lunes, 22 de septiembre de 2025
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Mitridate, re di Ponto, Salzburgo 2025: Un Mozart Truncado por la Timidez Escénica

LECTURA RECOMENDADA

Adam Fischer, director de orquesta. Birgit Kajtna-Wönig. Semi-puesta en escena. Vídeo de Mara Wild Pene Pati Mitridate. Sara Blanch Aspasia . Elsa Dreisig Sifare . Paul-Antoine BénosDjian Farnace. Julie Roset Ismene . Seungwoo Simon Yang Marzio . Iurii Iushkevich Arbate. Orquesta del Mozarteum de Salzburgo . Rupert Furleigh Fortepiano/Director de Estudios. Funcion: 4 de Agosto 2025. Nuestra calificación: buena

Por un crítico tradicional (y su otro yo, que pide un Krug con hielo y un poco de fuego escénico)

Salgo del Haus für Mozart con las notas de Mitridate, re di Ponto girando todavía en mi cabeza, como un móvil de cristal en medio de una tormenta de genio. Mozart tenía apenas 14 años cuando escribió esta ópera seria, pero ya mostraba una madurez melódica que desarma cualquier condescendencia. Lo que no mostró madurez fue la producción que el Festival de Salzburgo decidió presentar: un híbrido sin coraje, una semi-escenificación que ni emociona ni se compromete.

Ádám Fischer, al mando del Mozarteumorchester Salzburg, parece haber firmado una partitura con apuro de oficina pública. Dirige con limpieza, sí, pero sin una gota de pathos. La obertura chispeó con elegancia, y el acompañamiento fue pulcro, pero los tempi acelerados arrasaron con las posibilidades de pausa emocional, de tensión dramática. En arias como “Pallid’ombre”, lo que debería ser desgarro fue mero trámite con florituras.

El elenco fue el verdadero sostén de la velada. Pene Pati, como Mitridate, es un tenor con nobleza vocal y agudos que incendian el aire; “Vado incontro al fato estremo” fue un llamado al aplauso sincero. Sara Blanch domina las coloraturas con prestancia, pero en los momentos líricos quedó lejos del corazón. Elsa Dreisig, por su parte, fue el alma vibrante de la noche: su Sifare encontró verdad, emoción y esa rara honestidad que se canta desde el centro del pecho. Paul-Antoine Bénos-Djian, como Farnace, mostró musicalidad, aunque sus graves apenas susurraban donde debían rugir.

Y luego está lo otro. Lo que duele. La visión escénica de Birgit Kajtna-Wönig, que fue menos una “visión” que un desenfoque. Esta semi-escenificación parece pensada para no molestar, para no arriesgar, para no invertir: los intérpretes apenas se mueven, apenas actúan. Están vestidos como si fueran a un cóctel de marketing. Las pasiones políticas y familiares de la obra —el padre traicionado, los hijos divididos, el amor disputado— se deshacen entre movimientos anodinos, en una nada visual que empobrece el drama.

Y mientras camino por Getreidegasse, buscando dónde apagar la decepción con una buena cena, mi otro yo, el Dr. Merengue, se me aparece entre las vitrinas de salchichas gourmet y me lo dice sin vueltas:

“¿Esto era ópera o un ensayo con traje de gala?”

Me siento en una terraza, pido un prosecco Krug —maldita costumbre de uno— y empiezo a rumiar lo que en la sala no me animé a gritar: ¡Esto no fue una ópera, fue un recital de lujo atrapado en un PowerPoint de alto presupuesto!

Fischer dirigió como si se le acabara el turno en el estacionamiento. La Dreisig divina, sí. El Pati un señor rey. Pero todo lo demás… ¿Y el teatro, muchachos? ¿Dónde está el drama que te arrastra del cogote y te deja sin aliento?

¿Semi-escenificación? Semi-estafa.
El Dr. Merengue enciende su sarcasmo como un habano:

“¿No hay dagas? ¿No hay escenografía? ¿No hay veneno? Al menos que me rellenen el Krug con algo más fuerte…”

Y mientras llega mi cena —un Wiener Schnitzel que promete más emoción que toda la regie—, el doctor sentencia con dulzura envenenada:

“La próxima, Salzburgo, si no hay fuego en escena… al menos dennos teatro, o no me culpen si empiezo a corear Non più andrai con una botella en la mano.”

Veredicto final:
Una partitura magistral sofocada por una puesta sin alma. Mozart, ese niño genio, pedía fuego, conflicto y lágrimas, y lo sirvieron con cucharita de plástico. Los cantantes dieron todo, la orquesta brilló a ratos, pero la escena no estuvo a la altura del genio que la inspiró. El crítico salió pensativo. El Dr. Merengue salió sediento. Ambos coinciden: cuando al arte le falta coraje, ni el Krug alcanza para levantar el ánimo.

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