Música: Pablo Ortizablo Libreto: Sergio Blanco. Coproducción con Alternative Stage de la Ópera Nacional de Grecia y el Centro de Experimentación del Teatro Colón Dirección Musical: Eduviges Picone Protagonista: María Castillo de Lima (Kassandra) Puesta en escena: Alexandros Efklidis y Diana Theocharidis Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova Realización escenográfica: Diego Cirulli Vestuario: Luciana Gutman Asistente de electrónica: Héctor Basaldúa Sala: CETC, Centro de Experimentación del Teatro Colón, Viamonte 1168 Nuestra calificación: muy buena
En el inusual ambiente del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), se estrenó Kassandra, una ópera de cámara que se atreve a reinterpretar el mito de Casandra con la modernidad que algunos dicen es necesaria para sobrevivir en el siglo XXI. Compuesta por Pablo Ortiz y con libreto del siempre audaz Sergio Blanco, esta obra intenta desafiar convenciones tanto en su forma como en su fondo.
María Castillo de Lima, la soprano transgénero que da vida a Kassandra, es presentada como la encarnación de la ruptura de moldes. Ya no es necesario, nos dicen, hablar de su transición de tenor a soprano, como si la discriminación fuera simplemente un tema del pasado y no un elemento central de la propia trama. En este sentido, Castillo de Lima es más que una intérprete; es un símbolo viviente de la narrativa que la ópera pretende desplegar. Su interpretación, sin duda, es un tour de force, aunque quizás se espera que el público aplauda más a la historia personal de la cantante que a la voz misma.

Eduviges Picone, en la dirección musical, añade una capa de sutileza a la partitura de Ortiz, que mezcla sin pudor ritmos contemporáneos como el rap con una narrativa que pretende vincular el ayer, el hoy y el mañana. Uno podría preguntarse si el C.E.T.C., con su supuesto ambiente experimental, es realmente el lugar ideal para un experimento social de esta magnitud, en un país que se encuentra constantemente redefiniendo su identidad cultural. Al menos, la ópera transgénero parece estar de moda, y este escenario parece dispuesto a abrazar cualquier cosa que huela a «evolución».
El espacio escénico, despojado de cualquier referencia específica, con mesas de bar y músicos que actúan casi como personajes, es complementado por una iluminación en blanco y negro que, en una jugada demasiado obvia, representa el sistema binario que Kassandra declara superar. «No soy ni hombre ni mujer», dice Kassandra. Pero ¿es realmente un gesto revolucionario o simplemente otro guiño superficial a la política de género?
La música, sin embargo, es donde Pablo Ortiz brilla. Su habilidad para evitar el exhibicionismo, incluso cuando cuenta con una intérprete tan versátil como Castillo de Lima, es notable. La tesitura vocal de la soprano, que logra moverse entre registros masculinos y femeninos, es impresionante, pero no puede evitar que el discurso político de la obra se sienta un tanto forzado. El quinteto que la acompaña, dirigido por Picone, es impecable, con texturas que evocan ecos renacentistas y barrocos, pero que quizás luchan por encontrar su lugar en una narrativa tan cargada de actualidad.

Al final, Kassandra no es solo una ópera, es un statement, uno que busca redefinir roles e identidades en un espacio que intenta trascender etiquetas. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿es esta realmente una evolución artística y social, o simplemente otro ejemplo de cómo la moda de lo «transgresor» ha capturado a la cultura contemporánea, incluso en los recintos más sagrados de la tradición operística?