Existe un error común al hoy con respecto a los contratenores, se los describe como «castrati resucitados». Sin embargo, un buen contratenor, que aprende a usar su voz de cabeza de cierta manera, no se apega a las arias de los castrati, es capaz de todo tipo de aventuras, incluso volver a su voz de barítono si le apetece, en cierta parte de lo que canta, como es el caso de Jakub Orliński.

Prensa Teatro Colón
Se bajan las luces de sala, ingresan los músicos de Il Pomo d’Oro, que sobresale en la música barroca y que acompaña a muchos grandes cantantes, luego detrás de ellos, Orliński, dando comienzo al virtuosismo y al refinamiento barroco. Las piezas se suceden, Cavalli, La Calisto, Boretti, L’Eliogabalo, Bononcini, «infelice mia constanza»… Los aplausos empiezan a sonar más fuerte, y la voz se siente en potencia con su tono muy particular, esa voz que nunca se puede confundir con la de otro contratenor, porque siempre permanece anclada en el lado masculino de la voz, nunca imita la voz de una mujer, como suele suceder en este campo, una voz coloreada en notas altas como suave a la vez, cálida y decidida, lo cual la convierte en una auténtica creación. Su presencia y su poder empiezan a darse en toda su medida. El impecable acompañamiento instrumental, conducido con eficiencia y calidez por Maxim Emelyanchev, se siente como en comunión en un verdadero entendimiento musical entre músicos que aman tocar juntos, y que avanza con el transcurso del concierto. Siguieron luego composiciones de Conti, Handel, continuando con la delicadeza en repertorio. Orlinski establece un vínculo singular, único con el público, luego de risas, lo justo para que sopesemos lo que vale estar juntos en este momento, con él, a través de su música.
A medida que el público responde un poco más a cada pieza, él se adelanta y se ríe un poco más. Nunca se duda de un posible exceso en esta insólita participación en la música clásica de la persona del cantante, nunca nada da la sensación de que pueda tratarse de una complacencia banal o fácil. Inspira al público con su gracia y sinceridad de siempre, con su intervención personal, llena de amabilidad: unas pocas palabras, que siempre resultan acertadas, una sonrisa, una invitación a entrar en su mundo, el humor a flor de piel. Su voz es poderosa, sigue el sentido de la pieza, incluso la precede, a veces es trágica desde el principio, a veces se vuelve trágica poco a poco, y el rostro simpático de Jakub adquiere entonces una plenitud de expresiones. Luego en Predieri, Orlandini «Che m’ami te prega» mostró todos sus recursos a pleno en coloridos como en passagios a capela.
Así continuaron las sucesivas piezas, su sonrisa se ensanchó, su voz explotó en la violencia de algunas piezas, creció por todos lados en intensidad, lo cual llegó a cada uno y a todos a la vez, una intensidad a la que uno fue invitado. Los encore comienzan y terminan con llamados a más, el público se levanta, continúan los vítores, regresa el cantante,llega un segundo Encore, y así sucesivamente, un tercero… Minutos de ovación de pie, lo cual no es común a menudo en la música clásica y uno siente que ha escuchado un gran momento de la música, un músico excepcional, y algo más, inolvidable en su presentación en la célebre sala del Teatro Colón de Buenos Aires
