La reciente presentación de «Un ballo in maschera» en el Palau de Les Arts, bajo la dirección escénica de Rafael R. Villalobos, ha sido todo menos convencional. Villalobos, conocido por su enfoque audaz y transgresor, ha llevado el drama de Verdi a territorios desconocidos, desafiando las expectativas y provocando reflexiones. Sin embargo, a pesar de las elecciones escénicas atrevidas y, a veces, desconcertantes, la esencia de la ópera ha logrado brillar sobre cualquier exceso visual.
El «Preludio», dirigido con serenidad por Antonino Fogliani, estableció el tono para una velada llena de descubrimientos musicales. La orquesta, en perfecta armonía con las voces, destacó por su expresividad individual, especialmente el solista del cello, cuya brillantez acompañando a Amelia en su conmovedora aria «Morro, ma prima en grazia» fue notable.
Los cantantes principales, respaldados por la batuta de Fogliani, ofrecieron interpretaciones equilibradas y matizadas. Francesco Meli y Luca Salsi, en sus respectivos roles, demostraron una madurez tanto vocal como teatral, complementada por sus caracterizaciones. La soprano Anna Pirozzi, en el papel de Amelia, entregó una interpretación que fusionó el drama y el lirismo con una tensión sonora y delicados filados.
La escenografía de Villalobos juntoal diseño exquisito de vestuario de Lorenzo Caprile, resultó desafiante para el espectador. La amalgama de video arte, performance y danza voguing, junto con elementos del pop, creó un collage fascinante pero a veces distraído de la narrativa lírica. El vestuario, especialmente el de las drag queens en el baile final, rindió homenaje al espíritu de la época de Verdi, pero también reflejó una mezcla de artificio y superficialidad que caracteriza tanto la historia original como la reinterpretada.
Sin embargo, hubo aspectos de la producción que no resonaron tan positivamente con parte del público. La sobrecarga sensorial, debido a la abundancia de estímulos visuales y la diversidad de disciplinas artísticas presentadas simultáneamente, dificultó la concentración en la trama y la música. La complejidad y el simbolismo de la escenografía a veces crearon una desconexión con la narrativa lírica de Verdi, dejando a los asistentes confundidos sobre la relación entre la puesta en escena y la trama original. La reinterpretación del personaje de Ulrica, aunque interesante desde un punto de vista conceptual, no fue del todo convincente en su ejecución, y no todos los espectadores apreciaron la decisión de dividir el personaje en dos figuras racialmente contrastantes.
A pesar de estos desafíos, la calidad de la interpretación musical y vocal fue suficiente para superar los obstáculos y hacer de la ópera una experiencia memorable. Esta producción de «Un ballo in maschera» ha sido un recordatorio de que, incluso en medio de la experimentación escénica más audaz, es la música y el canto lo que permanecen en el corazón de la ópera, y en este caso, lo que ha hecho justicia al genio de Verdi.
