miércoles, 24 de diciembre de 2025
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Concierto 6 de la O.F.B.A. – Teatro Colón (Scriabin, Shostakovich, G. Kancheli): vientos favorables del Este

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La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires reúne para su sexto concierto de la temporada 2023 a la directora invitada Zoe Zeniodi y al violinista Vadim Gluzman para un programa donde las emociones y los contrastes llevan al público del Teatro Colón a un viaje a Rusia y Georgia.

Foto gentileza; Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

La coherencia programática deleita a los amantes de la música rusa y de Europa del Este, entre el placer y la originalidad de la primera parte (Rêverie de Scriabin y la Sinfonía n.º 4 del compositor georgiano Giya Kancheli para su estreno en Argentina) y el eterno redescubrimiento de un gran clásico como el Concierto para violín n.° 1 en La menor de Shostakovich en la segunda mitad de la velada.

Protocolo emocional y confesión

Rêverie de Scriabin, una obra particularmente breve, es una especie de sueño despierto. Es una pieza delicada y etérea. Al dirigir la OFBA de forma armoniosa y muy equilibrada, Zoe Zeniodi aprovecha la calidez de las cuerdas para resaltar la languidez onírica que emerge de la partitura. El clímax final en forma de decrescendo se ejecuta con gran maestría de todos lo que demuestra que la seriedad y regularidad del trabajo de ensayo siempre da sus frutos.

Terminado este delicioso paseo, Zoe Zeniodi pide expresamente al público -y tan oh tan justificado cuando conocemos las (malas) costumbres adoptadas por los espectadores argentinos- que no aplauda, ​​por el resto del programa, durante los silencios de la Sinfonía N°4 de Kancheli y entre los movimientos del Concierto para violín de Shostakovich, en interés de todos y, sobre todo, para preservar la concentración de los músicos. Este deseo va acompañado de una conmovedora confesión: la directora griega, que habla un español muy comprensible, admite haber derramado algunas lágrimas al descubrir por primera vez el escenario del Teatro Colón, un lugar cargado de historia y emoción para los músicos y cantores, tantos habiendo recorrido este mítico escenario. Es muy aplaudida y animada en su tarea tras esta intimidad develada susceptible de conquistar al público.

Foto gentileza; Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

La segunda pieza de la velada es a la vez una primicia y un regalo para este mismo público, que está descubriendo la asombrosa Sinfonía n.º 4 de Giya Kancheli. El ambiente se ha vuelto eléctrico de repente: las percusiones entran en juego de manera espectacular en esta obra que incluye acentos folclóricos y místicos. La dirección orquestal es densa, las dos manos desnudas esculpen en el aire. Surgen violentos contrastes de timbres y volúmenes entre familias de instrumentos. La pureza de los metales, la flexibilidad de las cuerdas respaldan estos efectos. El ambiente es oscuro y turbio, lleno de llamativos contrastes. Juegos de reminiscencias, entre el descuido de la infancia y la gravedad de la edad adulta, se sienten en los recuerdos del compositor inscritos en la partitura y interpretados con delicadeza y fuerza por la OFBA. El carácter palpitante de la campana fúnebre delata un olor a finitud que pone fin a esta pieza que marca la mente y el corazón de un público emocionado que aplaude enloquecido.

Shostakovich entre pasión, frenesí y virtuosismo

El solista israelí Vadim Gluzman entra al escenario después del intervalo. El público contiene la respiración antes y durante el Concierto para violín n.º 1 en La menor de Shostakovich, que exige una concentración extrema dada su dificultad de ejecución.

Foto gentileza; Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

De entrada llama la atención la ligereza y flexibilidad del arco del violinista invitado, aunque se puede lamentar cierta falta de calidez en el toque y un vibrato algo seco y mecánico. Aquí no se cuestiona el arte del solista, es una cuestión de interpretación y la técnica de Vadim Gluzman está probada: los agudos y super-agudos están perfectamente ejecutados. La dirección orquestal, más discreta, es atenta y quizás también expectante, dejando eclosionar al protagonismo del solista. El segundo movimiento es, por naturaleza, más inclinado a ver cómo la batuta y el arco cobran vida de una manera más colorida. La energía y la fuerza desplegadas por Vadim Gluzman impresionan y confirman su condición de violinista virtuoso. Fiel a la escuela rusa, su interpretación sigue siendo muy física, incluso con motivo del tercer movimiento, el lirismo del arco otorga una solemnidad nostálgica mientras que el didactismo y la precisión de Zoe Zeniodi resaltan ciertos efectos que embellecen este diálogo entre la orquesta y el violinista. El cuarto y último movimiento culmina en un estado de gracia para el solista, ya que su virtuosismo y dominio de la partitura hasta el más mínimo detalle deslumbran con motivo del solo que abre esta parte final del concierto. El director, atento y ansioso por colocarlo en las mejores condiciones de acompañamiento musical, lo apoya y anima en un entrelazamiento matizado y estructurado con la orquesta.

Un acalorado aplauso desde una sala totalmente electrificada viene a agradecer una actuación que quedará marcada por el sello de los contrastes y la emoción, tanto en la alternancia de las obras, los diferentes ambientes que las rigen como en la interpretación que alterna los talentos de los dos protagonistas principales, conscientes de su papel y atentos a su respectiva escucha. Un pequeño inconveniente: dado el programa elegido e implementado y las buenas palabras de Zoe Zeniodi, unas palabras a favor de la paz entre Rusia y Ucrania no hubieran estado fuera de lugar para recordarnos cuánta música, en su esencia y en su función misma, trabaja también a favor del acercamiento de los pueblos.

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