Programa Orquestas Infantiles y Juveniles de la Ciudad de Buenos Aires, dependiente de la Dirección General Escuela Abierta del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires Textos y Lectura Alejandra Kamiya – Composición Valentín Garvie – Preparación Musical Mariano Kosiner Blanco Diseño Imagen Ana Saidon Diseño de Espacio e Iluminación Agnese Lozupone Producción Programa Orquestas Infantiles y Juveniles de la Ciudad de Buenos Aires Dirección Oscar Albrieu Roca
El CETC suele ser una caja de sorpresas… y en este caso, como un presente de las fiestas de fin de año cuando los niños las esperan. Y la propuesta de Alejandra Kamiya y Valentín Garvie no por eso es menos exigente…
Al entrar todo el espacio, los alrededores, las escaleras, la planta central se encuentran sumidos en la oscuridad. Poco a poco comienzan a distinguirse sombras en las aberturas laterales y la del fondo, mientras la recitante comienza a desgranar sus cuentos (tres, “La oscuridad es una intemperie”, “Partir” y “Una vuelta”), como una voz ausente e inquietante. Pero es acompañada por una multitud de jóvenes – o muy, muy jóvenes – ¡no menos de 118 músicos! Con lo que se crea lo que en pasadas épocas se denominaba “melodrama” (un texto hablado acompañado y subrayado por música, como en “Zaïde” de Mozart o en “Egmont” y “Fidelio” de Beethoven). El primer cuento retrata el imaginario no visual de una relación entre dos personas de departamentos contiguos separadas por el opaco límite del balcón; los trozos musicales que comparten quedan subsumidos en la frase-clave “en la oscuridad, la música es más clara” y puntualmente, la orquesta infanto-juvenil desmenuza glosas de la mencionada Sexta Sinfonía de Beethoven y de la Gymnopédie No.1 – que fuera orquestada por Debussy – puesto que ambas se encuentran en tonalidades relativas (fa mayor y re menor, respectivamente). El relato incluye a Bill Evans, Bach, Glenn Gould… mientras la orquesta casi invisible reitera las citas aludidas, que se convierten por lo tanto en insistentes “Leitmotive” de una creación musical nada simple.

Los relatos no comienzan, pues, de modo simple y cuando luego la relatora se vuelve visible en el centro de la escena, o desplazándose hacia el fondo o a los lados, la complejidad de los textos efectúa otra vuelta de tuerca. Cabe preguntarse si no es excesiva, y efectivamente se escucha alguna tenue vocecita con un muy simpático y conmovedor “me quiero ir” o se distingue una pequeña formita desplazándose en un ir y venir inquieto; algunos problemas de afinación de las cuerdas quedan atenuados si se piensa en que los músicos se incluyen en el programa ¡a partir de los 6 años! (y efectivamente, al final tuvimos la oportunidad de entrevistar muy brevemente a uno de ellos, ¡de 10 años!) Pero es la excepción más que la regla, ya que de una u otra manera la inclusión participativa en el contexto audiovisual, aún entre sombras, no deja de despertar emoción. Muy especialmente es necesario señalar el notable desempeño de los solistas Rondan Ámbar y Enoc Ramos (violín), Olmedo Sebastián (clarinete) Luana Canella (trompeta), Sofía González y Apaza Fernando (trombón, Benjamín Miño y Cruz Richard (vibráfono, percusión), algunos de los cuales aparecen visibles frente a los espacios mencionados y ya entre el público.

Para el tercer cuento y en consonancia con su título, los jóvenes desfilan por los pasillos que rodean al público provistos de luces que le cubren el cuerpo, una ronda delicadamente iluminada que ciertamente provoca sorpresa y un hondo clima emotivo – que se multiplica exponencialmente ya que todo el programa de Orquestas Infantojuveniles se desarrolla en barrios vulnerables, en solidaridad colectiva integradora y comunitaria.
En conclusión: pese a alguna dificultad en la ejecución o exigencia ya señaladas, un espectáculo absolutamente conmovedor ya que el proyecto social va mucho más allá de aquéllas. Y no hay duda en cuanto a que ya lo está cumpliendo con creces.