Director de escena: Peter Macfarlane. Dirección musical: Ezequiel Silberstein/Tomás Mayer-Wolf. Dirección vocal: Tomás Mayer-Wolf. Coreografía: Carina Vargas. Vestuario: Cecilia Gómez García. Intérpretes: Orquesta Académica del Teatro Colón; Matías Acosta, María Álvarez de Toledo, Joaquín Catarineu, Lucía Chouhy, Bruno Coccia, Guadalupe Devoto, Morena Feit, Ignacio Francavilla y Paz Gutiérrez (Cantantes); Antonella Angelico, Rodrigo Avellaneda, Ignacio Colombara, Erik Ferreira, Antonela Ferreiro, Patricia Flores, David Gaggi, Facundo Idio, Luana Lachermeier, Gimena Nykolyn, Priscilla Rocca y Clara Videla Díaz (bailarines). Sala: Teatro Colón. Funciones: martes 11 a sábado 15 a las 16 y a las 20, domingo 16 a las 11 y 17 hs. Nuestra opinión: muy buena.
El Teatro Colón, templo histórico de la música académica, abrió sus puertas este 2025 a la magia de Disney con Un Recorrido Sinfónico, un espectáculo que fusiona la grandiosidad orquestal con el universo visual y emocional de los clásicos animados. Bajo la batuta del director Ezequiel Silberstein, la Orquesta Académica del Teatro Colón (junto a más de 20 artistas en escena) logró un equilibrio entre el rigor sinfónico y la energía desbordante de un show pensado para todas las edades.
La Orquesta como narradora de sueños
El corazón del concierto late en los más de 60 músicos que dieron vida a partituras icónicas. Desde los violines que tejieron la delicadeza de Bella y Bestia hasta los metales que elevaron el épico Ciclo sin fin de El Rey León, la orquesta demostró versatilidad y profundidad. Destacó especialmente en momentos donde brilló sin acompañamiento, como en This Land (Hans Zimmer), donde los cellos y percusiones transportaron al público a la sabana africana con una intensidad casi cinematográfica.

Visuales y coreografías: Un diálogo sin palabras
La dirección visual, a cargo de Carina Vargas, evitó caer en recreaciones literales de las películas. En su lugar, optó por evocaciones atmosféricas: las aguas turquesas de Moana, los cristales de hielo de Frozen y la selva de Tarzán se mezclaron con coreografías dinámicas y vestuarios vibrantes. Un acierto fue el minimalismo durante Libre soy (Frozen), donde la pantalla se limitó a copos de nieve, permitiendo que la voz solista y la orquesta ocuparan el centro emotivo.
El contrapunto entre proyecciones y movimiento en escena alcanzó su clímax en Piratas del Caribe: los violines imitaron el vaivén del mar, mientras la pantalla mostraba batallas navales sincronizadas con redobles de tambor. Un vértigo audiovisual que recordó por qué el Colón es un espacio idóneo para experiencias inmersivas.
Mickey, Minnie y el dilema de la nostalgia
Si bien la aparición de Mickey y Minnie como anfitriones de unas «vacaciones misteriosas» aportó un guiño lúdico, sus voces estridentes y su estética retro contrastaron con la sofisticación del resto del espectáculo. Aunque su rol como hilos conductores es un sello de los shows de Disney, aquí se sintieron como un elemento desactualizado frente a la modernidad de temas como No se habla de Bruno (Encanto) o Cuán lejos voy (Moana), interpretados con frescura por el elenco vocal.

Un programa para reconectar con la infancia (sin perder profundidad)
El recorrido no cronológico por las películas funcionó como un collage emocional. Al yuxtaponer baladas como Colores en el viento (Pocahontas) con la energía de No se habla de Bruno, el show celebró la diversidad del legado Disney: canciones que son capas de memoria para quienes crecieron con ellas y descubrimientos para nuevas generaciones. La inclusión de villanos de Descendientes en la segunda parte añadió un toque oscuro y contemporáneo, aunque hubiera sido interesante explorar más arreglos innovadores en lugar de versiones fieles.
Reflexión final: ¿Un éxito sinfónico?
Disney en Concierto confirma que la música de Disney trasciende formatos. La Orquesta del Colón, usualmente asociada a repertorios clásicos, demostró que puede respirar con libertad en territorios populares sin perder su esencia. Si bien el exceso de elementos (pantallas, bailarines, efectos) podría haber opacado a los músicos en manos menos hábiles, Silberstein supo mantener el equilibrio, concediendo a cada pieza su espacio dramático.
