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Paquito (la cabeza contra el suelo): un relato de nuestro imaginario popular que desafía al tiempo y al olvido.

LECTURA RECOMENDADA

Dramaturgia: Natalia Casielles Idea original: Juanse Rausch

Actúan: Nicolás Martin – Maiamar Abrodos – Lucía Adúriz Bravo – Matías López Barrios Pianista: Sebastián Sonenblum Letras de canciones: Teo López Puccio, Natalia Casielles, Juanse Rausch Composición musical: Teo López Puccio Dirección musical: Dino Pérez Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini Diseño de iluminación: Facundo David Diseño de escenografía: Laura Copertino y Marcos Di Liscia Adaptación de escenografía: Laura Copertino y Carmen Auzmendi Coreografía: Mijal Katzowicz Asistencia técnica: Lola López Menalled/ Jhonatan Céspedes Roncalla Diseño gráfico: Martín Gorricho Adaptaciones gráficas: Karina Hernández Producción: Alejandra Menalled Dirección: Juanse Rausch Teatro Metropolitan, Jueves 20,15. Nuestra calificación: buena

Paquito es un recorrido por la intimidad del extravagante y creativo Paco Jamandreu, figura clave de nuestra cultura popular, pero también un personaje que fue armando su vida con el hilo de sus sueños. Bajo la dirección de Juanse Rauch y dramaturgia de Natalua Casielles que navega entre lo poético y lo testimonial, la obra nos plantea una pregunta incómoda: el público joven que colma la platea conoce a este personaje y a otros que aparecen como fantasmas de un pasado que se ha vuelto remoto: Azucena Maizani o Fanny Navarro? O quizás sería más comprendida por un público mayor o especializado en esos tiempos de nuestro cine de oro y del auge del tango?

La puesta en escena se sumerge en la estética de un cabaret decadente mezclado con flashes de memoria. Plataformas móviles, luces de neón (diseñadas por Laura Cupertino y Marcos Di Liscia) y coreografías a cargo de Mijal Katzowicz crean un ambiente donde lo real y lo onírico se confunden. La iluminación de Facundo David guía nuestra mirada desde la euforia de los años triunfales a la melancolía de sus noches solitarias. La vida del diseñador se narra como un cuento típico de superación desde la niñez provinciana hasta el éxito y casi una modesta gloria, donde los espectadores -especialmente los jóvenes- son invitados a descifrar si ese mundo de plumas y glamour, escándalo y resistencia todavía tiene algo que decirnos.

Nicolás Martín es Paco y encarna a Jamandreu con una mezcla de ironía y autocompasión desgarradora. Su interpretación no busca la mera imitación sino la comprensión de un personaje visible e invisible entre las glorias ajenas: confidente de Eva Perón, diseñador y amigo de estrellas, pero también un queer avant la lettre, un audaz en una sociedad que lo toleraba sólo como una caricatura. Lucía Adúriz Bravo, en múltiples roles, funciona como puente entre el pasado y el presente: su versatilidad desafía al público a reconocer en esos personajes secundarios de la farándula o fantasmas anónimos el eco de luchas actuales.

Música y dramaturgia: la música original de Teo López Puccio, interpretada en vivo por Sebastián Sonenblum, no es un acompañamiento básico sino un lenguaje que opera directamente en la trama. Canciones que oscilan entre el tango desgarrado y ritmos electrónicos contemporaneos van marcando la distancia y la tensión entre la época de Jamandreu y hoy. La dramaturgia de Casielles, basada en las memorias del diseñador plantea directamente el dilema de narrar la vida de alguien que fue a su vez protagonista y espectador de su propio mito. Las escenas fragmentadas -como recuerdos de una resaca de champagne- invitan a los jóvenes a cuestionar qué historias merecen ser rescatadas del olvido.

Jamandreu: Un desconocido necesario?
La obra no elude su esencia paradojal: rescata un ícono cuya relevancia podría ser opaca para quiénes no vivieron su época. Sin embargo, en la paradoja radica su valor. Al mostrar a Jamandreu como un fantasma que deambula entre otros fantasmas, la obra plantea si las nuevas generaciones pueden reconocer en él a nuevos personajes disidentes que integran sus propias luchas. Temas como la construcción de una identidad sexual diferente, la soledad en la fama y la resistencia cultural se permean en escenas que aunque ambientadas en la década del ’50, dialogan ahora con hashtags y banderas de orgullo actuales.

Paquito: en definitiva es un espejo roto que aún refleja.
No es una obra nostálgica sólo para espectadores mayores sino un acto de resistencia de la pequeña historia contra el olvido.

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