Ópera: G. Rossini, “LA SCALA DI SETA” (La escalera de seda)
Texto: Giuseppe María Foppa
Producción: Buenos Aires Lírica
Teatro: El Picadero
Dirección musical: Carlos David Jaimes
Puesta en escena: Cecilia Arias
Escenografía: Rodrigo Gonzales Garrillo
Vestuario: Julieta Harca
Iluminación: Ricardo Sicca
[zt_gallery dir=»criticas/050717″ width=»640″][/zt_gallery]
Reparto
Giulia: Constanza Díaz Falú
Dorvil: Sebastian Russo
Germano: Luis Loaiza Isler
Lucila: Guadalupe Maiorino
Dormont: Patricio Oliveira
La Scala di seta es una ópera bufa de G. Rossini, una ópera corta, una comedia de enredos. La universalidad del tema permite jugar con la puesta y justamente esto es lo que hace BAlírica.
Estas óperas cortas de Rossini se compusieron por conveniencia; él un empresario agudo, conocedor del medio, vio en estas producciones divertidas, ágiles y con menor necesidad de músicos y cantantes (orquesta reducidas y sin coro) una salida económica rentable.
Pero no todo es color de rosas, a pesar de ser cortas no dejan de ser complejas en lo musical, en lo vocal y especialmente en lo actoral.
Se necesita de un equipo de primera calidad, la partitura es compleja musicalmente y las coloraturas, arias y conjuntos no son para todos los cantantes. Sumado a eso, tienen que ser eximios actores, necesariamente la puesta debe poseer la dinámica para causar el efecto deseado en el público.
Diría que para estas producciones no solo hay que ser buen músico sino poseer lo que llamo el “gen Rossini”, llegar a las notas no necesariamente te hace un cantante rossiniano. Y esto lejos de ser un invento mío surge del mismo compositor y de la observación diaria de arquetipos. Rossini retrata la vida y los personajes que veía día a día, condimentando un poco, claro. Más fácil es ver esto en el teatro tradicional: dama joven, caballero, malvado etc.
La producción de BAlírica fue prolija, la puesta en escena de Cecilia Alías bien resuelta en el escenario del teatro Picadero (un lugar ideal para este estilo de ópera, reservado la acústica del lugar, yo escuchaba bien desde un lateral). La elevación del sobre escenario/habitación de Giulia fue acertado para la mejor audición de los cantantes. La utilización de la orquesta en la escena estuvo correcta y ayudó al desarrollo de la trama, además de mostrar las habilidades de los músicos. Los largos espacios de música en las arias y escenas obligan a reforzar la actuación y crear situaciones escénicas. Convengamos también que no todas la composiciones de un autor tienen que ser magistrales, no pondría esta ópera entre mis favoritas de Rossini.
Una pena que en esta ambientación “años 20” no hubiera mas elementos en la escenografía “art deco”, recurrieron a muebles franceses dorados, que finalmente fueron elegantes aunque muy pequeños; para algunas escenas resultaban ridículos, con los personajes tratando de esconderse…y claro, en este tipo de comedias resultan indispensables para los gags y entretelones.
El vestuario fue interesante en la protagonista pero se fue diluyendo en el resto del elenco. (Me quedé pensando si en la ópera es más difícil vestir a los hombres que a las mujeres, al contrario de la vida real….)
La orquesta fue muy correcta, como decía, estas partituras son difíciles. La rapidez, la agilidad y la afinación son imperiosos. Los tempos utilizados en la primera parte por el director fueron a mi criterio, lentos. Cristina Tartza fue una concertino líder, afinada. Pero la lentitud no ayudo al desarrollo jocoso de la obra. Además Rossini es tramposo en musicalizar óperas buffas con líneas musicales que no suenan tan divertidas, armonías menores y pasajes sombríos a veces dejan toda la responsabilidad del divertimento a los puestitas.
La iluminación ayudo a los cambios de escenas, esto no es fácil pero estuvieron atentos en todo momentos con los seguidores y las luces indicaban correctamente los cambios de tiempo y actos.
Giulia fue una solvente Constanza Díaz Falú, como decía no es sencilla la musicalidad de la partitura. Si bien no se notó la “química amorosa” con su Dorvil la performance fue pareja en toda la función.
Sebatián Russo fue Dorvil, un tenor con voz engolada, simpático en escena resolvió con medido histrionismo su participación sin dejarse eclipsar.
Germano fue Luis Loaiza Isler, especialista en tomar el escenario por asalto para lucirse en sus papeles de “soporte”. La voz se escuchaba correctamente y lucho con la escenografía para divertir al público.
Lucilla fue Guadalupe Maiorino, vocalmente la que menos me atrajo, no es un personaje cómodo, en la primera parte parece una criada y termina casándose con el protagonista, le costó lucirse, creerse el personaje.
Blansac fue Sergio Carlevaris, como parte de su escena aparecía como músico de la orquesta, detalle no menor, ya que si no me equivoco tocaba la flauta y todo en la orquesta (¡), un gran despliegue que no ayudó en el resto de su participación, ni en lo vocal ni en lo actoral. Correcto musicalmente no llegó al personaje.
Dormont fue Patricio Olivera, el que menos se escuchó vocalmente, el vestuario ampuloso no lo favoreció en la trama y termina diluyéndose sin causar efecto.
“La scala di seta,” por BAlírica un emprendimiento correcto pero finalmente sin el ADN Rossiniano. Disfrutable pero no divertido.
Como dirían los chicos hoy en día fue una puesta en estilo, pero sin “onda”.