Director: Daniele Gatti. Director: Matthias Davids. Diseño de escenario: Andrew D. Edwards. Vestuario: Susanne Hubrich. Dirección coral: Thomas Eitler-de Lint. Dramaturgia: Christoph Wagner-Trenkwitz. Iluminación: Fabrice Kebour. Coreografía: Simon Eichenberger . Reparto: Hans Sachs, Schuster: Georg Zeppenfeld. Veit Pogner, Goldschmied: Parque Jongmin. Kunz Vogelgesang, Kürschner: Martin Koch. Konrad Nachtigal, Spengler: Werner Van Mechelen. Sixtus Beckmesser, Stadtschreiber: Michael Nagy. Fritz Kothner, panadero: Jordan Shanahan. Balthasar Zorn, Zinngießer: Daniel Jenz. Ulrich Eisslinger, Würzkrämer: Matthew Newlin. Augustin Moser, Schneider: Gideon Poppe. Hermann Ortel, Seifensieder: Alexander Grassauer. Hans Schwarz, Strumpfwirker: Tijl Faveyts. Hans Foltz, Kupferschmied: Patrick Zielke. Walther von Stolzing: Michael Spyres. David, Sachsens Lehrbube: Matthias Stier. Eva, Pogners Tochter: Christina Nilsson Magdalena, Evas Amme: Christa Mayer. Función: 2 de Agosto, 16 hs. Nuestra calificación: muy buena.
Salgo del Festspielhaus con la cabeza llena de acordes wagnerianos y el corazón debatido entre la euforia y la perplejidad. La producción de Die Meistersinger von Nürnberg de los Bayreuther Festspiele 2025, dirigida por Matthias Davids y con Daniele Gatti al frente de la orquesta, es un experimento audaz que transforma la única comedia de Wagner en un espectáculo de Music Hall con destellos de genialidad y tropiezos evidentes. Desde una perspectiva sudamericana, particularmente argentina, esta propuesta plantea preguntas sobre cómo se recibe la desestructuración de una obra canónica en un escenario donde la tradición pesa como una catedral.
La orquesta, bajo la batuta de Gatti, es un milagro sonoro. El preludio estalla con una claridad que recuerda el sol rompiendo las nubes, con cuerdas que cantan como un coro celestial y metales que resuenan con la precisión de un reloj suizo. Gatti, un maestro del foso de Bayreuth, equilibra la grandiosidad wagneriana con momentos de delicadeza que cortan la respiración, como el quinteto del tercer acto, que flota como un sueño tejido con hilos de oro. Sin embargo, su tendencia a alargar los tempi en los pasajes más introspectivos –especialmente en los monólogos de Sachs– roba vitalidad a la comedia. Es como si Gatti quisiera filosofar en medio de una fiesta, y aunque la orquesta responde con una calidad sublime, a veces uno anhela un poco más de chispa.
La dirección escénica de Matthias Davids, conocido por su trabajo en musicales, convierte Nürnberg en un circo visual que oscila entre lo brillante y lo excesivo. La escenografía de Andrew D. Edwards es un viaje lisérgico: el primer acto parece un cómic pop-art; el segundo acto evoca un cuento de Disney; y el tercer acto culmina en una festwiese kitsch, con una vaca hinchable gigante y coreografías de Instagram. Las escenas corales son un torbellino de energía, pero los momentos íntimos –como la serenata de Beckmesser o las reflexiones de Sachs– se pierden en este aluvión de color. Davids apuesta por despolitizar la obra, presentándola como un lustspiel para todos los públicos. En Bayreuth, donde la sombra de Wagner siempre está presente, esta elección se siente como un intento de esquivar las grandes preguntas sobre arte, tradición y comunidad.
