¿Es lícito que una película como Mountainhead, la nueva criatura de Jesse Armstrong, se mofe de nuestra patria, Argentina, con la saña de quien patea a un herido? Esta comedia negra, estrenada en HBO Max, convierte a nuestro país en el chiste recurrente de cuatro magnates tecnológicos —caricaturas grotescas de Musk, Zuckerberg y sus secuaces— que, desde una mansión en las nieves de Utah, planean comprar Argentina como quien adquiere una finca en remate. Con Steve Carell, Jason Schwartzman, Cory Michael Smith y Ramy Youssef al frente, la cinta pretende ser un bisturí satírico sobre el tecnofeudalismo, pero su burla iracunda hacia nuestra nación la transforma en un puñetazo que indigna más que divierte. Es un espejo deformado que refleja el desprecio global hacia un país en crisis, y aunque tiene momentos de genialidad, su crueldad gratuita contra Argentina deja un sabor amargo.
¿Por qué Argentina? La burla que apuñala el alma nacional
Desde el arranque, Mountainhead clava su garra en el corazón de nuestra patria con una crueldad que no disimula. Los cuatro ricachones —Randall, Souper, Venis y Jeff— se carcajean de Argentina como si fuera un chiste de sobremesa. “Argentina es un caos. Se está hundiendo. Su banco central es una farsa”, sueltan con desprecio, mientras planean “comprar” el país como quien adquiere una baratija en un mercado de pulgas. ¿Por qué Argentina? Porque somos el blanco fácil, el país que el mundo ve como un circo de hiperinflación, gobiernos tambaleantes y sueños rotos. La película no solo se ríe; nos humilla, pintándonos como un estado fallido, un laboratorio para las criptoestafas y los delirios libertarios de estos oligarcas digitales. Frases como “¿Y si tomamos Argentina y un par de naciones en decadencia más?” o “Un estado frágil como Argentina es perfecto para nuestro nuevo orden” no son solo sátira; son un escarnio que resuena con la imagen que el Norte Global tiene de nosotros: un pueblo al borde del abismo, listo para ser devorado por los buitres del capital.
Esta burla no es un accidente. Mountainhead elige a Argentina como su punching bag porque nuestra crisis es un cliché global, una caricatura que no requiere explicación. Cada mención de nuestro país —y son muchas— es un puñal que se clava en nuestra dignidad, amplificado por referencias a una “criptoestafa” que evoca debates reales sobre experimentos neoliberales y monedas digitales en nuestra tierra. Es como si Armstrong hubiera hojeado titulares de los últimos años y decidido que Argentina, con su inflación galopante y su fragilidad política, era el chivo expiatorio perfecto para su sátira. Para los argentinos, ver nuestra patria reducida a un meme en la boca de estos magnates es un dolor que trasciende la ficción: es el eco de un mundo que nos ve como un chiste, un terreno baldío para los caprichos de los ricos.
El circo de los ricos: un juego cruel con nuestra patria
El núcleo de Mountainhead es un retrato de estos cuatro titanes jugando a ser dioses en un mundo que colapsa por su propia IA desbocada. Mientras discuten deepfakes, criptomonedas y el caos global, Argentina aparece una y otra vez como su trofeo, un peón en su partida de Risk. “¿Compramos Argentina?”, dice uno, como si nuestra nación fuera una ganga en una subasta. La idea es clara: para estos oligarcas, nuestro país no es más que un experimento, un lugar para probar sus fantasías de control mientras el resto del mundo arde. Pero la película no profundiza en esta crítica; se regodea en la crueldad de sus chistes, sin ofrecer la agudeza que hacía de Succession un escalpelo moral.
Steve Carell, como Randall, el patriarca obsesionado con subir su alma a la nube, es un huracán de patetismo y arrogancia, robando escenas con su mezcla de ridículo y desesperación. Jason Schwartzman, como Souper, el “pobre” con 500 millones, inyecta una inseguridad venenosa que brilla en los momentos de tensión. Cory Michael Smith y Ramy Youssef, aunque solventes, son eclipsados por un guion que prefiere las pullas fáciles a la profundidad. La dirección de Armstrong es funcional, pero carece del brío necesario para que la mansión de Utah se sienta como el escenario de una tragedia.
Una sátira que hiere, pero no corta
Mountainhead quiere ser un bisturí, pero es más un martillo. Los diálogos, marca registrada de Armstrong, chispean con veneno, pero la sátira cae en la trampa de la obviedad. Los magnates son caricaturas, no personajes, y su desprecio por Argentina, aunque efectivo como provocación, se siente gratuito. La película critica el poder desregulado de la IA y las redes sociales, pero no ofrece una reflexión que trascienda el chiste fácil. Para los argentinos, la cinta es un trago amargo: cada burla sobre nuestra patria duele porque no es solo ficción, sino un eco de cómo el mundo nos ve.
¿Vale la pena?
Mountainhead es un espectáculo que entretiene e indigna, pero no ilumina. Es una sátira cruel que pisotea a Argentina mientras los ricos se ríen desde su Olimpo digital.Lamentablemente es un recordatorio de que, en el tablero global, nuestra patria sigue siendo el chiste de los poderosos.