martes, 18 de noviembre de 2025
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Elīna Garanča, de lo personal a lo sublime . Ciclo Aura, Teatro Colón

LECTURA RECOMENDADA

Ciclo Aura: Elīna Garanča (mezzosoprano) y Malcom Martineau (piano). Teatro Colón, lunes 21 de octubre, 20 hs. Nuestra calificación: excelente

Hay artistas que no necesitan artificios para conquistar. Su sola presencia basta para imponer un clima de expectación y reverencia. Elīna Garanča pertenece a esa estirpe rara y preciosa de intérpretes que no buscan deslumbrar: lo consiguen por naturaleza. Su reciente presentación en el Teatro Colón, dentro del Ciclo Aura, fue más que un recital: fue una lección de arte, de estilo y de respeto por la música.

A su belleza deslumbrante y talento puntilloso, Garanča sumó una voluntad artística inusual: ofrecer un programa estéticamente equilibrado, con pinceladas de compositores letones elegidos por la textura poética de sus letras y por la nobleza de sus melodías. No se trató de un repertorio para lucirse, sino para decir algo, para compartir un mundo sonoro íntimo, donde lo autobiográfico se entreteje con lo universal.

Foto gentileza, Juanjo Bruzza (Prensa Teatro Colón de Buenos Aires)

De lo íntimo a lo sublime, el recorrido emocional fue de una coherencia ejemplar. Cada lied, cada aria, estuvo medida hasta el último gesto. Garanča no actúa la emoción, la contiene y la sugiere con un gesto que nace del respeto por la obra. Su elegancia escénica —sin joyas excesivas, sin teatralidades impostadas— demuestra que primero está la música, y que solo desde esa convicción puede alcanzarse la grandeza.

El público, rendido desde la primera nota, vibró con ella. Sin embargo, Garanča no se abandona nunca a la complacencia: se exige, comunica, transforma. Sabe que el silencio también forma parte del arte, y pide que ese silencio se respete. Porque en el Colón, la música no se interrumpe: se escucha, se contempla, se honra. Como recordaba Debussy, hay compases que existen solo para resonar en el aire; aplaudirlos antes de tiempo es privarse de ese instante de gracia.

A su lado, Malcolm Martineau fue el compañero ideal. Pianista de sobria elegancia y sensibilidad exacta, supo moldear el sonido para enmarcar la voz sin invadirla, con un toque claro, diáfano y ligero, casi como el reflejo de la propia mezzo. La comunión entre ambos fue total: una conversación entre iguales, pero con la sabiduría de saber quién lleva la palabra principal.

La técnica vocal de Garanča roza la perfección: dominio absoluto del fiato, homogeneidad en todos los registros, filati de seda, graves con cuerpo y brillo en la zona aguda sin tensión alguna. El tránsito entre piano y forte es natural, orgánico, sin rupturas; la voz fluye como una materia viva. En cada frase, hay conciencia del texto, del sentido y del color. Su interpretación de “Art is calling for me” de Victor Herbert fue un cierre triunfal, donde humor y virtuosismo se dieron la mano.

Y cuando parecía que todo estaba dicho, llegaron los encores: un capítulo aparte. “Mi Buenos Aires querido” fue una caricia a la audiencia, un gesto de cercanía que hizo llorar discretamente a más de uno. Luego, la “Habanera” de Bizet y un “O mio babbino caro” impecable, casi como un juego, sin esfuerzo alguno, demostraron su versatilidad y su dominio absoluto del repertorio.

Esta noche quedará en la memoria colectiva del Colón no solo por la calidad artística de la intérprete, sino por lo que encarna: la idea de que el arte vocal no es un despliegue de potencia, sino una forma de decir lo esencial con verdad y belleza. Garanča no dio un concierto: ofreció un acto de comunión, una celebración de lo que la música puede ser cuando quien la canta tiene algo que decir —y sabe cómo hacerlo.

Una artista única, en plenitud. Una noche que fue pura música.

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