¿Cómo llegó Pablo Trapero a filmar & Sons?
La pregunta no es menor si se recuerda que el cineasta que alguna vez retrató con lucidez los márgenes sociales del conurbano bonaerense —ese emergente áspero, a veces brutal, donde la indigencia y la sobrevivencia eran espejo y herida— decide ahora trasladar su cámara a otro territorio: uno hablado en inglés, protagonizado por un elenco internacional y sostenido por una producción de escala global.
En & Sons, Trapero parece dejar atrás la urgencia del realismo social para adentrarse en una narración más contenida, quizás más universal, pero no menos humana. Lo fascinante es cómo, aun en este nuevo contexto, su mirada sigue filtrando los claroscuros de la condición humana: la paternidad, la culpa, la pertenencia, los vínculos que se rompen y los que, pese a todo, resisten.
El film, adaptación de la novela de David Gilbert, gira en torno a Andrew Dyer (Bill Nighy), un prestigioso escritor londinense que vive recluido en una mansión de estilo georgiano en las afueras de Londres. Su vida parece suspendida entre la gloria literaria y el vacío íntimo. La fama, los premios y los homenajes lo rodean, pero dentro de esas paredes silenciosas se gesta una tormenta: la relación con sus hijos está rota, y su propio legado comienza a desmoronarse cuando un secreto sale a la luz.
Trapero logra una puesta sobria, elegante, donde la cámara parece observar más que intervenir. Ya no hay villas ni rutas polvorientas, sino jardines ingleses, pasillos de bibliotecas antiguas y un aire húmedo que parece impregnarlo todo. Pero detrás de esa distancia, el mismo pulso de siempre: la mirada del director sobre los vínculos humanos y las pequeñas miserias cotidianas.
El elenco se convierte en el verdadero sostén emocional del film. Bill Nighy despliega una actuación de esas que rozan la perfección: medida, casi musical, sin una nota fuera de lugar como Andrew Dyer, el novelista al que todos recuerdan con amor y rencor a la vez. A su alrededor, George MacKay (Jamie Dyer), Johnny Flynn (Richard Dyer) y Noah Jupe (Andy Dyer) conforman el triángulo filial que arrastra viejas deudas afectivas y resentimientos: Jamie, el hijo mayor; Richard, el que canaliza la rabia; Andy, el joven fruto de una relación extramatrimonial que pone en jaque la narrativa familiar.
Y es Imelda Staunton, en el rol de Isabel Platt —la exesposa—, quien se convierte en la presencia punzante que obliga a mirar las heridas no cicatrizadas. Su confrontación con Nighy atraviesa la película: Staunton no interpreta, desmonta. Hay una escena —una conversación a media voz en la cocina de esa mansión inglesa, bajo una luz gris y casi otoñal— que podría resumir toda la filmografía de Trapero: la culpa y el amor, mirándose con cansancio. Anna Geislerová aporta, por su parte, la figura de Gerde, la empleada checa que observa todo desde la distancia doméstica, y Arthur Conti suma el pulso de la generación más joven como Emmett, sobrino que simboliza una posible continuidad.
Desde el punto de vista visual, & Sons apuesta por una paleta tenue, de grises y ocres, casi literaria. El diseño de producción y la música de Gustavo Santaolalla —sí, otro argentino acompañando este salto internacional— refuerzan la textura melancólica del relato. Hay ecos de The Father, de Notes on a Scandal y de The Remains of the Day, pero también algo inconfundiblemente traperiano: la mirada moral detrás de lo cotidiano.
En definitiva, & Sons no es una película sobre un escritor: es sobre el precio de contar la verdad. Trapero, que alguna vez filmó a hombres que sobrevivían al margen de la ley, ahora filma a uno que sobrevive al margen de sí mismo.
DR. MERENGUE (desde el foyer, copa en mano)
«¡Ah, caray, don Pablo! ¡Mire nada más cómo se nos volvió británico el muchacho de El bonaerense! Ahora filma entre jardines húmedos, retratos victorianos y copas de jerez. Pero le diré algo: aunque el decorado cambie y el té reemplace al mate, su ojo sigue igual de feroz. Esa cámara suya todavía busca la grieta donde se esconde la verdad humana. Brindo por eso —con gin tonic, eso sí, que ahora estamos en Londres».
