Il Trittico (tres óperas en un acto cada una), música de Giacomo Puccini. Il tabarro (Libreto de Giuseppe Adami) Suor Angelica–Gianni Schicchi (Libreto de Giovacchino Forzano). Nueva producción del Teatro Colón. Dirección musical: Beatrice Venezi. Dirección de escena: Pier Francesco Maestrini. Diseño de escenografía y video: Nicolás Boni. Codiseño video-Suor Angelica: Matías Otálora. Diseño de vestuario: Stefania Scaraggi. Iluminación: Daniele Naldi. Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro Estable del Teatro Colón, Dirección: Miguel Martínez. Elencos: Il tabarro: Fabián Veloz (Michele) Mikheil Sheshaberidze (Luigi), Carla Filipcic Holm (Giorgetta) Guadalupe Barrientos (La Frugola) Mario De Salvo (Talpa) Fermín Prieto (Tinca) Carlos Ullán (Vendedor de canciones) y elenco. Suor Angelica: Marta Torbidoni (Sor Angelica) Guadalupe Barrientos (La tía princesa) María Luján Mirabelli (La abadesa) Daniela Prado (La celadora) Cecilia Díaz (La maestra de novicias) y elenco. Gianni Schicchi: Ricardo Seguel (Gianni Schicchi) Jaquelina Livieri (Lauretta) Santiago Martínez (Rinuccio) Guadalupe Barrientos (Zita) Pablo Urban (Gherardo) Marina Silva (Nella) Juan Salvador Trupia (Betto di Signa) Mario De Salvo (Simone) Juan Font (Marco) Eugenia Fuente (La Ciesca) Luis Gaeta (Maestro Spinelloccio) y elenco. Sala: Teatro Colón de Buenos Aires. Función vista: domingo 4 de Mayo del 2025, 17 hs. Nuestra calificación: buena.
Queridos míos, permítanme guiarlos con una mezcla de deleite y desdén por el intrincado desfile de genialidad y disparate que fue Il Trittico de Puccini en el Teatro Colón. Como un banquete servido en vajilla de oro pero con platos de dudoso gusto, esta producción ofreció momentos de éxtasis musical junto a un despliegue escénico que osciló entre lo risible y lo ofensivo. La dirección orquestal fue un bálsamo divino, pero la régie, ¡ay!, pareció empeñada en profanar el sagrado verismo de Puccini con una procacidad digna de un cabaret de mala muerte.
Dirección orquestal: una trilogía sinfónica magistral
La dirección de Beatrice Venezi al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón fue, sin duda, el corazón pulsante de esta producción. Venezi demostró un dominio absoluto de la partitura de Puccini, transformando Il Tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi en tres poemas sinfónicos de una riqueza y cohesión excepcionales. Su enfoque resaltó los contrastes emocionales de cada ópera: la tensión opresiva de Il Tabarro, la espiritualidad desgarradora de Suor Angelica y la vivacidad cómica de Gianni Schicchi.
En Il Tabarro, Venezi capturó la atmósfera densa y ominosa del río Sena con un uso magistral de los timbres orquestales, evocando el flujo del agua y la creciente angustia de los personajes. Los leitmotivs puccinianos fueron tratados con precisión, permitiendo que la orquesta narrara lo que la escena no lograba. En Suor Angelica, su sensibilidad brilló en los pasajes más líricos, con crescendos y diminuendos de las cuerdas que crearon un arco emocional que compensó las carencias del elenco. En Gianni Schicchi, su dirección fue vibrante y llena de matices, con un tempo vivaz que subrayó el humor sin perder la elegancia de la escritura orquestal.
El diálogo entre Venezi y los músicos de la Orquesta Estable fue impecable, evidenciando una preparación meticulosa. Los solos instrumentales —el oboe en Suor Angelica, los metales en Il Tabarro— brillaron con claridad, mientras los tutti orquestales mantuvieron un equilibrio perfecto entre intensidad y sutileza. Venezi no solo interpretó la partitura, sino que la vivió, dotándola de una narrativa musical que trascendió las limitaciones de la puesta en escena. Su capacidad para resaltar los detalles más introspectivos de Puccini, como los delicados armónicos en momentos de introspección o los contrastes dinámicos en los clímax dramáticos, convirtió a la orquesta en la verdadera protagonista de la noche.
Solistas:
El elenco de solistas mostró un rango de desempeños que osciló entre la corrección técnica, destellos de excelencia y claras oportunidades de mejora, tanto en lo vocal como en lo actoral.
Il Tabarro: ¿dónde estuvo el verismo?
Carla Filipcic Holm (Giorgetta): Ofreció una interpretación vocalmente sólida, con un timbre cálido y una proyección adecuada. Sin embargo, su Giorgetta careció de la intensidad emocional y la desesperación contenida que el personaje requiere. Su actuación escénica, limitada por la ausencia de una dirección actoral clara, la dejó como una figura estática en momentos clave.
Fabián Veloz (Michele): Mostró un registro grave robusto y una presencia vocal que cumplió con las demandas de la partitura. No obstante, su interpretación no transmitió la tormentosa psicología del personaje, y la decisión escénica de transformarlo en una figura vampírica al estilo Bela Lugosi resultó más ridícula que trágica, minando cualquier posibilidad de empatía o tensión dramática.

