Esta nueva película del director Todd Field empieza con un tempo lento pero, desafortunadamente, no es ma non troppo. Cate Blanchett, quien interpreta a Lydia Tár, una aclamada directora de música a cargo de la Filarmónica de Berlín, aparece en una entrevista anodina a partir de la inminente aparición de su autobiografía. El diálogo con el entrevistador carece de gracia para todo aquel que conozca o haya leído al menos lo básico sobre el mundo de la clásica. Anécdotas como la del bastón de Lully, la persecución a Fürtwangler, se suceden sin orden aparente y resultan para el que esto escribe un sinfín de lugares comunes que ya todos conocemos.
El film empieza a levantar vuelo cuando Field se enfoca en describir los problemas sindicales de la orquesta, las idas y vueltas con el asistente de dirección y los resquemores y celos varios entre músicos que tan bien retratara Fellini en su magistral “Prova di Orchestra”. Field se detiene en varios momentos para retratar a Blanchett en el podio, y si bien esta es una actriz superlativa en sus gestos faciales, palidece cuando utiliza sus manos al conducir la orquesta, evidenciando buena intención pero nula expertise en la dirección orquestal. Lo que a ojos del neófito pasaría sin pena ni gloria, el habitué de conciertos lo encuentra molesto y le resulta un factor altamente distractivo en el discurrir de la obra (musical y fílmica).
Cuando Blanchett comience a mostrar qué se esconde detrás de la fachada de una carrera que con esfuerzo ha logrado construir, la atención del espectador ya está en su máximo nivel. La relación romántica que mantiene la directora con la concertino de la orquesta, y la inquietante aparición de una joven y bella violonchelista dispuesta a integrar la orquesta a partir de un concurso a ciegas pero viciado (Blanchett cambia su veredicto al escuchar el ruido de sus tacos al dejar el escenario) son sin duda las dos subtramas más interesantes de la película. Hacia el final, se muestra un intento algo fallido por reflejar los ecos del “Me too”, y otra vez aquí la referencia a hechos harto conocidos como el caso de Levine resulta forzada y aburrida. La trágica historia que la directora mantuvo con una antigua becaria de la orquesta no termina de convencer, y así se apagan las luces, se evaporan los sonidos, y culmina una película que creemos en manos de otro director o guionista hubiera llegado, ya que estamos en Venecia, a mejor puerto.