Recibí la invitación con esa mezcla de curiosidad y placer que solo un evento en el Palacio Paz puede inspirar. No se trataba de una cita común, sino de un retorno al esplendor de otros tiempos, cuando las grandes residencias abrieron sus puertas para noches de arte y magnificencia. Hace más de dos décadas, María José Maito, con su Galalírica, reconoció que este palacio —una de las joyas arquitectónicas más notables de América— no debía ser solo un museo de memorias, sino un escenario palpitante. Así, con la promesa de revivir el lujo de épocas pasadas, crucé sus umbrales para sumergirme en Escenas de El Fantasma de la Ópera 360 .
La recepción fue un delicado homenaje a la elegancia de antaño. En el salón contiguo, con un trago servido con la discreción de un anfitrión consumado, me sentí transportado a las veladas de la Belle Époque, donde el tintineo de las copas anunciaba algo excepcional. Pero el verdadero encanto comenzó al entrar en el gran salón de recepción, bajo la imponente lucerna que lo corona como un ventanal al firmamento. La luz tenue acariciaba los ornamentos dorados y el mármol, y por un instante, el Palacio Paz recobró su antiguo fulgor, como si los ecos de sus bailes y festines nos observaran desde las penumbras.
La velada se desplegó con un repertorio que honra la majestuosidad del entorno. Abró con las vibrantes melodías de Amor sin barreras y la sutileza de Mi bella dama . Rocío Arbizu, con una intensa interpretación de Memory de Cats , hizo resonar el espacio, su voz evocando la opulencia que estas paredes conocieron en su apogeo. Sebastián Angulegui, al entonar el tema central de Drácula de Cibrián y Mahler, trajo una pasión sombría que recordaba a los caballeros de leyenda que pudieron haber recorrido estos pasillos; su dúo posterior con la joven soprano Guadalupe Cristina creó un instante de pura magia.


El encanto prosiguió con actuaciones que destilaban refinamiento. Guadalupe Cristina, con una sentida versión de Don’t Cry for Me Argentina , encarnó la gracia de una diva de otra era, su voz ascendiendo bajo la lucerna como si el palacio mismo la celebrara. Fermín Prieto, interpretando un tema de El jorobado de Pepe Cibrián, nos llevó a un París gótico que bien podría haber reflejado el Buenos Aires de principios del siglo XX, cuando este lugar era el núcleo de la alta sociedad.
El punto culminante llegó con El Fantasma de la Ópera . María José Maito, con la serenidad de una anfitriona de tiempos pasados, nos guió por la trama antes de dar paso a los cantantes. Masquerade irrumpió como un baile de máscaras resucitado, con Arbizu, Cristina, Prieto y Angulegui en una armonía que habría animado las celebraciones de los Paz. Siguieron los clásicos: Think of Me , con Cristina como una Christine de delicadeza aristocrática; Ángel de la Música , un murmullo que danzaba entre las sombras; y El fantasma de la ópera , donde Angulegui, como un espectro imponente, dominó el salón con una presencia que parecía emanar del corazón del edificio.

El dueto All I Ask of You , con Cristina y Prieto como Christine y Raoul, ofreció un instante de dulzura que equilibró la intensidad del Fantasma, evocando las pasiones que alguna vez inflamaron estas cúpulas. La banda —Maito al piano y en la dirección, Pablo Leone en el bajo, Demian Premezzi en la batería y Esteban Rolls en la trompeta— acompañó con precisión impecable, sosteniendo la velada sin eclipsar a las voces.

Al dejar el Palacio Paz, con las últimas notas aún resonando, sentí que había participado en algo más que un espectáculo: fue un revivir de las veladas de antaño. Rocío Arbizu, Guadalupe Cristina, Fermín Prieto y Sebastián Angulegui, guiados por Maito, no solo interpretan; reavivaron el alma de un palacio que, por unas horas, latió como en sus años dorados.