfluos; cada elemento, desde una silla solitaria hasta un tambor en escena, está al servicio de la narrativa. Las proyecciones, manejadas con precisión, no solo contextualizan la vida de Hande, sino que recuerdan al público que su historia no es ficción: es un eco de las violencias que persisten. Esta minimalismo escénico, lejos de ser limitante, convierte el escenario en un lienzo donde los cuerpos y las palabras del elenco pintan la resistencia.

La dirección de Corina Fiorillo es un acto de guerra estética y política. Rompe con la linealidad narrativa, estructurando la obra en “golpes” –ecos de las agresiones sufridas por Hande– que no solo marcan el tiempo, sino que golpean al espectador, forzándolo a sentir el peso de su inacción. Fiorillo equilibra la furia con la poesía, creando un montaje que es tan visceral como reflexivo. Su manejo del espacio y el ritmo es impecable: cada cuadro, cada silencio, cada movimiento está coreografiado para maximizar el impacto emocional y político. La directora no teme incomodar; al contrario, hace del malestar un arma para despertar conciencias.

El acompañamiento musical, liderado por el percusionista Tomás Pol, es el pulso vital de la obra. Desde el primer redoble, que resuena como un corazón que se niega a detenerse, hasta los crescendos que subrayan los momentos de mayor tensión, la música no es un fondo decorativo, sino un personaje más. Los tambores, combinados con sonidos electrónicos y ocasionales cuerdas, crean una atmósfera que oscila entre lo ritual y lo contemporáneo, evocando tanto las marchas de protesta como los lamentos ancestrales. Pol, en escena, interactúa con el elenco, haciendo que la música se sienta viva, orgánica, como un latido que sostiene la lucha de Hande. Este diseño sonoro no solo amplifica la emoción, sino que refuerza el carácter político de la obra: cada golpe de tambor es un llamado a la acción.

El texto de Paco Gámez, que entrelaza lo mítico (Antígona, Jonás) con la brutalidad del presente (redes sociales, leyes opresivas), es un arma que el elenco empuña con maestría. En un mundo que persigue a las disidencias –en Turquía, en Argentina, en todas partes–, El suelo que sostiene a Hande no es solo un homenaje: es un llamado a la insurrección. Al salir, con el pecho oprimido, el público lleva una certeza: callar es ser cómplice. Gracias a Payuca, Genesio Peña, un elenco titánico, una escenografía desnuda, una dirección implacable y un acompañamiento musical que resuena como un himno de resistencia, este suelo manchado de sangre nos sostiene, pero nos exige dejar de fingir que no vemos.

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