El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer. Autor: Christopher Marlowe. Versión escénica: Carlos Gamerro, Alejandro Tantanian, Oria Puppo. Dirección: Alejandro Tantanian. Intérpretes: Agustín Pardella, Sofía Gala Castiglione, Patricio Aramburu, Eddy García, Luciano Suardi, Santiago Pedrero, Gabo Correa, Lalo Rotaveria, Sergio Mayorquín, Francisco Bertín, Matías Marshall, Belisario Sánchez Dansey, Byron Barbieri, Martín Antuña y Esteban Pucheta. Vestuario: Oria Puppo. Escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Sol Lopatín, Magdalena Ripa Alsina. Música: Axel Krygier. Coreografía: Josefina Gorostiza. Sala: Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Funciones: de miércoles a sábados, a las 20; domingos a las 19. Nuestra opinión: excelente.
La actual propuesta de Eduardo II en el Teatro San Martín es una explosión visual y emocional que no se anda con rodeos. Alejandro Tantanian, junto al ácido y brillante Carlos Gamerro y la visualmente provocativa Oria Puppo, nos traen una versión que respeta la esencia de Marlowe, pero que pone sobre la mesa cuestiones que, en pleno 2024, son imposibles de ignorar. Este Eduardo es un rey llevado al extremo de su locura, en una búsqueda de su «yo» que va más allá del mero amor prohibido, y no, no es una obra de fácil digestión, pero tampoco un paseo por la chabacanería.
Lo que han hecho Tantanian y compañía es subversivo sin caer en el cliché. Al contrario, nos enfrentan con un teatro que se mantiene firme, que no se limita a chocar por el mero hecho de provocar, sino que interroga con audacia: aquí, la homosexualidad de Eduardo II no es solo un escándalo, es un arma política, una puerta abierta hacia el caos y una excusa para explorar los límites de la identidad y el poder. En la interpretación de Agustín Pardella, Eduardo II no se limita a ser un monarca caprichoso o un amante desafortunado, sino un personaje que navega entre el delirio y la convicción, decidido a conjugar su deseo personal con el bien del reino. Y por supuesto, en el medio queda atrapado y arrastrado en un remolino que amenaza con tragarse todo a su paso.

¿Y qué decir de la escenografía de Oria Puppo? Un espectáculo en sí misma. Nos transporta a un mundo donde los cuerpos visten largas capas de cuero, los guardias lucen uniformes inspirados en el fútbol americano, y el glamour queer se despliega en toda su gloria. La escena está cargada de detalles sutiles que nos hacen cuestionar continuamente lo que estamos viendo: las columnas numeradas y la escenografía desdoblada sugieren que somos cómplices de un gran teatro que se escapa más allá del escenario. Nos preguntamos si lo que vemos es un mundo donde se juega a la realidad o si es que, quizás, la gran escena es lo que sucede fuera de la vista.
En esta adaptación de Gamerro, la trama mantiene el filo del texto original pero lo redimensiona para una audiencia que ya no se escandaliza tanto por el amor entre hombres, sino que busca algo más: ¿acaso Eduardo no es un reflejo de nuestra propia desesperada búsqueda de autenticidad? ¿No estamos también nosotros atrapados entre lo que se espera de nosotros y lo que realmente deseamos? La Argentina de hoy, con todas sus turbulencias, necesita obras como esta que se atrevan a decir lo que tantos callan. Tantanian lo sabe y nos lo muestra sin tapujos: aquí, el género no es una cuestión, es un campo de batalla.
El elenco acompaña esta tormenta con precisión. Eddy García interpreta a Gaveston como el amante que despierta la rebeldía, representando tanto el orgullo como el deseo.. Mientras, Sofía Gala Castiglione la despechada reina Isabel observa cómo el reino y su esposo se le escapan, su inquietante andar refleja su perversión como consorte. Mortimer interpretado por Patricio Aramburu, es el estratega político, dispuesto a todo por el poder pero sin comprender que el verdadero peligro reside en el rey y su búsqueda desenfrenada de sí mismo.

Todo el elenco está hábilmente dispuesto como en un juego de ajedrez, donde el espectador realizará su propio «jaque mate», con actuaciones que potencian a los protagonistas. La propuesta de Tantanian cruza límites con respeto hacia el espectador. El teatro aquí no se vuelve burdo ni trivial; es una obra punzante y lúcida que aborda temas esenciales en una Argentina que reexamina su identidad, deseos y límites.

En este Eduardo II, el poder, el deseo y la locura se desatan en un escenario donde lo humano y lo político se entrelazan. Tantanian y su equipo nos demuestran que, en esta obra, el género es tanto una construcción como una destrucción, un campo abierto donde el verdadero drama es, finalmente, el de un individuo enfrentado a sí mismo. Y en el fondo, no es solo Eduardo quien busca; somos nosotros.