El Che y yo…

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Al ingresar a la sala, el reducido espacio escénico nos presenta la imagen del “Che” entre la bruma de su cigarro, mostrando sus heridas y esperando el desenlace final.

El texto del programa de mano enuncia: “Bolivia, escuelita de La Higuera, 8 de octubre de 1967. “Lari Lari”, criatura mitológica de la región andina, preocupada por su pérdida de popularidad, dice haber atrapado al Che con el propósito de robar su alma y así apropiarse de la fama del guerrillero. El encuentro nos revelará un Che íntimo, atosigado por los embates de ese extraño ser dispuesto a todo para recuperar el prestigio y el respeto que supo tener en otros tiempos”.

En efecto, al oscurecerse la pequeña sala dicha figura no tarda en aparecer surgiendo del “detrás” de la escena, apenas cubierta por extraños jeroglíficos en todo su cuerpo y rostro.

Como el resumen transcripto propone, pasa a representar diferentes espectros que le pueden haber aparecido a Guevara en sus últimas horas: un compañero guerrillero herido, un militar del ejército boliviano que lo amenaza, un ideólogo que discute con él… el interpelado tiene respuestas cortantes, a veces de rechazo, a veces irónicas, otras nebulosas, y hasta incluye sus propios diálogos internos, hasta que finalmente – antes de ocupar la camilla en que se sacara la célebre imagen ya exterminado –  lo vemos ascender entre las gradas alzando la vista, desabotonando su camisa de fajina e invocando a su madre para expresarle sus pensamientos, que serán sus postreros…

Muy diferente de la ya muy anterior escenificación de los momentos terminales del Che Guevara surgida de la pluma de José Pablo Feinmann 1, que pretende más objetividad y el acento en la intención política (que aquí prácticamente se esfuma, para dar lugar antes a otro plano) pero no deja de tener un rasgo común con la de Garavaglia: las sucesivas apariciones imaginarias de diferentes interlocutores corporizados en el mismo intérprete. Sólo que la intención es aquella vez clara: exculparlo del ajusticiamiento somero a sus órdenes de miembros de la dictadura de Batista tomados prisioneros, exponiendo argumentos que no sólo resultan débiles o insuficientes: al hallarse “en espejo” con las acciones que supone castigar, termina Feinmann por responsabilizarlo aún más y con más énfasis. Esto se halla por completo ausente aquí, al privilegiarse la dimensión de lo fantasmático.

Gran trabajo de ambos actores, Laurentino Blanco y Theo Cesari, que con justo merecimiento se llevan los aplausos de la sala.

1 Feinmann, José Pablo, Dos destinos sudamericanos, Cuestiones con Ernesto Che Guevara, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1998

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