lunes, 22 de septiembre de 2025
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Giulio Cesare, Haendel – Salzburgo 2025: del barroco al búnker

LECTURA RECOMENDADA

Dmitri Tcherniakov — Director de escena. Elena Zaytseva — Diseñador de vestuario. Gleb Filshtinsky — Iluminador. Ran Arthur Braun — Director de combate. Tatiana Werestchagina — Dramaturga. Christophe Dumaux — Giulio Cesare. Olga Kulchynska — Cleopatra. Lucile Richardot — Cornelia. Federico Fiorio — Sesto. Yuriy Mynenko — Tolomeo. Andrey Zhilikhovsky — Achilla. Jake Ingbar — Nireno. Robert Raso — Curio. Salzburg Bach Choir. Michael Schneider — Director de coro. Le Concert d’Astrée. Emmanuelle Haïm — Directora, clavecinista. Sala: Haus für Mozart. Nuestra calificación: regular

Por un crítico tradicional, con el Dr. Merengue como testigo indignado bajo su mostacho tembloroso

Parte I – El crítico

En el interior del Haus für Mozart, bajo una noche plácida de agosto, se desplegó la nueva producción de Giulio Cesare in Egitto en el Festival de Salzburgo. Y si alguna vez la ópera de Haendel fue una joya barroca de orfebrería vocal, esta versión parece haber pasado por el torno de una modernidad que pretende más denunciar que emocionar. Bajo la dirección escénica de Dmitri Tcherniakov, lo que otrora fue un Egipto fantástico y ornamental, ahora se convierte en un búnker opresivo de guerra y traición, donde cada personaje es una ruina moral a punto de estallar.

Christophe Dumaux ofreció un Giulio Cesare vocalmente sólido, con una emisión clara y ornamentación medida. Su timbre conserva esa virilidad algo metálica que bien sirve al comandante romano. Olga Kulchynska, como Cleopatra, transitó una curva dramática interesante: de la coqueta sensualidad inicial a una devastación emocional sincera, aunque por momentos su vibrato impuso una tensión innecesaria a las líneas melódicas.

La dirección musical de Emmanuelle Haïm frente a Le Concert d’Astrée fue un caso curioso. Precisa, sin duda; estilísticamente informada, desde ya. Pero carente de esa llama dramática que permite que el barroco trascienda el museo y viva en el presente. Todo estuvo correcto… y eso fue, justamente, lo más incorrecto de la noche. La célebre “Va tacito e nascosto” careció de susurro conspirativo. “Piangerò la sorte mia” fue lamento sin lágrimas. Y el dúo final, en lugar de redención, pareció una rendición.

Entre los contratenores, Federico Fiorio (Sesto) destacó por su entrega emocional y presencia física. Su timbre, aún algo crudo en lo alto, sirvió a la fragilidad del joven vengador. Yuriy Mynenko, como Tolomeo, fue más actor que cantante: su frialdad escénica opacó una línea vocal que nunca terminó de afirmarse.

Christophe Dumaux (Giulio Cesare) © SF/Monika Rittershaus

La puesta de Tcherniakov, austera y casi aséptica, trabaja en clave psicológica: todo está en la mirada, en la rigidez de los cuerpos, en los silencios que se arrastran más que la propia música. Pero cuando uno asiste a Giulio Cesare, espera también cierto vuelo, cierta fantasía, cierta voluptuosidad sonora y visual que aquí se escamotea.

Parte II – El Dr. Merengue (que no se calla)

¡Barroco con casco y chaleco antibalas! Uno entra esperando Egipto y sale con estrés postraumático. ¿Dónde quedó la Cleopatra que nos hechizaba con una mirada y un trino? Acá la pobre parece una doble de Cate Blanchett encerrada en un Tupperware, y encima, desafina cuando quiere coquetear.

Christophe Dumaux (Giulio Cesare), Olga Kulchynska (Cleopatra) © SF/Monika Rittershaus

Giulio Cesare, ese César que solía cabalgar sobre las coloraturas, ahora camina por el cemento como si buscara el baño. Tolomeo parece salido de un casting para villano de telenovela turca y Sesto hace parkour como si Haendel fuera del Cirque du Soleil. ¡Vamos, maestro! ¡Si quiero deporte extremo, pongo los X-Games!

Y la orquesta, ¡ay, la orquesta! Le Concert d’Astrée parece más bien Le Concert de l’Asténie: todo suena educado, neutro, bien peinadito… pero sin sangre. Haïm dirige como si tuviera miedo de molestar. ¡Pero si Giulio Cesare es intriga, pasión, ambición desatada! ¡Esto no es un té con en Versalles, señora!

Al final, cuando llegaron al dúo final, ya no había aire en la sala. Ni amor, ni triunfo, ni respiro. Apenas ganas de que bajara el telón y nos devolvieran a Haendel… con un poco más de fiebre y menos de Ikea escénico.

Epílogo

Esta nueva versión de Giulio Cesare no busca complacer, sino provocar. Y eso es, quizás, su mayor mérito y su mayor límite. Para algunos será un Haendel valiente, despojado de manierismos y llevado al hueso. Para otros —entre los que este crítico se cuenta, junto con el Dr. Merengue refunfuñando en mi oído—, será una ópera castrada de su magia, una disección quirúrgica de un cuerpo que pide danza, no autopsia.

Y así salimos del teatro: yo, preocupado. El Dr. Merengue, iracundo. Y Haendel… sospecho que en su tumba, bailando una giga mientras se ríe de todos nosotros.

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