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Las Labéque y la Orquesta Sinfónica de Milán: Entre la delicadeza y el virtuosismo

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Federico GINZBURG NATALUCCI
Federico GINZBURG NATALUCCI
Nacido en 1998, es un joven guitarrista argentino y licenciado en dirección orquestal por la Universidad Nacional de las Artes. Estudió Guitarra Clásica en el conservatorio Juan Pedro Esnaola y comenzó sus estudios de dirección orquestal en la Universidad Católica Argentina. Se desempeñó como director de orquesta, arreglador, maestro interno, asistente de Reggiseur, orquestador, copista, archivista y curador para el Teatro Avenida, Teatro Empire, Centro Cultural Konex y Orquesta de Cámara del Congreso. En el año 2020 recibió un subsidio de parte del Fondo Nacional de las Artes y el Ministerio de Cultura para llevar a cabo actividades de divulgación musical y formación de público. Es miembro de la comisión directiva de la Associazione Richard Wagner di Avellino y editor de las Newsletter de la Wagner Society of Scotland. En 2024 recibió el sponsor honorífico de la Richard-Wagner Verband International, RWV Scotland, RWV Avellino, Roma y Ravello por la relevancia de la investigación de su tesis de grado. Realizó seminarios de posgrado en filosofía neoplatónica dependientes de la UNAM, UNLP y UBA, así como, participó de las formaciones filosóficas de Prometheus Trust (Reino Unido). Ha ofrecido cursos y conferencias sobre repertorio sinfónico y operístico alemán así como, conferencias de mistica hebrea y filosofía platónica en relación a la música clásica para Suecia, Italia, España, Argentina y Chile.

Beethoven, Glass, Brahms. Orchestra Sinfonica di Milano. Director musical: Emmanuel Tjeknavorian. Solistas: Katia e Marielle Labeque. Auditorium di Milano Fondazione Cariplo. Nuestra calificación: muy bueno

El pasado 12 de octubre de 2025 tuve el agrado de asistir al Auditorio Fondazione Cariplo. El concierto formó parte de la temporada sinfónica de la Orquesta Sinfónica de Milán y presentó a las aclamadas solistas francesas Katia y Marielle Labéque con el Doble concierto para dos pianos de Philip Glass.

El programa comenzó con una correcta interpretación de la obertura Las criaturas de Prometeo de Beethoven, bajo la precisa batuta del Mtro. Emmanuel Tjeknavorian. La obra nos ofreció una breve pero concisa muestra del trabajo interpretativo del maestro austríaco: pulcritud y convicción.

En cuanto al plato principal de la velada, el Doble concierto para dos pianos de Philip Glass, cabe destacar en primera instancia que se trató del estreno absoluto de la obra en Italia. Glass compuso este concierto especialmente para las hermanas Labéque, quienes la interpretaron en su estreno mundial en el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles junto a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, bajo la dirección de Gustavo Dudamel, en mayo de 2015.

Las hermanas Labéque ofrecieron una interpretación atractiva, marcada por una versatilidad dinámica que, en su expertise, se conjugó de forma admirable con las texturas orquestales que la partitura propone. El trabajo detrás fue notable: las solistas trabajaron en profundidad junto al Mtro. Tjeknavorian y la orquesta para revivir los paisajes sonoros que Glass compuso. Especialmente fue durante el segundo movimiento que la interpretación de las solistas se lució en mayor medida, movimiento que conjuga dos secciones contrastantes, una de carácter introspectivo, misterioso y vacilante, que recuerda el aire estático de la célebre Fratres de Arvo Pärt, y otra más viva y esperanzadora..

La orquesta, por su parte, tuvo un desempeño impecable, compacto y definido, ofreciendo sorprendentes resultados texturales entre las secciones de maderas y metales, en particular durante el segundo y tercer movimiento.

Ahora bien, dejando de lado momentáneamente la ejemplar interpretación por parte de las solistas y de la orquesta, y cerniéndonos específicamente en el doble concierto de Glass, la composición —que sigue el canon de la forma concierto en tres movimientos— deja un sabor a poco: mucho ruido y pocas nueces.

El aspecto más destacable de la obra son ciertas texturas atractivas formadas por la heterogeneidad de las secciones orquestales, que aportan una indudable riqueza de color. Sin embargo, la obra carece absolutamente de contenido sustancial: parece remitir a aquellas discusiones del siglo pasado sobre la “música pura” y la música de cine en tiempos de Ennio Morricone. En su totalidad, salvo algunas excepciones de corte dramático en el segundo movimiento, el concierto se asemeja a una banda sonora de tipo ambiental que, aislada de un contexto visual, pierde sentido.

