Ciclo Aura: Jonathan Tetelman (tenor). Ángel Rodríguez (piano). Programa: primera parte: tres canciones italianas (Francesco Paolo Tosti), Casta Diva (Bellini, parafrasis para piano), Pourquoi me réveiller (Massenet), È la solita storia del pastore (Cilea), Vals de Musetta (Puccini, parafrasis para piano), E lucevan le stelle (Puccini). Segunda parte: canzonetas de De Curtis y Cardillo, Alfonsina y el mar (Ramirez, parafrasis para piano), Parla piu piano (Nino Rota), Las bodas de Luis Alonso (parafrasis para piano), No puede ser (Sorozábal) y Granada (Lara). Sala: Teatro Colon. Función: 17 de Agosto, 17 hs. Nuestra calificación: Muy bueno.
El Teatro Colón vivió una de esas veladas que comienzan con la corrección y terminan inscribiéndose en la memoria. El tenor chileno-estadounidense Jonathan Tetelman, acompañado por el pianista Ángel Rodríguez, debutó en el ciclo Aura con un programa sólido, de repertorio prudente, pensado para mostrar calidad más que riesgo. Un plan que en principio garantizaba éxito seguro. Pero el desenlace —con cinco bises, la irrupción de Arturo Chacón-Cruz y la incorporación inesperada de tangos y canciones napolitanas— convirtió la solemnidad en celebración.
Un programa sólido, noble y sin riesgos
La primera parte recorrió a Tosti, Bellini, Massenet, Cilea, Verdi y Puccini: un arco de lirismo y dramatismo cuidadosamente dosificado. Tetelman cantó con timbre homogéneo, squillo penetrante y fraseo elegante. La nobleza de Ah! la paterna mano de Verdi fue quizá el punto más alto, confirmando su peso en repertorio heroico. La confesión íntima de E lucevan le stelle cerró con sobriedad una primera parte de impecable factura.

Un interludio reflexivo: “Alfonsina y el mar”
La segunda parte abrió con De Curtis (Torna a Surriento, Tu, ca’ nun chiagne) y tuvo un giro inesperado con “Alfonsina y el mar”, interpretada por Ángel Rodríguez en piano solo. Fue una paráfrasis inquietante, suspendida, que transformó la canción de Ariel Ramírez en un momento de contemplación. El público, acostumbrado a escucharla en la voz de Mercedes Sosa o de cantores populares, se enfrentó a una versión despojada, sin palabras, solo en la voz del piano: un eco delicado de nuestro folklore nacional dentro del marco solemne del Colón. Ese silencio expectante fue quizá el instante más reflexivo de la velada.
De la zarzuela a la Granada triunfal
Tetelman regresó con Core ‘ngrato de Cardillo y un susurrado Parla più piano de Rota, antes del chispeante Intermedio de Giménez (Las bodas de Luis Alonso). Luego atacó con potencia No puede ser de Sorozábal, que arrancó bravos inmediatos, y coronó el programa oficial con Granada de Lara, lanzada con brillo y amplitud sonora. El público estalló en ovaciones de pie.
Los encores: la consagración
Las ovaciones prolongadas forzaron el regreso. Y entonces comenzó la verdadera fiesta: los encores que transformaron el Colón en un escenario popular sin perder excelencia lírica.
El primero fue el más sorprendente: la irrupción de Arturo Chacón-Cruz, que desde la platea realizo un auntentico contrapunto tenoril de un ’O sole mio vibrante. No se trató de una versión al uso, uno lanzaba la frase con generosidad mediterránea, el otro respondía con lirismo brillante; uno abría el agudo con expansión, el otro lo remataba con squillo penetrante. Más que dúo, fue un diálogo escénico, un juego de rivalidad amistosa que arrancó carcajadas, bravos y un aplauso de pie inmediato. El Colón, tantas veces acusado de solemnidad excesiva, se rindió al espectáculo del duelo fraternal entre dos voces internacionales en estado de gracia.

El segundo encore fue el gesto más íntimo: El día que me quieras de Carlos Gardel, cantado a lucimiento del inesperado invitado Arturo Chacon Cruz. No hubo artificios ni exceso de estilización: fue un canto franco, casi en voz baja, que convirtió el Colón en un salón íntimo. La voz de Tetelman, más lírica, acariciaba la línea con nobleza; la de Chacón Cruz aportaba calidez popular, como si el tango regresara a casa por la puerta grande. El público no solo escuchaba: suspiraba, emocionado por ese encuentro improbable. Fue un momento de comunión afectiva, donde la frontera entre ópera y canción desapareció.
El tercero, un Nessun dorma de Puccini cantado en solitario por Tetelman, devolvió la solemnidad con potencia arrolladora y un agudo final sostenido que incendió la sala. El cuarto y quinto encore, nuevamente con Chacón Cruz, llevaron al clímax: un Funiculì Funiculà coreado, desbordado, que transformó al Colón en una plaza napolitana.
El contrapunto inevitable
Y aquí, entre el aplauso y la solemnidad de la reseña, aparece mi otro yo, el Dr. Merengue, con su ironía inapelable. Porque, digámoslo: lo que se vivió fue un show lírico. Bien estructurado, sí, con piezas que aseguraron calidad aunque no riesgo. Tetelman jugó sobre seguro. Pero lo que hizo de esta velada un hecho histórico no fue ese programa, sino lo que vino después: la irrupción de Chacón Cruz y el despliegue de dos voces que hoy encabezan carteles en los grandes teatros del mundo.
Ese ’O sole mio convertido en contrapunto brillante, esa confesión compartida en El día que me quieras, ese cierre popular con Funiculì Funiculà: allí estuvo la verdadera diferencia. Fue, en definitiva, una “fiesta lírica” al mejor estilo gala americana, donde lo académico y lo popular se funden sin pudor.

Y uno, sentado en la butaca, celebra que el Ciclo Aura haya comenzado de esta forma: Tetelman en el Colón: la voz que transformó un recital en acontecimiento también marcó el inicio de un ciclo que ya se perfila como el evento lírico del año en Buenos Aires.