Ciclo «Grandes Intérpretes:
Soprano: Jessica Pratt. Piano: Kamal Khan
Programa, parte I : Richard Strauss: Breit’ über mein Haupt dein schwarzes Haar, op. 19 n.º 2; Ich schwebe, op. 48 n.º 2; Befreit, op. 39 n.º 4; «Großmächtige Prinzessin»de Ariadne auf Naxos . Frédéric Chopin: Barcarola en fa sostenido mayor, op. 60. Vincenzo Bellini: La ricordanza; Malinconia, ninfa gentile. De La sonnambula: «Oh! se una volta sola rivederlo io potessi»; «Ah, non credea mirarti», «Ah! non giunge» . PARTE II : Eva dell’Acqua: Villanelle. Alfred Bachelet: Chère nuit. Jacques Offenbach: «Les oiseaux dans la charmille» de Los cuentos de Hoffmann. Ned Rorem: Barcarolle n.º 1; De Six Songs for High Voice: Pippa’s Song; Cradle Song. Leonard Bernstein: «Glitter and be gay» de Candide. Función: domingo 7 de Septiembre, 17 hs. Nuestra calificación: excelente
El debut de la soprano Jessica Pratt en el Teatro Colón fue un acontecimiento lírico de magnitud , un momento que quedará inscripto en la memoria de la sala como aquellos hitos que marcan un antes y un después en la vida musical de Buenos Aires. Pratt, artista de sólida trayectoria internacional, llegó al primer coliseo con la impronta de quien domina no solo la técnica más depurada, sino también el riesgo del repertorio poco frecuentado, transformando su presentación en un manifiesto de arte vocal.El recital comenzó con un bloque consagrado a Richard Strauss, en donde tres canciones —Breit’ über mein Haupt dein schwarzes Haar, Ich schwebe y Befreit— hicieron de la sutileza y el refinamiento su sello, preparando el terreno para culminar con la célebre Großmächtige Prinzessin de Zerbinetta, de Ariadne auf Naxos. Pratt se enfrentó a esta aria temible con autoridad indiscutible. Zerbinetta, personaje juguetón y de pirotecnia vocal, exige una combinación de resistencia, musicalidad e inteligencia dramática poco comunes. Pratt sorteó cada trino, cada salto de registro y cada arabesco con exactitud casi matemática, pero sin perder la frescura del personaje: hubo picardía, coquetería, ironía, y todo ello sostenido en un fiato interminable. La sala entera quedó cautiva de esa capacidad de unir virtuosismo y teatralidad, que en Strauss se convierte en un verdadero campo de batalla para las sopranos.
La segunda sección de la primera parte trajo consigo un intermezzo pianístico de especial relieve. Kamal Khan, desde el teclado, se adueñó de la sala con una versión refinada y poética de la Barcarola en fa sostenido mayor de Chopin, pieza donde desplegó un lirismo contenido, atmósfera nocturna y un fraseo delicadísimo. Fue uno de los momentos donde el pianista brilló con luz propia, aportando al programa una pausa de ensueño.

