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La Traviata, Ópera de Ginebra 2025 – Una joya vocal mancillada por una aberrante reinvención dramatúrgica (con video de la función)

LECTURA RECOMENDADA

Un festín vocal… atrapado en un bodrio conceptual

Giuseppe Verdi (1813-1901) La traviata, Opéra en tres actos
Libreto de Francesco Maria Piave, sobre la novela La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas Hijo. Estrenada el 6 de Marzo de 1853, Teatro La Fenice (Venecia, Italia). Elenco: Ruzan Mantashyan, Martina Russomanno, Enea Scala, Luca Micheletti, Emanuel Tomljenović, Yuliia Zasimova, Élise Bédènes, Raphaël Hardmeyer, Mark Kurmanbayev, David Ireland. Dtor. Musical: Paolo Carignani. Orchestra: Orchestre de la Suisse Romande. Chorus: Chœur du Grand Théâtre de Genève. Chorus Master: Mark Biggins. Coreografia: Sabine Molenaar Regista: Karin Henkel Stage Designer: Aleksandar Denić. Vestuario Teresa Vergho. Iluminación: Stefan Bolliger. Nuestra calificacion: regular

Ver esta La Traviata del Grand Théâtre de Genève (aunque sea por streaming) es como asistir a una cata de champán servido en un vaso plástico rajado. Ruzan Mantashyan ofrece una Violetta tan exquisita que uno se pregunta si no merecía un escenario menos ridículo para brillar. Su “Sempre libera” es un festival de agudos diamantinos, su “Addio del passato” es pura carne viva. Al lado, Eneas Scala canta un Alfredo de manual, con un lirismo que arranca suspiros sin caer jamás en la melaza. Y Luca Micheletti impone un Germont autoritario pero humano, con un “Di Provenza” donde cada frase parece cincelada en mármol.

La Orquesta de la Suisse Romande, bajo Paolo Carignani, es un prodigio de precisión y pasión, dibujando los climas de Verdi con una elocuencia que haría llorar hasta a un financiero suizo. El coro, vibrante, completa un conjunto musical que bien podría haber servido para una de esas funciones legendarias que entran en los anales de la lírica.

Pero claro… luego aparece la “idea” de la puesta en escena, y el Dr. Merengue directamente se desternilla.

La dirección: cuando el regietheater se cree más genio que Verdi

Porque aquí entra en acción Karin Henkel, que ha decidido que Verdi necesitaba una ayudita para ser interesante. ¿El resultado? Un pastiche cronológico donde la ópera comienza mostrándonos a Violetta casi muerta, en un delirio nebuloso, para luego retorcer el relato hacia atrás y adelante como si estuviéramos en un mal remake de “Memento”. El brindis aparece en un contexto donde ya no significa nada. La confrontación con Germont pierde su motor emocional. Y el espectador se queda pensando: “¿no era más simple dejar que la historia avanzara como fue escrita, precisamente porque funciona a la perfección así?”

El minimalismo escenográfico, salpicado de simbolismos que no hay quién los descifre sin un máster en hermenéutica posmoderna, termina de dinamitar el pacto dramático. Y lo peor: parece hecho no para conmover o sacudir conciencias, sino para que cuatro críticos con ínfulas publiquen en Twitter lo “arriesgado” que resultó todo.

El Dr. Merengue se descuelga… y no pide permiso

Mientras tanto, yo, pobre crítico tradicional, trato de medir mis palabras. Pero el Dr. Merengue —que es menos diplomático y mucho más filoso— me arrebata el teclado para soltar su sentencia:

“¿No es adorable? En vez de servir a Verdi, la directora se sirve a sí misma, para que la inviten a más bienales de pseudo-vanguardia. ¡Bravo, Karin! Si el objetivo era que hablemos de vos y no de Violetta, misión cumplida.”

Y acto seguido se manda una risita sardónica que retumba más que todo el preludio.

El indestructible Verdi… a pesar de todo

Porque —y aquí hay que subrayarlo con sangre— ni siquiera este desvarío conceptual logra matar a Verdi. Su música sigue abriéndose paso con una fuerza devastadora. Aunque el libreto esté amputado, aunque la lógica dramática haga agua, las frases verdianas se cuelan, tozudas, a instalar su verdad. Por algo, según Operabase, La Traviata sigue siendo la ópera más representada del planeta, superando las 900 funciones anuales. ¿De verdad necesitaba este “lifting intelectual” para seguir viva?…

¿Reflexión final o cachetazo de realidad?

Yo podría cerrar con un solemne llamado a la mesura, a respetar la esencia de las obras maestras. Pero el Dr. Merengue prefiere rematar con su flema cáustica:

“No se hagan los sorprendidos. Esto vende entradas, genera polémica y garantiza el siguiente contrato. Mientras tanto, Verdi —viejo zorro— sigue siendo el único que gana siempre. Aunque lo disfracen de cadáver ambulante desde el primer acto.”

Así que allí queda esta Traviata ginebrina: un prodigio vocal atrapado en un jugueteo dramaturgico que confunde audacia con disparate. Y nosotros, pobres mortales amantes de la ópera, agradecemos que —a pesar de tanto despropósito— la música siga siendo indestructible, incluso cuando la escenografía y el concepto parecen haber sido ideados en la sobremesa de un festival de performance experimental.

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