Mikheil Sheshaberidze (Luigi): La elección de un tenor foráneo para Luigi generó expectativas que no se cumplieron. Su voz, aunque con squillo, resultó engolada, con una emisión forzada que restó brillo y musicalidad. Su falta de sutileza en las dinámicas y su escasa conexión con el estilo verista hicieron que su interpretación fuera olvidable. Esta decisión plantea cuestionamientos sobre la necesidad de buscar talentos fuera del país cuando el Teatro Colón cuenta con un sistema de audiciones que podría haber identificado a un intérprete local más idóneo.
Guadalupe Barrientos (Frugola): Barrientos fue la excepción brillante en Il Tabarro. Su Frugola destacó por una voz rica y expresiva, y por un manejo escénico que dotó al personaje de vida y autenticidad. Cada frase estuvo impregnada de intención, y su presencia en escena compensó la falta de dirección actoral, haciendo que su breve rol se sintiera central.
Otros: Mario De Salvo (Talpa) y Fermín Prieto (Tinca) completaron el elenco con actuaciones notables, aportando solidez a los roles secundarios.
Suor Angelica: un elenco desigual con un faro en Barrientos
Marta Torbidoni (Suor Angelica): Ofreció una interpretación vocalmente correcta, con un legato aceptable pero un vibrato poco atractivo y sin pianísimos memorables. Su Senza mamma pasó sin mayor trascendencia, y su actuación careció de la vulnerabilidad y el desgarramiento emocional que el personaje exige. La ausencia de una régie que guiara su expresividad dejó su interpretación en un plano meramente funcional.

Guadalupe Barrientos (Zia Principessa): Una vez más, Barrientos se alzó como la figura destacada. Su Zia Principessa fue un retrato de severidad y frialdad, con una voz imponente que llenó el teatro y una presencia escénica que transmitió la autoridad del personaje sin caer en caricaturas. Cada gesto y cada inflexión vocal estuvieron al servicio del drama, consolidándola como la intérprete más completa de la producción.
Coro femenino y comprimarios: El coro de mujeres, esencial en Suor Angelica, mostró unidad en la ridícula puesta en escena, pero el esperpento de “muertos vivos” al estilo Thriller de Michael Jackson desvirtuó su impacto. Los comprimarios, sin embargo, ofrecieron interpretaciones efectivas, destacando María Luján Mirabelli (la abadesa), Daniela Prado (celadora) y Laura Polverini (Sor Genoveva), aunque el sinsentido escénico diluyó su ensamble vocal.

Gianni Schicchi: un trío vocal en un circo de «CULETTI«
En Gianni Schicchi, el tenor Santiago Martínez (Rinuccio), la indomable Guadalupe Barrientos (Zita) y la dúctil Jaquelina Livieri (Lauretta) formaron un trío vocal que, como un candelabro en un estercolero, iluminó la ópera con un brillo que era casi una afrenta al caos circundante. Martínez, con una voz que cortaba como un estilete y un ardor que hacía latir el pulso, entregó un Firenze è come un albero fiorito que fue un desafío al despropósito, un himno a Florencia que resonó como un reproche al escenario. Barrientos, en el rol de Zita, destiló su talento como si fuera un veneno exquisito, impregnando cada frase de carácter. Livieri, aunque algo forzada en O mio babbino caro, dejó caer notas cristalinas que, en sus mejores momentos, flotaban como pétalos sobre el fango. Este trío, queridos, fue una bofetada de refinamiento en un escenario infestado de CULETTI, cuerpos inertes y una régie que confundió la pantomima con un burdel de tres al cuarto.

Ricardo Seguel, como Gianni Schicchi, se pavoneó con un carisma astuto y una voz sólida, sorteando los escombros de la puesta. Marina Silva (Nella), Juan Salvador Trupia (Betto di Signa), Juan Font (Marco), Eugenia Fuente (La Ciesca), Luis Gaeta (Maestro Spinelloccio) e Iván García (Ser Amantio di Nicolao) ofrecieron actuaciones que, aunque vocalmente competentes, se perdieron en un escenario que parecía diseñado por un bufón con delirium tremens. ¿Pantomima? ¡Por favor! La régie proyectó una parodia de la Última Cena y ángeles caricaturescos que ofendian la tradición católica, como si el Colón fuera un tablado de carnaval. La desnudez, que no escandaliza cuando tiene propósito, aquí fue un alarido de mal gusto, acompañada de figuras antropofágicas que saltaban del Infierno dantesco a una Florencia de opereta barata. El público, tratado como un rebaño de snobs o ignorantes, asistió a un carrusel de disparates, con cantantes girando en derredor de la cama del muerto como en una calesita de tren fantasma, atrapados entre CULETTI reales y ficticios que no ofrecían ni seguridad ni sentido. En verdad, un sinsentido escénico que tomó la provocación por arte y la tradición por un trapo de limpieza.

Una régie que confundió Puccini con un film noir de serie B
La régie, a cargo de Pier Francesco Maestrini, con escenografía y video de Nicolás Boni, fue una afrenta a la obra de Puccini. En Il Tabarro, el verismo se hundió en el Sena, con solistas vagando como turistas despistados y Michele convertido en un vampiro de opereta. En Suor Angelica, los cantantes fueron estatuas vocales en una estética que evocaba Thriller de Michael Jackson. En Gianni Schicchi, la estética de “muertos vivos” y las bromas sacrílegas recordaban un cruce entre Beetlejuice y un circo de medianoche. Si el objetivo era desconcertar, lo lograron; si era honrar a Puccini, que alguien traiga un sacerdote.
Conclusión: tres estrellas y un brindis por el olvido
Este Il Trittico merece tres estrellas de cinco, sostenidas por la orquesta celestial de Venezi y el trío estelar de Martínez, Barrientos y Livieri. El resto fue un desfile de buenas intenciones ahogadas en un averno de CULETTI y procacidad escénica. Puccini reinará eternamente; esta producción, en cambio, se desvanecerá como un chiste mal contado. Ahora, si me disculpan, me retiro a escuchar a Tebaldi para limpiar mi alma de esta farsa.