La cena de los tontos. Autor: Francis Veber. Intérpretes: Gustavo Bermudez, Martín Bossi, Laurita Fernández, Esteban Prol, Guillermo Arengo, Franco Battista. Vestuario: Mónica Sirio. Escenografía: Lucila Rojo. Iluminación: Leonardo Muñoz. Dirección: Marcos Carnevale. Sala: El Nacional, Corrientes 960. Funciones: jueves y viernes, 20.30; sábados, 20 y 22.30; domingos a las 20. Nuestra opinión: muy buena.
La comedia de enredos francesa siempre ha sido un terreno delicado para los teatros contemporáneos: fácil de disfrutar, pero difícil de ejecutar con frescura sin caer en la caricatura. La Cena de los Tontos, de Francis Veber, es un ejemplo paradigmático. Su humor radica en el contraste entre la ingenuidad y la soberbia, entre el tonto que ilumina inadvertidamente la verdad y el supuesto listo que se delata a sí mismo. Adaptar este clásico al público argentino no es trivial. Esta producción local, con Gustavo Bermúdez, Martín Bossi, Laurita Fernández, Esteban Prol, Guillermo Arengo y Franco Battista, consigue un equilibrio admirable: entretiene, hace reír y mantiene la sofisticación que exige el género.
Martín Bossi: el corazón de la comedia
Bossi se convierte en el epicentro de la obra. Su “tonto” es entrañable, vivaz y absolutamente confiable en la risa que genera. Maneja la improvisación con destreza, y cada gesto —desde un parpadeo hasta un tropiezo controlado— se convierte en un pequeño espectáculo dentro de la obra.
—Dr. Merengue interrumpe suavemente: “Bossi podría leer la guía telefónica y aún así arrancar carcajadas. Y créanme, el riesgo no es que falle… sino que deje de improvisar y la obra se sienta demasiado ‘perfecta’.”
Lo fascinante es cómo Bossi no solo cumple el estereotipo del ingenuo, sino que lo transforma en motor de la trama, arrastrando al público con un entusiasmo contagioso. La espontaneidad de su actuación dota a la obra de frescura, un recordatorio de que la comedia requiere ritmo y complicidad.
Gustavo Bermúdez: la elegancia del anfitrión
El regreso de Bermúdez al teatro constituye uno de los mayores atractivos de la función. Su anfitrión es a la vez sofisticado y pícaro, un equilibrio que no resulta fácil de lograr. Bermúdez no necesita grandes gestos: su presencia sostiene la obra, distribuye el foco y guía al público por la madeja de enredos sin esfuerzo aparente.
—Dr. Merengue acota, con una sonrisa: “El público lo aplaude tanto por volver como por actuar. Y aun así, funciona: el carisma puede salvar cualquier escena, incluso las que el guion dejó tibias.”
Su actuación demuestra que la comedia también puede ser elegante y que el talento no depende de la exageración, sino de la precisión y el timing.

Laurita Fernández: versatilidad y frescura
Laurita Fernández sorprende con su doble papel. Alterna entre sensualidad, comicidad y ternura con seguridad, demostrando que la versatilidad es un recurso indispensable en una comedia de este tipo. Su química con Bossi y Bermúdez sostiene el ritmo y aporta un contrapunto femenino fundamental para equilibrar la dinámica del grupo.
—Dr. Merengue comenta: “De bailarina televisiva a actriz de escena. Quién lo diría… algunos espectadores aún dudan, pero Laurita demuestra que el talento puede surgir de lugares inesperados.”
Su interpretación revitaliza la obra, recordándonos que incluso los clásicos pueden adaptarse a nuevos públicos sin perder identidad ni fuerza cómica.
El conjunto: precisión y energía
El resto del elenco —Prol, Arengo y Battista— cumple con una ejecución impecable. Prol y Arengo manejan los tiempos con precisión quirúrgica, y Battista aporta energía juvenil que mantiene la obra viva y dinámica. La interacción entre todos los actores construye un entramado sólido donde cada intervención aporta, sin eclipsar a los demás, manteniendo la armonía y la continuidad de la narrativa.
—Dr. Merengue susurra: “Son engranajes bien aceitados: no inventan nada, pero sostienen la máquina. A veces, hacer que todo funcione es más difícil que brillar.”
La dirección logra amalgamar estos elementos con coherencia. La escenografía es minimalista y elegante: nada distrae, todo permite que los actores y el texto ocupen el centro. La puesta demuestra que, en la comedia, la atención reside en la acción y no en los adornos innecesarios.
La complicidad con el público
Uno de los logros más notables de esta versión es la respuesta del público. Las risas surgen de la complicidad, no de la condescendencia. Cada error aparente de los personajes, cada torpeza calculada del “tonto”, es motivo de reconocimiento y empatía. La obra se convierte, así, en un espejo: el espectador se ríe de lo que ve, pero también de sí mismo, de sus propias pretensiones y de su necesidad de sentirse más listo que los demás.
—Dr. Merengue remata: “Al final, el guiño más sutil es hacia nosotros, los espectadores. La obra no se burla de los ingenuos… sino de quienes creen estar por encima de todo. Y allí, algunos descubren que el verdadero ‘tonto’ estaba en la butaca.”
Conclusión
Esta Cena de los Tontos demuestra que la comedia puede ser refinada y efectiva al mismo tiempo. Combina talento actoral, timing perfecto, dirección consciente y un guion adaptado con inteligencia. Es un espectáculo que entretiene, hace reflexionar y celebra el humor como un acto de complicidad entre escenario y platea.