Karlsson, Fanny and Alexander – La Monnaie | De Munt – Ariane Matiakh, Dirección – Ivo van Hove, Dirección de escena – Jan Versweyveld, Diseño de escena, Diseño de iluminación – An D’Huys, Diseño de vestuario – La Monnaie Symphony Orchestra – Christopher Ash, Videoartista. Elenco: Susan Bullock, Helena Ekdahl – Sasha Cooke, Emilie Ekdahl – Thomas Hampson, Bishop Edward Vergerus – Peter Tantsits, Oscar Ekdahl – Anne Sofie von Otter, Justina Loa Falkman, Isak Jacobi – Aryeh Nussbaum Cohen, Ismaël – Alexander Sprague, Aron – Justin Hopkins, Carl Ekdahl – Polly Leech, Lydia – Gavan Ring, Gustav Adolf Ekdahl – Margaux de Valensart, Alma Ekdahl Marion Bauwens, Paulina – Blandine Coulon, Esmeralda – Lucie Penninck, Boy soprano – Jay Weiner, Boy soprano
Las adaptaciones de películas a óperas han demostrado ser un terreno infestado de trampas y, en este caso, La Monnaie se hunde hasta el fondo. «Fanny y Alexander», esa obra maestra de Ingmar Bergman, es hereje de sí misma en esta versión operística, donde lo que debería haber sido una celebración de su riqueza emocional y narrativa se convierte en un ejercicio sin alma, plagado de pretensiones vacías. Lo único que parece haber inspirado a los creadores es una combinación de snobismo artístico y una absoluta desconexión con el corazón de la historia.
En cuanto a la música, Mikael Karlsson demuestra un dominio desconcertante del aburrimiento. Su partitura no es más que una acumulación de clichés minimalistas tan simplistas que parecen creados por un algoritmo que nunca entendió qué es la emoción humana. Su orquestación, más densa que cualquier atmósfera de suspenso, aplasta al espectador sin dejar espacio para la respiración, mientras que los cantantes, atrapados en la maraña sonora, se ven obligados a usar micrófonos, como si la ópera fuera un mal musical barato. Y aún así, la claridad vocal se pierde en un mar de ruido indiferente. Uno termina pidiendo que la música se apague, y no precisamente por un exceso de belleza.
El libreto de Royce Vavrek, por su parte, es un ejercicio de torpeza y falta de visión. Reducción tras reducción, se corta lo más vital de la obra para dar paso a una verborragia innecesaria. Lo peor es la decisión de sacrificar el protagonismo de los personajes femeninos en favor de personajes como el insípido Alexander, cuya repetitiva, infantil y vacía palabrería se convierte en una carga insoportable. En pleno siglo XXI, seguimos siendo testigos de cómo se erigen obras donde las mujeres son sombras de los hombres, y aquí ni siquiera se disimula el desprecio por su profundidad.
El elenco, que podría haber salvado la producción, queda atrapado en esta marisma sin salida. Nombres como Susan Bullock, Anne Sofie von Otter, Sasha Cooke y Thomas Hampson brillan como estrellas fugaces, pero ni su destreza vocal puede superar el sinsentido de la partitura. Jay Weiner, en el papel de Alexander, tiene destellos de genialidad, pero se pierde irremediablemente en un mar de mediocridad. Peter Tantsits, como Oscar, parece ser la víctima de una composición que parece diseñada para hacerle la vida imposible.
La dirección musical de Jean-Christophe Spinosi, aunque perfecta en lo técnico, no logra dar vida a una obra vacía de espíritu. Más que dirigir, parece estar dando cuerda a un reloj roto, marcando el tiempo sin sentido, mientras la música agoniza, privada de todo atisbo de emoción.
La Monnaie, con todos sus recursos, podría haber dado lugar a una versión memorable de esta ópera, pero lo que vemos aquí es un derroche de talento y dinero, una catástrofe disfrazada de arte elevado. ¿Por qué nadie levantó la mano para frenar esta debacle antes de que fuera demasiado tarde? En lugar de una experiencia transformadora, se ofrece un espectáculo cansino, pretencioso y profundamente insatisfactorio.
Si esta es la dirección que toman las óperas basadas en películas, lo mejor sería abandonarlas definitivamente y permitir que cada forma de arte siga su propio curso sin tratar de forzar una unión que nunca funcionará. Bergman no merecía este insulto, y el público, desde luego, no lo merece.