El arte argentino siempre, en mayor o menor medida, ha gozado de buena salud. Durante el siglo XX nuestros creadores no solo han estado en contacto y adherido a vanguardias internacionales, sino que han “filtrado” esos principios de otros movimientos para, sin alejarse de los mismos, crear con un claro sello personal (Emilio Pettoruti y Xul Solar son claros ejemplos). Y más aún, hay artistas que hay creado movimientos locales, tal el caso del “Arte Madí”, posicionado internacional mente, y que es cita obligada en todo buen texto de Historia del Arte Moderno editado en el mundo, con la misma importancia que le dan a otros movimientos europeos o norteamericanos (por ejemplo “Art in Time –A world history of styles and movements”, 2014. Great Britain).
Precisamente también eso ocurrió cuando dos jóvenes artistas redactan en 1959 el Manifiesto del “Arte Generativo”, nutriéndose del Constructivismo, el Op Art y el Arte Cinético. Llevarán a cabo su primera exposición siguiendo esos principios en 1960. Esos artistas eran Miguel Ángel Vidal (1928-2009) y el artista que hoy nos ocupa: Eduardo Mac Entyre (1929-2014).
A partir de ese momento Mac Entyre continuará trabajando e investigando plásticamente con imágenes geométricas puras, pero especialmente la curva, y las líneas de color como elemento esencial en la composición, cruzándose, formando tramas, generando espacios virtuales sobre la superficie de la obra, y algo particular: generando luz, centros lumínicos que vibran de una manera especial. Todo esto será “el sello Mac Entyre”, logrando una sensibilidad y estableciendo una dialéctica con el espectador que no siempre se logra en la abstracción geométrica. Todo esto le valió, además del reconocimiento artístico entre colegas, crítica y público, la valoración internacional, recibiendo valiosas distinciones en su país y en el exterior, y el ser seleccionado por la Unesco como uno de los artistas más representativos de la Argentina.








Ahora, a ocho años de su fallecimiento, podemos ver un gran, variado, y notable conjunto de obras expuestas en Galería Palatina, con curaduría de María Cristina Rossi. Una gran apuesta de esta tradicional e icónica galería de Buenos Aires, sin duda con la participación de los dos hijos del pintor, Roger y Cristian (quienes además llevan adelante sus propias y muy interesantes carreras artísticas). Es así que podemos estar disfrutando de algunos dibujos pero esencialmente de pinturas de distintas épocas y tamaño, entre ellas un atrayente Políptico de la década del 70, o exquisitas pinturas de pequeño formato que mantienen la esencia de las obras de mayores dimensiones, donde movimiento, luz y color alcanzan un protagonismo excluyente.








No es atrevido decir que, gracias a la cuidada selección para esta exposición de Palatina, estamos frente a “un clásico”, alguien que creó e investigó sin perder sensibilidad en su producción. No puedo dejar de establecer un nexo a través de los tiempos con alguien del Quattrocento italiano, Piero della Francesca, pintor y geómetra. Ambos interesados por los mismos principios…
En definitiva, una muestra que no puede dejar de verse. Una de las mejores exposiciones de esta temporada, y un justo homenaje a su autor. Allí están; las obras de un gran artista nos esperan….