El bloque dedicado al bel canto abrió el fuego con dos canciones de Bellini: La ricordanza y Malinconia, ninfa gentile, obras que permitieron a Pratt desplegar la pureza de su línea de canto y la profundidad expresiva de su estilo. A continuación llegaron páginas poco habituales en el Colón: Oh! se una volta sola, Ah! non credea mirarti y Ah! non giunge de La sonnambula. Pratt revitalizó el espíritu belcantista con un legato impecable, un dominio del fiato que permitió expandir las frases como si fueran cintas suspendidas en el aire, y una ornamentación elegante, nunca gratuita. En Ah! non credea mirarti, alcanzó un lirismo conmovedor, con medias voces cargadas de melancolía; y en Ah! non giunge, desplegó un torrente de agilidades que coronaron esta parte con un efecto jubiloso. Fue un Bellini pleno, donde la soprano mostró que no hay artificio técnico que valga sin emoción genuina.
La segunda parte del concierto, menos solemne pero igualmente exigente, se convirtió en un auténtico catálogo de recursos. Las páginas de Eva dell’Acqua y Bachelet irradiaron encanto y elegancia, antes de que Offenbach la colocara en el terreno de lo lúdico con Les oiseaux dans la charmille, aria en la que desplegó su virtuosismo escénico y su precisión de relojero en los pasajes mecánicos. La inclusión de canciones de Ned Rorem, como la Barcarolle n.º 1 —donde nuevamente el pianista Kamal Khan supo lucirse con refinamiento— y las piezas de Six Songs for High Voice (Pippa’s Song y Cradle Song), fue un gesto de audacia intelectual: un repertorio poco transitado en este ámbito que encontró en Pratt una intérprete sensible, capaz de extraer poesía y melancolía de un universo sonoro desconocido para gran parte del auditorio. El cierre oficial con Glitter and be gay de Bernstein fue de amplia teatralidad: la agilidad en los sobreagudos y la deslumbrante coloratura arrancaron aplausos notorios, aun cuando el gesto escénico por momentos rozara el exceso.
Encores
Los encores constituyeron, en sí mismos, una segunda función dentro de la función. El inicio fue con la cavatina de Linda di Chamounix de Donizetti, donde Pratt desplegó un virtuosismo vocal impecable, con agilidades cristalinas y un fraseo lleno de encanto que evocaron de inmediato el espíritu del bel canto en su máxima expresión.
Luego llegaron las temibles Variaciones de Proch, un verdadero ejercicio de resistencia y pirotecnia vocal que nos retrotrajo a altri tempi, cuando sopranos de coloratura solían ofrecerlas como prueba de fuego en sus recitales en la Gran Sala porteña, o bien las incluían como adorno brillante en la lección de piano (lesson de pianoforte) en Il barbiere di Siviglia de Rossini. Pratt abordó esta pieza endiablada con una seguridad deslumbrante, en tempos vertiginosos y con agudos lanzados como dardos, provocando un estallido de entusiasmo en el público.
Hubo también espacio para una curiosidad: un “Tango” de Albéniz, ofrecido por Kamal Khan al piano. El gesto resultó simpático y musicalmente correcto, aunque para el oído argentino, habituado al ADN del tango rioplatense, sonó como un espejo distante y algo contradictorio, más evocación que vivencia.
Finalmente, el concierto culminó con una Casta Diva sencillamente inolvidable, en la versión original de Bellini en Sol mayor. Pratt tejió pianissimi de una delicadeza filigranada, encadenados con maestría hasta alcanzar un squillo radiante en el agudo culminante, capaz de atravesar la estructura misma del teatro. Esta elección de tonalidad, más alta y mucho más ardua, devolvió al público la visión primigenia del compositor, que había optado por rebajar el aria para Giuditta Pasta. Pratt convirtió este cierre en un acto de valentía y grandeza vocal, clausurando la velada con un impacto emocional que rozó lo histórico.

El debut de Jessica Pratt en el Colón no solo superó expectativas: las demolió. Fue una consagración porteña que se proyecta en el futuro inmediato, pues su regreso en I Puritani de Bellini promete una continuidad de esta aventura artística. Pratt ha demostrado ser mucho más que una gran soprano: es una intérprete que convierte cada aparición en un evento histórico, capaz de inscribir su nombre entre las grandes voces que hicieron del Colón un teatro mítico.
Dr. Merengue dice lo que el crítico no se atreve
¡Caray, señores! Qué banquete de agudos nos pegamos en el Colón. Jessica Pratt llegó, se paró y dijo: “Aquí mando yo”. Y mandó, ¡vaya si mandó! La mujer es como esas máquinas suizas: precisión total, ni un vibrato de más, ni una nota fuera de sitio. Pero ojo, que tanta perfección a veces corre el riesgo de volverse un poco… enciclopédica.
Con Strauss nos paseó como si estuviéramos en un parque alemán un domingo a la mañana: todo muy pulcro, muy bien peinado, pero con poco riesgo emocional. Bellini, en cambio, le salió de maravilla: esas agilidades parecían cintas de seda en el aire. Ahora, lo de Bernstein… ¡ahí sí que se soltó! Aunque les digo, por momentos parecía más Broadway que Colón. Uno no sabía si aplaudir o pararse a comprar pochoclo.
Y los encores, ¡madre mía! Dio tantos que si seguía, la tenían que desalojar con la Policía Federal. Eso sí: cuando llegó la Casta diva en Sol mayor, se me aflojaron las rodillas, y créanme que eso no me pasa seguido. La voz parecía una columna de mármol iluminada por dentro.

Lo que queda claro es que la Pratt vino a marcar territorio. No es de las que llegan, cantan dos arias de compromiso y se van. No, señora. Esta se plantó y dijo: “Yo soy la soprano belcantista del momento, y el Colón es mi casa”. Y el público, que no es nada tonto, se lo creyó de inmediato.
Así que ya lo saben: si se pierden a Pratt en I Puritani, no me vengan después con lágrimas de cocodrilo. Porque la Jessica no canta, arrastra multitudes. Y yo, el Dr. Merengue, les digo que la próxima vez lleven pañuelo: no por llorar, sino para abanicar el calor que esta mujer levanta con cada sobreagudo.