ROMANCES: Martin Oro (contratenor), Dolores Costoyas (Teorba). Programa: Anónimo S.VII (Manuscrito Guerra), Tono humano – A quién me quejaré António Marques Lésbio (1639-1709) Ay dolor, quão mal me tratas Anónimo (Cancionero musical de Elvas) S.VII Pues quexar sé Bellerofonte Castaldi (1580-1649) La Follia Juan Hidalgo (ca. 1616-1685) ¿Quién es amor? Bellerofonte Castaldi
Passeggio Claudio Monteverdi (1567-1643) Oblivion soave Claudio Monteverdi Si dolce è il tormento Benedetto Ferrari (ca. 1603-1681) Quando prendon riposo Benedetto Ferrari Amor, io mi ribello Alessandro Piccinini (1566-1683) Corrente Prima
Giulio Caccini (1551-1618) Dolcissimo sospiro Benedetto Ferrari Deggio Amarvi Benedetto Ferrari Al fin dell mar d’amore Giacomo Carissimi (1605-1674) Vittoria, mio core! Étienne Lemoyne (1640-1715) Allemande Joseph Chabanceau de La Barre (1633-1678) Si c’est un bien que l’espérance Joseph Chabanceau de La Barre Sospiri Joseph Chabanceau de La Barre Quand on vous dit, que l’on vous ayme. Sala: Auditorium Instituto Magnasco (Gualeguaychú). Función: sábado 16 de Agosto 18 hs. Nuestra calificación: muy bueno
El sábado pasado, el salón del Instituto Magnasco en Gualeguaychú se transformó en una cápsula barroca de rara perfección con la tercera función del Festival La Sarmiento en Concierto. El título de la velada, Romances, prometía un itinerario de afectos, de melancolías y exaltaciones, y cumplió con creces gracias a la complicidad artística entre el contratenor Martín Oro —ese suizo-argentino capaz de tornar cada palabra en carne sonora— y la laudista Dolores Costoyas, que con su dominio de la tiorba parece urdir telarañas de oro para atrapar al oyente desde el primer acorde.
—¡Y vaya telarañas! —se me escapa con la voz de Dr. Merengue—, esa tiorba no acompañaba: sometía, acariciaba, disciplinaba a todo un auditorio que quedó quieto, como alumnos ante su maestra de música celestial.
El programa, sabiamente concebido, recorrió la riqueza de las lenguas romances a través de arias y tonos humanos de los siglos XVII y XVIII. Nada de repertorio complaciente, nada de fáciles concesiones: aquí se apostó a lo sustancial. Las piezas anónimas del Cancionero Musical de Elvas, como A quién me quejaré o Pues quexar sé, inauguraron la travesía con un aire de confesión íntima, donde la voz de Oro, tersa y expresiva, se deslizaba sobre el tapiz grave y profundo de la tiorba de Costoyas. El silencio del público no era pasividad, era reverencia: esa clase de recogimiento que sólo provoca la música cuando toca fibras hondas.
—Y ojo, que aquí no había ni escenografía, ni pantallas LED, ni regisseurs con ansias de protagonismo —ironiza Merengue—. Lo único que se puso en escena fue la verdad desnuda de la música. ¡Y eso, créanme, vale más que cien producciones de festival “importante”!
La complicidad entre ambos alcanzó un primer momento de clímax en La Follia de Bellerofonte Castaldi, donde Costoyas desplegó variaciones de una riqueza rítmica casi vertiginosa. El público asistía a un duelo implícito entre el virtuosismo y la emoción, y allí el barroco mostró toda su modernidad: la danza y la introspección conviviendo en un mismo latido. En ¿Quién es amor? de Juan Hidalgo, la voz de Oro se tornó fuego íntimo: proyectaba un dramatismo contenido, sin excesos, logrando esa alquimia que sólo los grandes contratenores poseen, donde la palabra no se canta, se pronuncia como si la emoción hablara por sí sola.
La segunda parte del concierto ascendió todavía más en intensidad con las páginas de Claudio Monteverdi. Oblivion soave y Si dolce è il tormento fueron verdaderos poemas sonoros: Oro, dueño absoluto de los matices, parecía dictar las emociones al oyente, que se dejaba conducir por la marea de la música. La tiorba de Costoyas, en un diálogo perfecto, no fue mera acompañante: fue cómplice, eco y contrapunto.
—Y lo digo sin tapujos —añade Merengue—: aquí Monteverdi sonó con más autenticidad que en ciertos teatros europeos donde lo disfrazan de modernidad hueca. En Gualeguaychú, ¡Monteverdi volvió a ser Monteverdi!
El punto más revelador de la noche fue Passeggio de Castaldi, en versión solista de Costoyas. Allí la sala se suspendió en un aire ingrávido, donde la tiorba se erigió como un universo autónomo. Su interpretación, sutil y monumental al mismo tiempo, recordó por qué Costoyas es referente mundial en instrumentos históricos. El público quedó hipnotizado, atrapado en esa urdimbre de cuerdas que no sólo resonaban: respiraban.
El tercer bloque incluyó joyas como Dolcissimo sospiro de Giulio Caccini, íntima como un susurro, y culminó en una apoteosis con Vittoria, mio core! de Carissimi, donde la química entre ambos artistas alcanzó su cénit. La sala, hasta entonces contenida, estalló en aplausos espontáneos: ese raro milagro de la música que no sólo se escucha, sino que enciende la piel. El final, con las páginas francesas de Lemoyne y Chabanceau de La Barre, cerró la velada con un aire de melancolía luminosa: piezas como Si c’est un bien que l’espérance y Quand on vous dit, que l’on vous ayme fueron un suave epílogo que acarició el alma.
El Instituto Magnasco, con su atmósfera íntima, fue marco perfecto para esta alianza de barroco y emociones. Y aquí hay que decirlo con todas las letras: la Biblioteca Popular Sarmiento, organizadora del ciclo, no sólo trajo un concierto. Lo que está gestando con este proyecto es un verdadero hito. Porque este primer año del Ciclo La Sarmiento ya muestra la excelencia que se busca y se consigue, elevando el nivel cultural de la ciudad a una altura insospechada.
—Y yo lo firmo —ríe Merengue—: en este debut de ciclo, Gualeguaychú se dio el lujo de tener un concierto de calibre internacional, servido con la naturalidad de quien invita a cenar en casa. ¡Y pensar que en Viena o Salzburgo cobran fortunas por algo que aquí se recibió como un regalo!
La ovación final fue la prueba irrefutable: Romances no fue un simple recital, fue un acto de afirmación cultural. Una celebración de la música como lenguaje universal, capaz de hermanar a una ciudad con siglos de historia sonora. Oro y Costoyas ofrecieron algo más que técnica: ofrecieron humanidad.
—Y eso, mis estimados, es lo que queda grabado. No las notas perfectas, sino el corazón que late detrás de cada nota. Y en Gualeguaychú, esa noche, el corazón latió fuerte.