sábado, 11 de octubre de 2025
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I Puritani, un regreso sin sobresaltos al Teatro Colón

LECTURA RECOMENDADA

I Puritani, di Scozia (melodrama serio en tres actos), música de Vincenzo Bellini y libreto en italiano de Carlo Pepoli. Dirección Musical: Maurizio Benini. Reparto: Jessica Pratt (Elvira), Francesco Demuro (Lord Arturo Talbo), Germán Alcántara (Sir Riccardo Forth), Ricardo Fassi (Sir Giorgio Valton), Hernán Iturralde (Lord Gualtiero Valton) Gastón Oliveira Weckesser (Sir Bruno Robertson) María Luisa Merino Ronda (Enrichetta di Francia). Orquesta y Coro Estable del Teatro Colón. Función: martes 16 de Septiembre, 20 hs. (ANT) Nuestra calificación: buena

Traer de regreso a la gran sala del Teatro Colón I Puritani di Scozia, uno de los títulos más emblemáticos y vocalmente exigentes del repertorio belcantista, presentado en versión de concierto, es un desafío que pone a prueba tanto a cantantes como a directores y al publico estoico. Este testamento de Vincenzo Bellini, con el que el genio de Catania logró estrenar en París —la meta soñada por cualquier compositor de la época—, es una fascinante sublimación del canto italiano, impregnada de influencias francesas que se manifiestan en la grandiosidad de los cuadros escénicos. Ambientada en las luchas entre puritanos y estuardos, la ópera se centra en la pasión y la locura de Elvira, abandonada por su amado el mismo día de su boda.

Bajo la dirección de Maurizio Benini, la lectura destiló serenidad monástica: equilibrio, claridad y respeto absoluto por la melodía. La orquesta y los cantantes navegaron los arcos bellinianos con cohesión, aunque esa continuidad inmutable sacrificó relieves, aristas y contrastes. Admirable, sí, pero con la previsibilidad de un reloj suizo.

Dr. Merengue susurra: “Ah, sí, todo tan pulcro, tan aséptico… la locura de Elvira convertida en paseo dominical. La música brilló, pero sin despeinarse jamás. Y uno se pregunta: ¿dónde está el vértigo?”

Jessica Pratt, se inscribió con autoridad en la prestigiosa tradición de sopranos ligeras de coloratura, una estirpe trufada de grandes intérpretes como María Malibrán, para quien Bellini escribió una versión alternativa para Nápoles que nunca se estrenó. Pratt, sin el carisma o la comunicatividad de algunas de sus predecesoras, centró su labor en un canto puramente instrumental, destacando por la suavidad en los ataques, una agilidad superior y una coloratura aérea que brilló en los sobreagudos. Su técnica fue una garantía, resolviendo con profesionalidad los intrincados pasajes del rol, especialmente en la polacca Son vergin vezzosa, donde expresó la fragilidad y candor virginal de Elvira con notas picadas, escalas y vocalizaciones vertiginosas de gran factura. Igualmente, superó con aparente facilidad la compleja coloratura de la cabaletta Vien diletto del acto segundo, con variaciones en la segunda estrofa que reflejaron la falsa alegría de la locura de Elvira. Sin embargo, su material vocal, pobre en volumen, y riqueza tímbrica, penalizó los pasajes de canto spianato, como la sublime melodía elegíaca de Vieni al tempio en el primer acto o Qui la voce sua soave en la escena de la locura del segundo acto, donde la falta de graves y un temperamento inane comprometieron la expresividad esencial del canto belliniano. A pesar de su dominio técnico, la frialdad de una emoción no plenamente vivida dejó una sensación de distanciamiento, siendo el resultado: un canto más ornamental que confesional.

Dr. Merengue comenta: “Pratt bordó encajes de cristal, pero el corazón no se borda, se desgarra. Y allí, la señorita jamás rompió la porcelana.”
Francesco Demuro, Jessica Pratt. Foto gentileza: Juanjo Bruzza (Prensa Teatro Colón)

Francesco Demuro, como Arturo, encarnó un tenor de timbre ingrato, con escasa presencia sonora, avaro de metal y tímbricamente modesto, pero alineado con la tradición de tenores livianos de procedencia rossiniana. Su canto, correcto aunque monocorde, careció de variedad en el fraseo, acentos o arrebato, y sus sobreagudos, aunque presentes, no lograron girar con el brillo esperado. La evocación del falsettone y el registro de cabeza, característico de los tenores de la época, resultó problemática en pasajes como el Do sobreagudo de A te o cara o el célebre Fa de Credeasi misera, notas que Bellini dedicó a Rubini y que en la voz de Demuro sonaron forzadas y de difícil audición. A pesar de estas limitaciones, su empeño y musicalidad, junto con un legato más que aceptable y una notable compenetración con Pratt, le permitieron ganar terreno

Dr. Merengue ríe con sorna: “Demuro buscó el Fa como quien tantea las llaves en la oscuridad. Llegó… pero ¿a qué precio? Bellini merecía insolencia, no un salto de fe al vacío con paracaídas roto.”

Germán Alcántara mostró nobleza en Riccardo, aunque con escasa variedad estilística. Su dúo con Riccardo Fassi, Suoni la tromba, desató el mayor fervor de la noche. María Luisa Merino Ronda fue una Enrichetta de proyección elegante, mientras Iturralde y Oliveira Weckesser cumplieron con corrección.

Maria Luisa Merino Ronda, Francesco Demuro, Jessica Pratt. Foto gentileza: Juanjo Bruzza (Prensa, Teatro Colón)

El verdadero protagonista oculto de la noche: el Coro Estable del Teatro Colón, bajo la dirección precisa y apasionada de Miguel Martínez. Allí donde los solistas se debatían entre la corrección y la tibieza, el coro ofreció la contundencia de un organismo vivo, pleno, capaz de transformar la partitura en drama verdadero. Cada entrada fue un golpe de claridad, cada bloque de sonido un recordatorio de que el Colón posee un instrumento coral entre los mejores del mundo. Martínez supo darles brillo, homogeneidad y fuego, levantando la versión desde la rutina hacia lo memorable. Fue el coro, más que nadie, el que encendió la chispa que Benini mantuvo apagada.

Solistas, Coro y Orquesta Estable. Foto gentileza: Prensa Teatro Colón

En conjunto, este regreso de I Puritani fue un acto de fidelidad: a Bellini, al bel canto, al Colón mismo. Pero fidelidad no es sinónimo de riesgo, y quizás eso explique la sensación final: el público salió agradecido, sí, pero también deseando una herida, un sobresalto, un arrebato. Wilde lo habría dicho mejor: “La tragedia del hombre moderno no es que se muera de hambre, sino de aburrimiento.”

Y el Dr. Merengue concluye: “Más vale una nota peligrosa que diez impecables. Porque lo perfecto, cuando aburre, no es perfección: es la forma más cruel de mediocridad.”

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