lunes, 22 de septiembre de 2025
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La Heladería de Ana Scannapieco: Un viaje sensorial entre el pasado y la identidad – Paseo La Plaza

LECTURA RECOMENDADA

Autor: Ana Scannapieco. Elenco: Ana Scannapieco, Boy Olmi, Pablo Fusco. Escenografia y vestuario: Cecilia Zuvialde. Iluminación: Soledad Ianni. Producción: Moscú Teatro, Heladeria Scannapieco, Amantes Teatro. Dirección: Lisandro Penelas. Complejo La Plaza: Domingos: 19 hs. Nuestra calificación: buena

La Heladería, obra escrita e interpretada por Ana Scannapieco bajo la dirección de Lisandro Penelas, se erige como un ejercicio teatral íntimo que entreteje memoria, herencia y sabores con notable sensibilidad. A través de una narrativa fragmentada, la obra invita al espectador a acompañar a la protagonista en su búsqueda de una receta perdida —el helado de limón de su infancia—, convertida en metáfora de una identidad familiar y cultural por redescubrir. Si bien el montaje brilla por su capacidad evocadora y su enfoque innovador, también plantea interrogantes sobre los límites entre lo personal y lo universal en el biodrama.

Dirección y puesta en escena: entre lo onírico y lo cotidiano
La dirección de Lisandro Penelas destaca por su habilidad para equilibrar realismo y surrealismo, creando una atmósfera que fluctúa entre la nostalgia tangible y el ensueño. La escenografía minimalista —cuyos elementos se reconfiguran como recuerdos que emergen de la niebla del tiempo— funciona como un acierto conceptual, aunque podría cuestionarse si esta austeridad limita la inmersión en ciertos momentos. Los recursos visuales y sonoros, sutiles pero efectivos, refuerzan la idea de que la memoria no es un archivo estático, sino un collage de sensaciones fragmentadas.

Actuación: intimismo y complicidad
El elenco, encabezado por Scannapieco, logra transmitir una química orgánica que sostiene la emotividad de la trama. La autora/protagonista despliega una actuación cargada de vulnerabilidad y determinación, evitando caer en el sentimentalismo fácil. Boy Olmi y Pablo Fusco, por su parte, aportan capas de humor y profundidad, aunque sus personajes —funcionales al viaje emocional de Ana— podrían beneficiarse de mayor desarrollo para evitar percibirse como meros soportes narrativos.

Estructura y narrativa: sabores y fragmentos
La división en cinco cuadros, nombrados como sabores de helado, es un recurso poético que refuerza el vínculo entre memoria y sensorialidad. No obstante, la estructura fragmentaria, aunque coherente con el tema, exige un espectador activo capaz de reconstruir los hilos narrativos. Este enfoque, valioso por su originalidad, podría distanciar a quienes busquen una trama lineal. El equilibrio entre comedia y drama biodocumental se maneja con destreza, aunque ciertos pasajes humorísticos —si bien alivian la carga emotiva— diluyen temporalmente la profundidad del conflicto central.

Temática: ¿Identidad o nostalgia individual?
El gran acierto de La Heladería radica en su exploración de la memoria colectiva a través de un objeto aparentemente mundano: el helado. La receta perdida trasciende lo culinario para simbolizar la lucha por preservar legados en un mundo que homogeniza culturas. Aquí, la obra resuena especialmente en Buenos Aires, donde la heladería Scannapieco es un ícono, permitiendo que lo personal dialogue con lo comunitario. Sin embargo, existe un riesgo inherente al biodrama: que la historia, tan arraigada en la experiencia específica de la autora, se vuelva opaca para quienes no compartan ese contexto. Afortunadamente, la universalidad del tema —la búsqueda de raíces— mitiga este desafío.

Conclusión: Un banquete para los sentidos y la reflexión
La Heladería es una obra necesaria en un panorama teatral donde lo sensorial a menudo queda relegado. Su mayor virtud es transformar un relato íntimo en un espejo donde el público confronta sus propias nostalgias. Si bien ciertas elecciones estéticas y narrativas podrían pulirse para ampliar su impacto, el montaje consigue lo esencial: activar la memoria emocional a través de una experiencia escénica tan dulce como ácida, recordándonos que los sabores del pasado son, en definitiva, los ingredientes de quienes somos.

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