El reparto, sin embargo, es un triunfo absoluto. Georg Zeppenfeld, como Hans Sachs, es un coloso vocal y escénico. Su bajo-barítono cálido y su interpretación entre filósofo y artesano hacen que cada monólogo sea una confidencia. Michael Spyres, como Walther von Stolzing, deslumbra con un tenor luminoso y un Preislied extático. Christina Nilsson, debutando como Eva, aporta una soprano fresca y presencia escénica, aunque sus vestidos florales –de Susanne Hubrich– parecen de una kermesse de pueblo. Michael Nagy, como Beckmesser, evita la caricatura y entrega un personaje humano y melancólico, aunque su serenata no impacta cómicamente. El resto del elenco –desde el Pogner robusto de Jongmin Park hasta el David vibrante de Matthias Stier– completa un conjunto vocal que sostiene la producción.




Desde una perspectiva sudamericana, la recepción de esta Meistersinger en Bayreuth resulta sorprendente. En Argentina, donde el teatro se nutre de transgresión y reinvención –como en el San Martín o el Colón–, uno esperaría escepticismo. Aquí, el público de Bayreuth, conocido por su rigor, respondió con aplausos entusiastas. Esto plantea una pregunta: ¿estamos en Argentina tan alejados de esta mentalidad abierta? En Buenos Aires, una vaca hinchable en una ópera de Wagner habría desatado un debate feroz. En Bayreuth, se brindó con cerveza y se disfrutó el espectáculo. Esta diferencia cultural subraya cómo el teatro sudamericano, con su hambre de provocación, podría haber exigido mayor profundidad a una producción que, aunque divertida, sacrifica complejidad wagneriana en favor del entretenimiento.
La mirada del Dr. Merengue: ¡Una fiesta de cinco horas con vacas y aperoles!
¡Ay, mamita, qué viaje fue este Meistersinger! Entré al Festspielhaus y entre aperol de intermedios, salí como si hubiera bailado un chamamé en una kermesse bávara. ¡Y qué kermesse! Matthias Davids agarró la ópera de Wagner y la metió en una licuadora con Broadway, Los Simpsons y algun gay parade. ¿El resultado? Un circo de colores con vaca inflable. ¡Me encantó, pero también me dejó sin respiro!
La orquesta de Gatti suena como una banda sinfónica de ángeles. El preludio emociona, y el tercer acto es un baldazo de purpurina musical. Pero Daniele, ¡acelerá, maestro! A veces parecía una misa lenta. Igual, los cantantes son «de otra realidad» . Zeppenfeld como Sachs es un capo total, Spyres como Walther te hace gritar «¡Olé!», Nilsson brilla como una estrella de rock, aunque parecía vendedora de flores en Plaza Italia. Y Nagy, pobre Beckmesser, su serenata da más pena que un tango en lunes.

Ahora, en serio (o no tanto), lo que me voló la peluca fue ver a los alemanes aplaudir como por un asado gratis. En Argentina, ponés una vaca inflable en el Colón y te linchan o te hacen meme viral. En Bayreuth, todos felices, como si Wagner hubiera escrito esto para un carnaval. Desde el cono sur, uno se pregunta: ¿qué nos pasa? ¿Por qué todo tiene que ser Brecht o Lorca? Capaz ellos entendieron que a veces hay que soltar el manual y brindar con un aperol. Yo, el Dr. Merengue, voto por lo segundo: ¡esto fue un «despelote divino«, y me la pasé bomba!
Coda Final: entre la tradición y el Aperol
Esta Meistersinger no enseña una lección, sino una pregunta.
No es perfecta, no es profunda en su tratamiento dramático, pero es valiente. Y eso, en tiempos donde el miedo a la irreverencia suele paralizar, vale oro.
Musicalmente, el milagro wagneriano resiste. Dramáticamente, se disfraza de carnaval. ¿Funciona? Para algunos, sí. Para otros, será herejía.
Pero como dijo el Dr. Merengue con una sonrisa bajo el mostacho:
«Yo no sé si esto fue Wagner… ¡pero fue inolvidable!»