A nivel temático, los materiales no solo carecen de concreción, sino que resultan esbozos sensacionalistas. Morfológicamente, la escasez de material temático impide una estructura relevante o direccional; la excepción es el segundo movimiento, que contrasta cierto dramatismo y suspenso con una esperanza banal. Aun así, la transición hacia la sección en modo mayor resulta excesivamente ingenua si consideramos la historia del repertorio concertante y, en especial, la tradición de forma del segundo movimiento.

En el plano armónico, la situación es similar: armonías efectistas, en sintonía con el contexto y temática del auditorio donde fue estrenada allá por el 2015. En cuanto a la escritura para las solistas, más allá de algunos destellos de virtuosismo y las ya mencionadas texturas compartidas con la orquesta, no encontramos ni un solo momento donde la partitura permita destacar la figura de las pianistas de manera verdaderamente atractiva.

En definitiva, gracias al maravillosamente interpretado bis de Ravel, Le Jardin Féerique (de Ma mère l’Oye) para cuatro manos, pudimos apreciar la verdadera expertise de las solistas, en cómo condujeron el discurso musical adornado exquisitamente con aquellos colores y texturas del más sofisticado impresionismo, que jamás abandona el contenido temático, armónico o morfológico en pos de una fugaz búsqueda de “efectos texturales”. Las Labéque ofrecieron los estáticos y delicados pasajes de la pieza con una finísima ejecución que se ganó la devoción del público.

Del mismo modo, sería reservada para la segunda parte del concierto la verdadera demostración del altísimo nivel musical de la orquesta, ya que el concierto de Glass no permitió apreciar plenamente su calidad interpretativa.


Brahms, la redención sinfónica

En la segunda parte, disfrutamos de una excepcional interpretación de la célebre Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms, donde, como ya se ha mencionado, se reveló el verdadero nivel de la orquesta.

El primer movimiento, bajo la dirección del Mtro. Tjeknavorian, tuvo un carácter especialmente elegante. El maestro austríaco buscó una interpretación pulida, sin asperezas; incluso los ataques en la sección del desarrollo fueron abordados de manera amplia y no punzante, dando la impresión de un discurso “pintado con brocha gruesa”. Sin embargo, por momentos —especialmente en los pasajes de conflicto armónico— el tempo pareció algo lento, generando una ligera sensación de pesadez que solo se percibió en este movimiento.

La conducción de las frases por parte de la cuerda fue maravillosa, al igual que los empastes y balances de las texturas orquestales a lo largo del movimiento. En cuanto al segundo movimiento, probablemente fue una de las más bellas interpretaciones que haya escuchado en vivo: el maestro encontró un tempo giusto y homogéneo que dio el espacio perfecto para el desarrollo del lirismo del Andante moderato. De hecho, la “pesadez” percibida en el primer movimiento halló aquí su justificación, dando como resultado una interpretación exquisita y refinada. Mención especial merece la fila de cornos, que desempeñó una labor formidable.

Durante este movimiento, con su perfecto sentido del fraseo y la excelente decisión de tempo, Tjeknavorian generó el contexto ideal para abordar el siguiente. El Allegro giocoso llegó para levantar el aire contemplativo del andante, y nuevamente la elección de tempo fue acertada. A partir de aquí, la orquesta —en especial los metales— comenzó a dejar florecer una agradable, bajo nuestro criterio, estridencia fervorosa, que se preparó para la llegada del glorioso movimiento final.

El cuarto movimiento fue atacado con su solemne progresión armónica, manteniendo siempre la idea general del maestro: ataques redondos y amplios, no punzantes. Uno de los momentos memorables de la velada fue, sin duda, el solo de flauta del Allegro energico e passionato, interpretado con gran sensibilidad por el solista de la orquesta, ofreciendo un instante de intimidad y rendición antes del clímax final.

La tensión de tono dramático creció hasta desembocar en una ejecución poderosa, especialmente en la sección de metales, guiada por la enérgica gestualidad del maestro austríaco, que se “despertó” vorazmente durante la segunda mitad del último movimiento. En definitiva, una versión memorable de esta magistral sinfonía.

Al finalizar, el público ovacionó largamente a la orquesta y al director, que salió a saludar en repetidas ocasiones, hasta realizar gestos de cordial despedida con notable cansancio antes de retirarse del escenario.

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